sábado, 29 de junio de 2024

EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA - La Ciudad de Dios - San Agustín

San Juan, después de haber hablado del Juicio de los malos, debía decir algo también del juicio de los buenos. Ya explicó estas breves palabras del Señor: Estos irán al suplicio eterno. Ahora faltaba explicar estas otras: Y los justos, a la vida eter na. Vi—dice—un cielo nuevo y una tierra nueva. Porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y ya no hay mar. El orden de estos sucesos será el notado más arriba a pro pósito de aquel pasaje en el que dice que vio al que se sentaba en el trono, a cuya vista desaparecieron el cielo v la tierra. Una vez juzgados los que no están escritos en el libro de la vida  y arrojados al fuego eterno (y pienso que la naturaleza y el lugar de ese fuego no los conocerá ningún hombre, a menos que se lo revele el Espíritu de Dios), pasará la figura de este mundo por la conflagración del fuego mundano, como el diluvio se debió a la inundación de las aguas del mundo. La conflagración de los elementos corruptibles hará desaparecer, como he dicho, las cualidades propias de nuestros cuerpos corruptibles. La substancia, en cambio, gozará de las cualidades conformes con los cuerpos inmortales en virtud de ese maravilloso trueque; es decir, que el mundo renovado estará en armonía con los cuerpos de los hombres igualmente renovados. Por estas  palabras: Y ya no hay mar, no es fácil colegir si se secará por ese incendio o si más bien también él se transformará. Leemos que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, pero no recuerdo haber léido en parte alguna algo sobre un mar vidrioso semejante al cristal; pero el pasaje no trata del fin del mundo, amén de que no dice mar, sino un especie de mar. Aunque, a usanza de los profetas, que gustan de emplear metáforas para velar su pensamiento, pudo muy bien, al decir que ya no hay mar, hablar de aquel mar del que había escrito:

 Y el mar presentó sus muertos. La razón es que entonces ya no existirá este mundo turbulento y  proceloso que es la vida de los mortales, presentada bajo la imagen del mar.

Libro XX, capítulo XVI, La Ciudad de Dios, San Agustín.

¿ CUÁLES SON LOS MUERTOS PRESENTADOS POR EL MAR Y CUÁLES LOS ENTREGADOS POR LA MUERTE Y POR EL INFIERNO?

 Mas ¿quiénes son los muertos que presentó el mar y que él tenía en su seno? Porque ni los que mueren en el mar escapan al infierno, ni el mar conserva sus cuerpos, ni—lo que es más absurdo—el mar tenía a los buenos y el infierno a los malos. 

¿Quién creerá esto? Tal vez no vayan descarriados los que estiman que en este pasaje el mar hace las veces del mundo. El Apóstol, al decir que aquellos que Cristo hallará con vida serán juzgados con los que han de resucitar, llama también muertos, tanto a los buenos, a quienes dirige estas palabras:

Muertos estáis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios, como a los malos, de quienes se dijo: Dejad a los muertos que entierren a sus muertos. Además pueden llamarse muertos porque sus cuerpos son mortales. Este es el motivo de aquello del Apóstol: El cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu vive en virtud de la justificación. Lo cual prueba que en un hombre viviente y todavía corpóreo existen estas dos cosas: un cuerpo muerto y un espíritu vital. Y, sin embargo, no dice el cuerpo mortal, sino el cuerpo muerto, aunque poco más adelante los llame, como es más corriente, cuerpos mortales. El mar presentó los muertos que estaban en él, es decir, el mundo presentó a los hombres que existían en él, porque aún no habían muerto.

Y la muerte y el infierno—añade—entregaron los suyos. El mar los presentó, porque se presentaron tal como fueron hallados, y la muerte y el infierno los entregaron, porque los volvieron a la vida, de la que ya habían salido. Y no bastó decir la muerte o el infierno por separado, sino que dijo la muerte y el infierno por los buenos, que la han sufrido sin ir al infierno, y el infierno por los malos, que además pagan las penas que merecen en él. Si, pues, no parece absurdo creer que los antiguos santos que tuvieron fe en la encarnación de Cristo, han estado después de la muerte en lugares muy alejados de aquellos en que son atormentados los impíos, pero cabe los infiernos, hasta que fueron librados por la sangre de Cristo y por la visita que Él les hizo [23] , indudablemente los redimidos por la efusión de esa sangre no van a los infiernos hasta que, tomando sus cuerpos, reciban el galardón merecido. 

Y cuando dice: Y fué juzgado cada cual según sus obras, añadió en pocas palabras cómo fué ese juicio: Y la bestia y el falso profeta fueron lanzados a un estanque de fuego.  Con estos dos nombres designó al diablo, que es el autor de la muerte y de las penas del infierno, y con él toda la sociedad de los demonios. Ya había adelantado esto: Y el diablo, que los traía engañados, fué precipitado en un estanque de fuego y azufre. Y lo que allí se expresó obscuramente: Donde también lo fueron la bestia y el falso profeta, aquí se aclaró en estos términos: Y los que no fueron hallados escritos en el libro de la vida, fueron arrojados en un estanque de fuego. Este libro no menciona a Dios, por temor a engañarse por  olvido. Significa simplemente la predestinación de aquellos a quienes se dará la vida eterna. No es que Dios no los conozca y lea ese libro para conocerlos, sino más bien es que su presciencia infalible es el libro de la vida, en el que están escritos, es decir, conocidos desde antes.

Libro XX, capítulo XVI, La Ciudad de Dios, San Agustín. 

[23] Es el lugar que nosotros hoy llamamos limbo de los justos o seno de Abrahán. Agustín aún no tenía ideas claras sobre este punto, todavía hoy insoluble para la teología católica. Además, el limbo de los niños San Agustín lo niega en absoluto, pues no admite medio entre el cielo o el infierno.


LA CONDENACIÓN DEL DIABLO CON LOS SUYOS. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y EL JUICIO FINAL - La Cuiudad de Dios

San Juan, después de haber hablado de la última persecución, resume en pocas palabras cuanto ha de padecer en el juicio el diablo y la ciudad enemiga de la que es príncipe. 

Dice así: Y el diablo, que los traía engañados, fué precipitado en un estanque de fuego y azufre, donde lo fueron también la bestia y el falso profeta. Y allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Ya hemos hecho notar que por la bestia puede muy bien entenderse la ciudad impía. Ese seudoprofeta, o es el anticristo o la imagen, es decir, la simulación, de que he hablado antes. Luego, como el epílogo versa sobre el último juicio, que tendrá lugar con la segunda resurrección de los muertos, con la resurrección de los cuerpos, narra cómo le fué revelado. Vi—dice él—un trono grande y reluciente y al que se sentaba en él, a cuya vista desapareció el cielo y la tierra y no quedó nada de ellos. No dice: «Vi un solio grande y reluciente y al que se sentaba en él y a su vista desaparece el cielo y la tierra», porque esto no sucedió entonces, es decir, antes de ser juzgados los vivos y los muertos, sino dijo: Vi al que se sienta en el trono, a cuya vista desapareció el cielo y la tierra. Pero después, una vez efectuado el juicio, deja de existir este cielo y esta tierra, y entonces comenzará a existir un cielo nuevo y una tierra nueva. Este mundo no pasará por aniquilación, sino por mutación. Por eso escribe el Apóstol: La figura de este mundo pasa. Yo deseo, por ende, que viváis sin cuidados ni inquietudes. Pasa, por tanto, la figura del mundo, no su naturaleza.

En habiendo dicho San Juan que vio al que se sentaba en el trono, a cuya vista desapareció el cielo y la tierra—lo cual sucederá después—, añade: Y vi a los muertos, grandes y pequeños, y se abrieron los libros. Se abrió además otro libro, el libro de la vida de cada uno. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en esos libros, cada uno según sus obras. Dice que se abrieron los libros y un libro. Y agregó la cualidad de este libro, que es—dijo—el de la vida de cada uno. Los primeros libros son, sin duda, los Libros santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, para mostrar los mandamientos que Dios había ordenado cumplir. Y el otro, el libro de la vida de cada uno, estaba mostrando los mandamientos cumplidos o violados por cada cual. Si este libro nos lo imaginamos materialmente, ¿quién podrá medir su grandor y su grosor? 

0 ¿cuánto tiempo se empleará para leer ese libro, que contiene la vida de todos y cada uno de los hombres? ¿Presenciarán acaso el acto tanto ángeles como hombres, y cada uno oirá el relato de su vida de boca del ángel a él asignado? Ese libro no será, pues, para todos, sino que cada uno tendrá el suyo. La Escritura da a entender esto al decir que se abrió además otro libro. Es preciso entender aquí la virtud divina, que traerá a la recordación de cada cual todas sus obras, buenas o malas, y las hará ver rapidísimamente de un vistazo mental, con el fin de que la ciencia acuse o excuse a la conciencia. De este modo serán juzgados todos a la vez. Esta virtud divina recibió el nombre de libro, porque en ella se lee en cierto modo cuanto se recuerda merced a ella. Y para mostrar qué muertos deben ser juzgados, los pequeños y los grandes, añade a modo de recapitulación y tornando a los que había omitido, o mejor,  diferido:

El mar presentó sus muertos, y la muerte y el infierno entregaron los suyos. Esto sucedió, sin duda,  antes de que los muertos fueran juzgados, y, sin embargo, lo refirió después. Por eso he dicho que es una especie de recapitulación y de retorno a lo omitido. Mas ahora observa el orden y para explicarlo repite lo que había dicho ya antes sobre el juicio. Después de estas palabras: El mar presentó sus muertos y la muerte y el infierno entregaron los suyos, agregó en seguida: Y juzgó a cada uno según sus obras. Justamente es lo que había dicho antes: Y fueron juzgados los muertos según sus obras.

Libro XX, libro XIV, La Ciudad de Dios, San Agustín.

¿Está comprendido en los mil años el tiempo de la persecución del anticristo?- La Ciudad de Dios

 La persecución que desatará el anticristo durará tres años y seis meses, como ya hemos apuntado siguiendo al Apocalipsis y al profeta Daniel. Aunqu este tiempo sea breve, hay razón suficiente para preguntar si está comprendido en los mil años de cautividad del diablo y del reinado de los santos con Cristo, o están afuera.

Porque, si decimos que están comprendidos, resulta que el reino de los santos con Cristo con su Rey en lo más álgido de la persecución, cuando esté suelto y ataque con todo su furor. ¿Cómo, pues, la Escritura señala la cautividad del diablo y el reinado de los santos dentro de mil años, si el diablo termina su cautiverio tres años y medio antes de que los santos cesen de reinar con Cristo? Poro otra parte, si decimos que ese breve espacio la persecución no está comprendido en los mil años, sino que es una adición, nos vemos obligados a confesar que los santos no reinarán con Cristo durante esa persecución. Y en este caso podría entenderse en sentido propio lo que sigue: Serán sacer dotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. Y al cabo de los mil años será suelto Satanás de su prisión. No significaría esto que el reinado de los santos y la prisión del diablo cesarán a la vez, de forma que el tiempo de la persecución no pertenece ni al reinado de los santos ni a la prisión de Satanás—cosas ambas igualmente incluidas en los mil años—, y que, por tanto, es adicional. Mas ¿quién osará afirmar que los miembros de Cristo no reinarán con él precisamente entonces, cuando se unirán más estrechamente a El y cuando la gloria de los combatientes y la corona de los mártires será tanto mayor y más tupida cuanto más rudo sea el combate? Si se pretende que no es conveniente decir que reinarán entonces por los males que sufrirán, la lógica exige decir que los santos que hayan padecido antes de esos mil años no han reinado con Cristo en el tiempo de su sufrimiento. Por consiguiente, las almas de los degollados por confesar a Jesús y por la palabra de Dios, vistas por el autor de ese libro, no reinaban con Cristo cuando padecían persecución y no eran reino de Cristo cuando Él las poseía con tanta excelencia. A la verdad que esto es un absurdo mayúsculo y detestable en extremo.

Al menos, no puede negarse que las almas víctimas de los gloriosísimos mártires, una vez finalizados los dolores y traba jos de esta vida y separadas de sus miembros mortales, han reinado y reinan con Cristo hasta que se cumplan los mil años y que luego reinarán con El unidas ya a sus cuerpos inmortales. En consecuencia, las almas de los mártires, tanto las separadas ya de los cuerpos, antes de la última persecución, como las que se separen entonces, reinarán con El esos tres años y medio hasta que termine el mundo y pasen al reino que no tendrá muerte. Será, por tanto, más largo el reinado de los santos con Cristo que la prisión y cautiverio del demonio, puesto que aquéllos reinarán con su Rey, el Hijo de Dios, una vez ya suelto el diablo, durante esos tres años y medio. De hecho, cuando San Juan dice: Serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. Y al cabo de ellos será suelto satanás de su prisión, puede entenderse, o que los mil años no fijan fin al reino de los santos y sí a la prisión de satanás—en este caso los mil años, es decir, todos los años, serían lo suficientemente flexibles para que el reinado de los santos sea más largo y la prisión de satanás más breve—, o que, como tres años y medio es un espacio poco considerable, no ha querido tener en cuenta que a primera vista se crea más breve la prisión del diablo y más largo el reinado de los santos. Algo semejante hemos visto en el libro XVI de esta obra respecto de los cuatrocientos años, que, si bien eran algo más, fueron ésos en números redondos. Y al buen observador no se le oculta que esto es corriente en las Sagradas Letras. 

Libro XX, capítulo XIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

Gog, Magog y su persecución - La ciudad de Dios - San Agustín

 Y al cabo de los mil años -dice- será soltado Satanás de su prisión y saldrá para engañar a las naciones que hay en los cuatro ángulos del mundo, a Gog y Magog, y los juntará para presentar batalla. Y su número será como la arena del mar. Entonces los seducirá para llevarlos consigo a estsa guerra, pues también antes los seducía, según sus posibilidades, con todas sus fuerzas y con los más variados ardides. Dice saldrú, que es decir se lanzará de las tinieblas del odio a una persecución abierta. Esta persecución será la última que sufrirá la Iglesia santa, próximo al juicio final, en toda la tierra. 

Toda la Ciudad de Cristo será perseguida por toda la ciudad de la tierra. Por las naciones denominadas Gog y Magog no deben entenderse los pueblos bárbaros de cierta región del  mundo, como han hecho los que piensan que son los getas[20] y los masagetas [21], seducidos por las primeras letras de esos nombres, u otros pueblos extraños y ajenos al imperio romano. El texto hace notar que están extendidos por todo el orbe cuando dice: Las naciones que hay en los cuatro ángulos del mundo, y añade que son Gog y Magog. Hemos comprado que Gog significa techo, y Magog, del techo[22]; como si dijera la casa y el que sale de ella. Son, pues, las naciones en que, como hemos dicho más arriba, está encerrado el diablo como en un abismo y de ellas sale y  procede él en cierto modo, siendo ellas la casa y él quien sale de ella. Y si ambos términos los aplicamos a las naciones, no uno a las naciones y otro al diablo, ellas son la casa, porque ese antigo enemigo está encerrado y como a cubierto en ellas,  y ellas saldrán de la casa cuando dejen aparecer el odio que ocultan. 

Y estas palabras: Y se extendieron sobre la redondez de la tierra y cercaron los reales de los santos y la ciudad amada, no significan que los enemigos  han venido o vendrán  a un lugar concreto y determinado, donde estarán asentados los reales de los santos y de la ciudad amada, puesto que esta es  la Iglesia de Cristo, extendida por todo el orbe. Y por eso, ella, que estará en todas las naciones, estará entonces doquiera. 

 Esto significa la redondez de la tierra. Allí estarán los reales de los santos, allí estará la amada Ciudad de Dios. Allí estará cercada y  perseguida por sus crueles enemigos, porque también ellos estarán por doquier. En otros términos, será arrinconada y metida en las garras angustiosas de la  tribulación y no abandonará el campo de batalla, significado por los reales.

Libro XX, capítulo XI, La Ciudad de Dios, San Agustín.

[20] Los getas eran un pueblo de Traqía. situados a la orilla del Danubio.

[21] Los masagetas eran un pueblo escita que habitó cerca del mar Caspio.

[22] Esta interpretación puede verse en San Jerónimo (In Ez. c.38).

jueves, 27 de junio de 2024

La dos resurecciones. Los mil años del apocalipsis y un sentir razonable sobre ellos - La Ciudad de Dios

1. El mismo evangelista San Juan habla de estas dos resurrecciones en su Apocalipsis. Pero es tal su modo de expresarse, que algunos de los nuestros, no entendiendo la primera, han venido a parar en fábulas ridiculas. San Juan dice en el citado libro: Vi también descender del cielo un ángel, que tenía la llave del abismo y una gran cadena en su mano. 

Y agarró al dragón—esa serpiente antigua que se apellidó diablo y satanás—, y lo condenó por mil años, y lo precipitó en el abismo. Y cerró el abismo y puso sobre él su sello, para que no seduzca más a las naciones hasta que se cumplan los mil años. Después será soltado por breve tiempo. Luego vi unos tronos y a los que se sentaban en ellos, a tos cuales se dio la potestad de juzgar. Y vi las almas de los degollados por confesar a Jesús y por la palabra de Dios, y cuantos no 'han adorado la bestia ni su imagen ni han recibido en las frentes su marca, ni en las manos, reinaron también con Jesús mil años. Los otros no han vivido hasta cumplidos los mil años. Esta es la resurrección primera. Dichoso y santo es quien toma parte en esta primera resurrección. Sobre éstos, la muerte segunda no tendrá poderío. Y serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. Quienes por estas palabras han sospechado que la resurrección primera es corporal, han adoptado esta opinión movidos, sobre todo, por los mil años, en la idea de que todo ese tiempo debe ser como el sábado de los santos, en que reposarán santamente después de seis mil años de trabajos. Estos años se cuentan a partir de la creación del hombre v de su despedida, ganada por el pecado, de la felicidad del paraíso a las miserias de la vida mortal. Y así como está escrito: Un día ante Dios es como mil años, Y mil años como un día, pasados los seis mil años como seis días, el séptimo, es decir, los años últimos, harán las veces del sábado para los santos, que resucitarán a celebrarlo. Esta opinión sería hasta cierto punto admisible si se creyera que durante ese sábado los santos gozarán de algunas delicias por la presencia del Señor. Yo mismo me he adherido algún tiempo a ese sentir.  Pero sus defensores dicen que los resucitados se holgarán en inmoderados banquetes carnales, en los que la comida y la bebida carecerán de modestia, y excederán el modo de los incrédulos. Y esto no pueden creerlo sino los carnales. Los espirituales, empero, dan a éstos el nombre de xιλασtάϛ; palabra griega que nosotros literalmente podemos traducir por milenaristas. Refutarlos al detalle  sería muy largo. Prefiero por eso mostrar cómo deben entenderse esas palabras de la Escritura.

2. Nuestro Señor Jesucristo dice concretamente: Nadie puede entrar en casa del fuerte y robar sus vasos si primero no lo ata bien. P o r fuerte entiende aquí al diablo, pues que pudo someter a sí al género humano, y por los vasos los fieles, que él tenía enviscados en la impiedad y en el pecado. Para maniatar, pues, a este fuerte, vio San Juan en el Apocalipsis descender del cielo un ángel que tenía la llave del abismo y una gran cadena en su mano. Y agarró al dragón, prosigue—a esa serpiente antigua que se apellidó diablo y Satanás—, y lo encadenó por mil años. Es decir, impidió su poder de seducción y de posesión de los redimidos. 

Los mil años pueden entenderse de dos maneras, a mi modo de ver; o porque eso ha de pasar en los mil últimos años, es decir, en el sexto millar, como en el sexto día, cuyos  últimos años transcurren ahora para ser seguidos del sábado que no tiene tarde, o sea del reposo de los santos, que no tendrá fin. Y en este sentido llamaría aquí mil años a la última parte de ese tiempo, como un día que dura hasta el fin del mundo, tomando la parte por el todo. 0 se sirve de los mil años para designar la duración del mundo,  empleando un número perfecto para denotar la plenitud del tiempo. El número mil es el cubo de diez, y diez por diez son ciento. Esta es una figura plana, y para hacerla sólida es preciso multiplicar cien por diez, y tenemos ya los mil. Por consiguiente, si a veces se emplea el número cien para indicar totalidad, como cuando el Señor hizo esta promesa a aquel que deja todo por seguirle:

Recibirá cien doblado en esta vida—lo cual expone el Apóstol de este modo : Como no teniendo nada y poseyéndolo todo, pues ya había dicho antes que el mundo de las riquezas es propiedad del hombre fiel—, ¿cuánto más se usará el número mil para designar universalidad, siendo el cubo del diez? Este es el  mejor sentido de aquellas palabras del Salmo: Nunca jamás se ha olvidado de la alianza y de la promesa hecha para mil generaciones, o sea para todas. 

3. Y lo precipitó en el abismo, es decir, precipitó así, realmente en el abismo, al diablo. Este abismo denota la multitud innumerable de impíos, cuyos corazones son un abismo de malignidad contra la Iglesia de Dios. Y dice que lo precipitó no porque el diablo no estuviera ya antes allí, sino porque, excluido del corazón de los fieles, comenzó a poseer más fuertemente a los impíos. Es más poseído por el diablo quien no sólo se aleja de Dios, sino que odia sin motivo a los servidores del mismo.

Y cerró el abismo-—prosigue—y puso su sello sobre él, para que no ande más engañando a las naciones hasta que se cumplan los mil años. Cerró sobre él, es decir, le prohibió la salida y violar lo mandado. Esta adición: Y puso su sello, puede significar que Dios no quiere que se sepa quiénes pertenecen al diablo y quiénes no. Está absolutamente oculto en  esta vida, porque es incierto si el que parece estar en pie caerá y si el que parece estar ya en el suelo se levantará. Mas, atando y encerrando al diablo, se le impide seducir a las naciones que pertenecen a Cristo, y que él antes seducía o retenía. Porque—como dice el Apóstol—Dios resolvió antes de la creación del mundo librar a esas almas del reino de las tinieblas y transferirlas al reino del Hijo de su amor. Y ¿qué fiel ignora que el diablo seduce aun ahora a las naciones y las lleva consigo al suplicio eterno? Esto no lo hace con los predestinados a la vida eterna. No hay por qué inquietarse de que el diablo seduzca frecuentemente a aquellos que, regenerados ya en Cristo, marchan por las veredas del Señor. Porque el Señor conoce quiénes son de El, y de éstos, Satanás no seduce a ninguno arrastrándole a la condenación eterna. Dios los conoce como Dios, es decir, como aquel a quien nada del futuro se le oculta; no como hombre, que sólo ve a otro hombre cuando está presente, si es que puede decirse que ve a aquel cuyo corazón no ve y de quien no sabe qué será luego no menos que de sí mismo.

Libro XX, capítulo VII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

miércoles, 26 de junio de 2024

DOS CLASES DE RESURRECCIÓN - La Ciudad de Dios

 

1. Y prosigue diciendo: En verdad, en verdad os digo que viene el tiempo, y estamos ya en él, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escucharen revivirán. Porque, así como el Padre tiene en sí mismo la vida, así ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Como se ve, no habla de la resurrección segunda, o sea, de los cuerpos, que arribará al fin, sino de la primera, que se obra ahora. Para distinguirla de la otra, dijo: Viene el tiempo, y estamos ya en él. Esta resurrección no atañe a los cuerpos, sino a las almas. Las almas tienen también su muerte, que consiste en la impiedad y en el pecado. Según esta muerte, están muertos aquellos de quienes dijo el mismo Señor: Dejad a los muertos que entierren a sus muertos, es decir, dejad que los muertos del alma entierren a los muertos del cuerpo. En pro de estos muertos que la iniquidad y la impiedad hacen morir en el alma, dice: Viene el tiempo, y estamos ya en él, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escucharen revivirán. Los que la escucharen, es decir, los que le obedecieren, los que creyeren en él y perseveraren hasta el fin. Aquí no hace distinción entre los buenos y los malos. A todos es bueno oír su voz y vivir, pasando de la muerte de la impiedad a la vida de la piedad. De esta muerte escribe el  apóstol San Pablo en estos términos: Luego iodos nutrieron, y Cristo murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Todos, pues, sin excepción, han muerto por el pecado, sea por el pecado original, sea por los actuales, añadidos por ignorancia o por malicia. Y el único vivo, es decir, el único exento de pecado, murió por los muertos, a fin de que los que viven por haberles sido remitidos sus pecados no vivan ya para sí, sino para Aquel que murió por todos a causa de nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Y, además, con el fin de que, creyendo en Aquel que justifica al impío y siendo justificados de la impiedad, como los muertos, que resucitan, podamos pertenecen a la primera resurrección, que se actúa ahora. A esta primera pertenecen únicamente los que serán eternamente bienaventurados, y a la segunda, de la cual hablaré en seguida, pertenecen, según el Apóstol, tanto los buenos como los malos. Esta es de misericordia, y aquélla, de juicio. Por este motivo canta un salmo: Cantaré, Señor, tu misericordia y tu juicio. 

2. De este juicio añadió a renglón seguido: Y le ha dado la potestad de juzgar porque es el Hijo del hombre. Esto prueba que vendrá a juzgar en la misma carne en que vino a ser juzgado. A este fin dijo: Porque es el Hijo del hombre. Y luego agrega a propósito de lo tratado: No os admiréis de esto, porque vendrá el tiempo en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz. Y saldrán los que hicieron buenas obras a resucitar para la vida, y los que obraron mal, a resucitar para el juicio. Este es el juicio con el que poco antes, como ahora, designó la condenación en estos términos: Quien escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene la vida eterna y no incurrirá en juicio, sino que pasará de la muerte a la vida. Esto significa que perteneciendo a la primera resurrección, por la que se pasa de la muerte a la vida, no se incurrirá en la condenación, designada con el nombre de juicio. Así, en este lugar: Y los que obraron mal, resucitarán para el juicio, o sea, para ser condenados. El que no quiera, pues, ser condenado en la segunda resurrección, resucite en la primera. Porque vendrá tiempo, y estamos ya en él, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escucharen revivirán, es decir, no caerán en la condenación, llamada también muerte segunda. En esta muerte, después de la segunda resurrección, que será de los cuerpos, serán precipitados los que no resuciten en la primera, que es de las almas. Vendrá, pues, tiempo (aquí añade: Y estamos ya en él, porque será al fin del mundo, o sea en el último y tremendo juicio de Dios) en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán. Aquí no dice como en la primera: Y los que la escucharen revivirán, pues que no todos vivirán con esa vida, que merece tal nombré por ser feliz. La verdad es que no podrían oírla sin cierta vida, ni salir de los sepulcros al resucitar el cuerpo. El porqué de que no vivirán lodos se da en lo que sigue: Los que hicie ron obras buenas saldrán a resucitar para la vida. He aquí los que vivirán. Y los que obraron mal, a resucitar para el juicio. He aquí los que no vivirán, porque morirán con la muerte sefruncía. Oblaron mal porque vivieron mal, y vivieron mal porque no resucitaron en la primera resurrección, que se opera ahora en las almas, o no perseveraron hasta el fin en el propósito de su resurrección.  Como son dos las regeneraciones, de las cuales ya he hablado más arriba, una según la fe, que se obra ahora por el bautismo, y otra según la carne, que se obrará en el juicio final, cuando la carne se torne incorruptible e inmortal, así son dos las resurrecciones. La primera, que se actúa ahora, es la de las almas, y no permite incurrir en la muerte segunda. Y la segunda, que vendrá al fin del mundo, no es de las almas, sino de los cuerpos. Ella enviará, por efecto del último juicio, a unos a la muerte segunda y a otros a la vida inmortal.

Libro XX, capítulo VI, La Ciudad de Dios, San Agustín.

PALABRAS DEL SALVADOR TOCANTES AL JUICIO FINAL - La Ciudad de Dios

 1. El Salvador mismo, reprendiendo la incredulidad de las ciudades en que había obrado grandes maravillas y anteponiendo a ellas ciudades extrañas, dice: Dígoos que Tiro y Sidón serán tratadas con menor rigor que vosotras en el día del juicio. 

Y poco después a otra ciudad: En verdad te digo que el día del juicio Sodoma será castigada con menos rigor que tú. Aquí muestra clarísimamente que el día del juicio ha de venir. Y en otro lugar dice: Los naturales de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta raza de hombres y la condenarán, por cuanto ellos hicieron penitencia a la predicación de Jonás. 

Y, con todo, el que está aquí es más que Jonás. La reina del mediodía hará de acusadora en el día del juicio contra esta raza de hombres y la condenará, ya que vino de los extremos de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón. Y, con todo, aquí tenéis quien es más que Salomón. Este pasaje nos enseña dos verdades: que el juicio vendrá y que vendrá acompañado de la resurrección de los muertos. Porque, hablando de los ninivitas y de la reina del mediodía, hablaba indudablemente de los muertos, de los que predijo que habían de resucitar en el día del juicio. Y no dijo que la condenarán porque la juzgarán sino porque, en comparación de ellos, éstos merecerán ser condenados.

2. Asimismo, en otro pasaje, hablando de la presente convivencia de buenos y malos y de la separación futura que tendrá lugar el día del juicio, se sirve de la parábola del campo sembrado de buen trigo, al que se. añade la cizaña. Y al exponerla a sus discípulos les dice: El que siembra la buena simiente es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena simiente son los hijos del reino. La cizaña, los hijos del maligno. El enemigo ¡que la sembró es el diablo. La siega es el fin del mundo. Los segadores son los ángeles. Y así como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así sucederá al fin del mundo: enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y quitarán de su reino todo escándalo y a cuantos obran la maldad. Y los arrojarán en el horno de fuego. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Al mismo tiempo, los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga. En realidad, aquí no nombra el juicio ni el día del juicio, pero lo expresa mucho más claramente con los hechos, y predice que vendrá al fin de los siglos.

3. Y dirigiéndose a sus discípulos: En verdad os digo que vosotros, que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se sentare en el solio de su majestad, os sentaréis también vosotros sobre doce sillas y juzgaréis a las doce tribus de Israel. Esto indica que Jesús juzgará con sus discípulos. Por eso en otra parte dijo a los judíos: Si yo lanzo los demonios en nombre de Iielzebub, vuestros hijos ¿en qué nombre los echan? Ellos serán, por ende, vuestros jueces. No debemos creer que, como habla de doce tronos, juzgarán con él sólo doce hombres. El número doce expresa la totalidad de los que juzgarán con él, porque el número siete denota ordinariamente totalidad, y sus dos partes, o sea, el tres y el cuatro, multiplicadas, dan doce. En efecto, tres veces cuatro y cuatro veces tres suman doce, sin acudir a otras razones que hagan al caso. Además, como leemos que en lugar del traidor Judas fué ordenado el apóstol San Matías, San Pablo, que trabajó más que todos los demás, no tendría ya trono en que sentarse, Y él mismo da a entender que pertenece, con otros santos, al número de los jueces, cuando dice: ¿No sabéis que hemos de ser jueces hasta de los ángeles? El mismo problema se presenta con el número doce respecto a los que deben ser juzgados. No porque se dijo: Y juzgaréis a las doce tribus de Israel, la tribu de Leví, que hace el número trece, no será juzgada, o juzgarán solamente a ese pueblo y no a las demás naciones. Con la palabra regeneración quiso, sin duda, manifestar la resurrección de los muertos. Nuestra carne será regenerada por la incorrupción, como lo es nuestra alma por la fe. 

4. Paso por alto muchos textos que parecen aludir al juicio final, pero que, considerados con cierto escrúpulo, aparecer» ambiguos o relativos a otro punto. Este puede ser, bien la venida del Salvador que tiene lugar todos los días en su Iglesia, es decir, en sus miembros, en los que se manifiesta parcialmente y poco a poco, porque toda ella es su cuerpo; bien la destrucción de la Jerusalén terrena. De ésta habla con frecuencia y parece tratar del fin del mundo y del újtimo día del juicio. 

Así es casi imposible entender esos pasajes sin hacer una esmerada comparación de textos de los tres evangelistas San Mateo, San Marcos y San Lucas. Unas cosas, el uno las dice con más obscuridad y el otro más claramente, y así, parangonadas unas con otras, se descubre con claridad el pensamiento sobre este punto. Esto mismo me propuse hacer en una carta dirigida a Hesiquio, de feliz memoria, obispo de Salona, carta que llevaba por título Del fin del mundo.

5. Voy, pues, a abordar el pasaje del Evangelio de San Mateo en que se habla de la separación de los buenos y de los malos, que se realizará en el último juicio de Cristo. Cuando venga el Hijo del hombre con toda su majestad y acompañado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria. Y hará comparecer delante de él a todas las naciones y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, poniendo las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha:

Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que os está preparado desde el principio del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era peregrino, y me hospedasteis. Estando desnudo, me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a  verme. A lo cual los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te hallamos de peregrino y te hospedamos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a visitarte? Y el Rey, en respuesta, les dirá: En verdad os digo que siempre que lo hicisteis con alguno de mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis. Al mismo tiempo dirá a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que fué destinado para el diablo y sus ángeles. Luego recuerda a éstos las obras que no hicieron y que alabó en los de la derecha. Y al preguntarle cuándo lo habían visto en tal necesidad, les respondió que lo que no hicieron a sus pequeñuelos no lo hicieron a él. Y como colofón añadió: Por eso éstos irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna. El evangelista San Juan dice claramente que Cristo fijó el juicio a la hora en que resucitarán los muertos. Después de haber dicho que el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar lo dio al Hijo, con el fin de que. todos honren al Hijo como honran al Padre, pues quien no honra al Hijo no honra tampoco al Padre, que lo envió, añade: En verdad, en verdad os digo que quien escucha mi palabra y cree a aquel que me ha enviado, posee la vida eterna y no vendrá en juicio, sino que pasará de la muerte a la vida. He aquí que asegura que sus fieles no vendrán en juicio. ¿Cómo, pues, serán separados de los malos por el juicio y estarán a su derecha, si no  se toma aquí juicio por condenación? En efecto, no incurrirán en tal juicio los que escuchan su palabra y creen en Aquel que le ha enviado.

Libro XX, capítulo V, La Ciudad de Dios, San Agustín.


Los juicios de Dios y el juicio final - La Ciudad de Dios

1.Ya que voy a hablar, con la gracia de Dios, del juicio final y a afirmar su existencia contra los impíos y los incrédulos, debo poner como cimiento de este edificio los testimonios divinos. Los que rehusan creerlos, se afanan por contravenirlos con razonamientos humanos, llenos de errores y de mentiras, sosteniendo, bien que esos testimonios de las Sagradas Letras tienen otro sentido, bien negando  autoridad divina a esas palabras. Porque estoy en que no hay mortal que, entendiendo eso en su verdadero sentido y creyendo que es la palabra de Dios sumo y verdadero, no se rinda a ella y la admita. Y esto bien lo confiese de palabras, bien se  averguence o tema confesarlo por vanos escrúpulos, bien se empeñe en defender contenciosamente, con terquedad rayana en la locura, la falsedad de lo que sabe o cree es falso, contra la verdad de lo que cree o sabe que es verdadero.

2.Así, lo que la Iglesia universal del Dios verdadero confiesa y profesa, a saber, que Cristo ha de venir del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos, a eso llamamos nosotros último día del juicio, es decir, el último tiempo. Es incierto cuántos días durará ese juicio, pero nadie que haya léido las Escrituras Sagradas, por más a la ligera que lo haya hecho, desconoce que es usanza de esas Letras emplear el término día por el de tiempo. Por eso, cuando decimos día del juicio, añadimos último o final, porque Dios juzga también ahora y ha juzgado desde el principio del género humano, cuando arrojó del paraíso y apartó del árbol de la vida a nuestros primeros padres, perpetradores de un enorme pecado. Más aún: puede decirse que juzgó cuando no perdonó a los ángeles prevaricadores, cuyo príncipe, pervertido por  sí mismo, engañó por envida a los hombres. Y a su juicio, justo y profundo, se debe que la vida de los demonios en el aire y la de los hombres en la tierra sea tan mísera y esté tan llena de errores y de la lacras. Pero, aunque nadie hubiera pecado, el conservar a todas las criaturas racionales  unidas a su Señor en eterna bienandanza sería debido a un juicio justo y recto de Dios. Y no se contenta con someter a los demonios y los hombres a un juicio universal, ordenando que sean miserables en premio a sus primeros pecados, sino que juzga, además, de las obras propias de cada  uno, hecha con libertad. Porque también los demonios le piden que no los atormente, y no injustamente les perdona o les castiga según su ruindad. Los hombres pagan por sus acciones las penas, a veces abiertamente y siempre en secreto, sea en esta vida, sea después de la muerte, aunque nadie puede obrar bien sin la ayuda divina ni obrar mal si un justo juicio de Dios no lo permite. Ya que, como dice el Apóstol, en Dios no cabe injusticia; y en otra parte: Sus juicios son inescrutables y sus caminos incomprensibles. 

En este libro, por tanto, no trataré de los primeros juicios de Dios ni de los actuales, sino del juicio final, en el que Cristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Este es propiamente el día del juicio, porque entonces no habrá ya lugar a quejas ignorantes, preguntando por qué tal injusto es feliz y tal justo es infeliz. Entonces aparecerá la felicidad auténtica de los buenos y la infelicidad irrevocable y merecida de los malos.

Libro XX, capítulo I, La Ciudad de Dios, San Agustín.



Fin de los impíos - La Ciudad de Dios

 Al contrario, los que no pertenecen a esta ciudad de Dios tendrán por lote una miseria eterna, por otro nombre muerte segunda, porque ni el alma ni el cuerpo viven. El alma, porque estará separada de su vida, que es Dios, y el cuerpo, porque sufrirá dolores eternos. La muerte segunda será más dura, porque no podrá terminar con la muerte. Mas, siendo la guerra contraria a la paz, como la miseria a la felicidad y la muerte a la vida, puede preguntarse, y con razón, si a la paz, tan celebrada y alabada como sumo bien, responderá una guerra en el mal supremo. Quien esto pregunte, repare qué es lo dañino y pernicioso en la guerra, y hallará que no es más que la oposición y el choque de dos cosas entre sí. ¿Qué guerra; pues, más grave y más amarga puede imaginarse que aquella en que la voluntad será tan contraria a la pasión, y la pasión a la voluntad, que su enemistad no cesará jamás por la victoria de una o de otra?  . Y ¿cuál más cruel que aquella en que la fuerza del dolor combate a la naturaleza del cuerpo, sin que ninguno de los dos se rinda? Cuando en el mundo se desencadena ese combate, o vence el dolor, y la muerte priva del sentido, o vence la naturaleza y la salud arroja el dolor. Empero, en la otra vida subsiste el dolor para atormentar y la naturaleza para sentir el dolor, y no falta ni el uno ni la otra para  que la pena dure siempre. Mas, como tanto los buenos como los malos pasan por el juicio final, unos al bien supremo, que debe apetecerse, y otros al mal soberano, que debe esquivarse, trataré sobre este punto en el libro siguiente,, cuanto Dios me diere.

Libro XIX, capítulo XXVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.


miércoles, 19 de junio de 2024

La paz universal y su indefectibilidad - La Ciudad de Dios

 Así, la paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes; y la del alma irracional,  la ordenada calma de sus apetencias. La paz del alma racional es la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, y la paz del cuerpo y del alma, la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el hombre mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la ley eterna. Y la paz de los hombres entre sí, su ordenada concordia. La paz de la casa es la ordenada concordia entre los que mandan y los que obedecen en ella, y la paz de la ciudad es la ordenada concordia entre los ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la ciudad celestial es la unión ordenadísima y concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios. Y la paz de todas las cosas, la tranquilidad del orden. Y el orden es la disposición que asigna a las cosas diferentes y a las iguales el lugar que les corresponde. Por tanto, como los miserables, en cuanto tales, no están en paz, no gozan de la tranquilidad del orden, exenta de turbaciones; pero como son merecida y justamente miserables, no pueden estar en su miseria fuera del orden. No están unidos á los bienaventurados, sino separados de ellos por la ley del orden. Estos, cuando no están turbados, se acoplan cuanto pueden a las cosas en que están. Hay, pues, en ellos cierta tranquilidad en su orden y, por tanto, tienen cierta paz. Pero son miserables, porque, aunque están donde deben estar, no están donde no se verían precisados a sufrir. Y son más miserables si no están en paz con la lev que rige el orden natural. 

Cuando sufren, la paz se ve turbada por ese flanco; pero subsiste por este otro en que ni el dolor consume ni la unión se destruye. Del mismo modo que hav vida sin dolor y no puede haber dolor sin vida, así hav cierta paz sin guerra, pero no puede haber guerra sin paz. Y esto no por la guerra en sí,sino por los agitadores de las guerras, que son naturalezas, y no lo fueran si la paz no les diera subsistencia.

Existe una naturaleza en la que no hay ningún mal, en la que no puede haber mal alguno. Mas no puede existir naturaleza alguna en la que no se halle algún bien. Por tanto, ni la misma naturaleza del diablo, en cuanto naturaleza, es un mal. La hace mala su perversidad. No se mantuvo en la verdad, pero no escapó al juicio de la misma. No se mantuvo en la tranquilidad del orden, pero no escapó a la potestad del Ordenador. La bondad de Dios, que aparece en su naturaleza, no le substrae a la justicia de Dios, que le ordena a la pena. Dios no castiga en él el bien por El creado, sino el mal que él cometió. No priva a la naturaleza de todo lo que le dio, sino que substrae algo, y le deja algo, a fin de que haya quien sufra la substracción. El dolor es el mejor testigo del bien substraído y del bien dejado, porque, si no existiera el bien dejado, no podría dolerse el bien quitado. El que peca es peor si se alegra en el daño de la equidad, y el que es atormentado, si de él no reporta bien alguno, sufre el daño de la salud. Y es que la equidad y la salud son dos bienes, y de la amisión del bien es preciso dolerse, no alegrarse (si es que no hay una compensación en lo mejor, y es mejor la equidad del ánimo que la salud del cuerpo). Es más razonable, sin duda, el dolerse el pecador de sus suplicios que el alegrarse de sus crímenes. Así como el alegrarse del bien abandonado al pecar es una prueba de la voluntad mala, así el dolor del bien perdido en el suplicio es testigo de la naturaleza buena. Quien siente haber perdido la paz de su naturaleza, lo siente por ciertos restos de paz que hacen que ame su naturaleza. Los inicuos e impíos lloran en sus tormentos la pérdida de los bienes naturales y sienten a Dios como justísimo robador de los  mismos por haberle despreciado como benignísimo dador. Dios, pues, Creador sapientísimo y Ordenador justísimo de todas las naturalezas, que puso como remate y colofón de su obra creadora en la tierra al hombre, nos dio ciertos bienes convenientes a esta vida, a saber: la paz temporal segpun la capacidad de la vida mortal para su conservación, incolumidad y sociabilidad. Nos dio además todo lo necesario para conservar o recobrar esta paz; así lo propio y conveniente al sentido, la luz, la noche, las auras respirables, las aguas potables y cuanto sirve para alimentar, cubrir, curar y adornar el cuerpo. Todo esto nos lo dio bajo una condición, muy justa por cierto: que el mortal que usara rectamente de tales bienes los recibirá mayores y mejores.  Recibirá una paz inmortal acompañada de gloria y el honor propio de la vida eterna, para gozar de Dios y del prójimo en Dios. Y el que usara mal no recibirá aquellos y perderá estos. 

Libro XIX, capítulo XIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

La paz, aspiración suprema de los seres - La Ciudad de Dios

 Quienquiera que repare en las cosas humanas y en la naturaleza de las mismas, reconocerá conmigo que, así como no hay nadie que no quiera gozar, así <<no hay nadie que no quiera tener paz>> En efecto, los mismos amantes de la guerra no desean más que vencer, y, por consiguiente, ansían llegar guerreando a una paz gloriosa. Y ¿qué es la victoria más que la sujeción de los rebeldes? Logrando este efecto llega la paz. La paz es, pues, también el fin perseguido por quienes se afanan en poner a prueba su valor guerrero presentando guerra para imperar y luchar. De donde se sigue que el verdadero fin de la guerra es la paz. El hombre, con la guerra, busca la paz; pero nadie busca la guerra con la paz. 

Aun los que perturban la paz de intento no odian la paz, sino que ansían cambiarla a su capricho. 

Su voluntad no es que no haya paz, sino que la paz sea según su voluntad. Y si llegan a separse de  otros por alguna sedición, no ejecutan su intento si no tienen con sus cómplices una especie de paz. Por eso los bandolores procuran estar en paz entre sí, para alterar con más violencia y seguridad la paz de los demás. Y si hay algún salteador tan forzudo y enemigo de compañías que no se confíe a nadie y saltee y mate y se dé al pillaje él solo, al menos tiene una especie de paz, sea cual fuere, con aquellos a quienes no puede matar y a quienes quiere ocultar lo que hace. En su casa procura vivir en paz, con su esposa, con los hijos, con los domésticos, si los tiene, y se deleita en que sin chistar obedezcan a su voluntad. Y si no se le obedece, se indigna, riñe y castiga, y si la necesidad lo exige, compone la paz familiar con crueldad. Él ve que la paz no puede existir en la familia si los miembros no se someten a la cabeza, que es él en su casa. Y si una ciudad o pueblo quisiera sometérsele como deseaba que le estuvieran sujetos los de su casa, no se escondiera ya como ladrón en una caverna, sino que se engallaría a vista de todos, pero con la misma cupididad y malicia. Todos desean, pues, tener paz con aquellos a quienes quieren gobernar a su antojo.

Y cuando hacen la guerra a otros hombres, quieren hacerlos suyos, si pueden, e imponerles luego  las condiciones de su paz.  Supongamos a uno descrito con las pinceladas de la fábula y de los poetas. Quizá por su invariable fuerza prefirieron llamarle semihombre a hombre. Su reino sería la espantosa soledad de un antro desierto, y su malicia tan enorme, que recibió el nombre griego "kakós"(malo). Sin esposa con quien tener charlas amorosas, ni hijos pequeñitos que alegraran sus días, ni mayores a quienes mandara. No gozaba de la conversación de algún amigo, ni siquiera de Vulcano, su padre, más feliz al menos que este dios, porque él no engendró otro monstruo semejante. Lejos de dar nada a nadie, robaba a los demás cuando y cuanto podía y quería. Y, sin embargo, en su antro solitario, cuyo suelo, según el poeta, siempre estaba regado de sangre, sólo anhelaba la paz, un reposo sin molestia ni turbación de violencia o miedo. Deseaba también tener paz con su cuerpo, y cuanta más tenía, tanto mejor le iba.Mandaba a sus miembros, y estos obedecían. Y con el fin de pacificar cuanto antes su mortalidad, que se rebelaba contra él, por la indigencia y el hambre, que se coligaban para disociar y desterrar el alma del cuerpo, robaba, mataba y devoraba. Y aunque inhumano y fiero, miraba, con todo, inhumana y ferozmente por la paz de su vida y salud. Si quisiera tener con los demás esa paz que buscaba tanto para sí en su caverna y en sí mismo, ni se llamara malo, ni monstruo, ni semihombre. Y si las extrañas formas de su cuerpo y el torbellino de llamas vomitado por su boca apartó a los hombres de su compañía, era cruel no por deseo de hacer mal, sino por necesidad de vivir. Mas este no ha existido o, lo que es más creíble, no fue tal cual lo pinta el poeta, porque, si no alargara tanto la mano en acusar a Caco, serían pocas las alabanzas de Hécules. Este hombre, o mejor decir, este semihombre, no existió, como tantas otras ficciones de poetas. Porque aun las fieras más crueles -y este participó también de esa fiereza, se llamó semifiera- custodian la especie con cierta paz, cohabitando, engendrando, pariendo y alimentando a sus hijos, a pesar de que con frecuencia insociables y solívagas, son no como las ovejas, los ciervos, las palomas, los estorninos y las abejas, sino como los leones, las raposas, las águilas y las lechuzas. ¿Qué tigre hay que no ame blandamente a sus cachorros y, depuesta su fiereza, no los acaricie? ¿ Qué milano, por más solitario que vuele sobre la presa, no busca hembra, hace su nido, empolla los huevos, alimenta sus polluelos y mantiene como puede la paz en su casa con su compañera, como una especie de madre de familia? ¡Cuánto más es arrastrado el hombre por las leyes de su naturaleza a formar sociedad con todos los hombres y a lograr la paz en cuanto esté de su parte! Los malos combaten por la paz de los suyos, y quieren someter, si es posible, a todos, para que todos sirvan a uno solo. ¿ Por qué? Porque desean estar en paz con él, sea por miedo, sea por amor. Así, la soberbia imita perversamente a Dios.  Odia bajo él la igualdad con sus compañeros, pero desea imponer su señorío en lugar de él. Odia la paz justa de Dios y ama su injusta paz propia.

Es imposible que no ame la paz, sea cual fuere. Y es que no hay vivir tan contrario a la  naturaleza que borre los vestigios últimos de la misma. El que sabe anteponer lo recto a lo torcido, y lo ordenado a lo perverso, reconoce que la paz de los pecadores, en comparación de la paz de los justos, no merece ni el nombre de paz. Lo que es perverso o contra el orden, necesariamente ha de estar en paz en alguna, de alguna y con alguna parte de las cosas en que es o de que consta. De lo contrario, dejaría de ser.  Supongamos un hombre suspendido por los pies, cabeza abajo. La situación del cuerpo y el orden de los miembros es perverso, porque está invertido el orden exigido por la naturaleza, estando arriba lo que debe estar naturalmente abajo. 

Este desorden turba la paz del cuerpo, y por eso es molesto. Pero el alma está en paz con su cuerpo y se afana por su salud, y por eso hay quien siente el dolor. Y si, acosada por las dolencias, se separara, mientras subsista la trabazón de los miembros, hay alguna paz entre ellos, y por eso aún hay alguien suspendido. El cuerpo terreno tiende a la tierra, y al oponerse a eso su atadura busca el orden de su paz y pide en cierto modo, con la voz de su peso, el lugar de su reposo. Y, una vez exánime y sin sentido, no se aparta de su paz natural, sea conservándola, sea tendiendo a ella. Si se le embalsama, de suete que se impida la disolución del cadáver, todavía une sus partes entre sí cierta paz, y hace que todo el cuerpo busque el lugar terreno y conveniente y, por consiguiente, pacífico. Empero, si no es embalsamado y se le deja a su curso natural, se establece un combate de vapores contrarios que ofenden nuestro sentido. Es el efecto de la putrefacción, hasta que se acople a los elementos del mundo y retorne a su paz, pieza a pieza y poco a poco. De estas transformaciones no se substrae nada a las leyes del supremo Creador y Ordenador, que gobierna la paz del universo. Porque, aunque los animales pequeños nazcan del cadáver de animales mayores, cada corpúsculo de ellos, por la ley del Creador, sirve a sus pequeñas almas para su paz y conservación. Y aunque unos animales devoren los cuerpos muertos de otros, siempre encuentran las mismas leyes difundidas por todos los seres para la conservación de las especies, pacificando cada parte con su parte conveniente, sea cualquiera el lugar, la unión o las transformaciones que hayan sufrido.

Libro XIX, capítulo XII, La Ciudad de Dios, San Agustín.


La felicidad de la paz eterna, fin y verdadera perfección de los santos -La Ciudad de Dios

 La felicidad de la paz eterna, fin y verdadera perfección de los santos. Podemos, en consecuencia, decir de la paz lo que hemos dicho de la vida eterna, que es el  fin de nuestros bienes, ya que un salmo, hablando de la ciudad objeto de esta laboriosa obra, se expresa así: Alaba al Señor, Jerusalén; alaba, Sión, a tu Dios. Porque el que afianzó con fuertes barras tus puertas y ha bendecido a tus hijos y moradores, ese ha establecido la paz a tus fines. Una vez que los pestillos de sus puertas fueren afianzados, ya no entrará ni saldrá nadie de ella. 

Por esos fines de que habla el salmo debemos entender aquí la paz, que queremos probar como final. El nombre místico de esa Ciudad, es decir, Jerusalén, significa Visión de paz, como ya hemos hecho notar. Mas, como el nombre de paz es también corriente en las cosas mortales, donde no se da la vida eterna, he preferido reservar este nombre de vida eterna para el fin en que la Ciudad de Dios encontrará su bien supremo y soberano. De este fin dice el Apóstol: Ahora, libres del pecado y convertidos en siervos de Dios, tenéis por fruto vuestro la santificación y por fin la vida eterna.

Mas, como también los no familiarizados con las Sagradas Escrituras pueden entender por vida eterna la vida de los pecadores, bien, según algunos filósofos, por la inmortalidad del alma, bien, según nuestra fe, por las penas interminables de los impíos, que no serán eternamente atormentados si no viven eternamente, debe llamarse fin de esta ciudad en que gozará del sumo bien, o la paz en la vida eterna, o la vida eterna en la paz. Así, todos pueden enterderlo con facilidad. Y la paz es un bien tan noble, que aun entre las cosas mortales y terrenas no hay nada más grato al oído, ni más dulce al deseo, ni superior en excelencia. Abrigo la conviccipon de que, si me detuviera un poco a hablar de él, no sería oneroso a  los lectores, tanto por el fin de esta ciudad de que tratamos como por la dulcedumbre de la paz, ansiada por todos. 

Libro XIX, capítulo XI, La Ciudad de Dios, San Agustín.

lunes, 17 de junio de 2024

Diversidad de lenguas y miseria de las guerras - La Ciudad de Dios, San Agustín.

 Después de la ciudad o la urbe viene el orbe de la tierra, tercer grado de la sociedad humana, que sigue estos pasos; casa, urbe y orbe. El universo es como el océano de las aguas:  cuanto mayor es, tanto más abunda en escollos. El primer foco  de separación entre los hombres es la diversidad de lenguas. Supongamos que en un viaje se encuentran un par de personas, ignorando una la lengua de la otra, y que la necesidad les obliga a caminar juntas un largo trecho. Los animales mudos, aunque sean de diversa especie, se asocian más fácilmente que estos dos, con ser hombres. Y cuando únicamente por la diversidad de lenguas los hombres no pueden comunicar entre sí sus sen timientos, de nada sirve para asociarlos la más pura semejanza de naturalez. Esto es tan verdad, que el hombre en tal caso está de mejor gana con su perro que con un hombre extraño. Se ha trabajado para que la ciudad imperiosa imponga no sólo su yugo, sino también su lengua, a las naciones domeñadas por la paz de la sociedad. Esta paz ha motivado esa abundancia de intérpretes que vemos. Es verdad, pero esto ¡a costa de cuántas y cuan enormes guerras, de cuántos destrozos y de cuánto derramamiento de sangre se ha logrado! Pasaron estos males, y, sin embargo, su miseria no se acabó. Si bien es cierto que no han faltado, ni faltan, naciones enemigas extranjeras contra las cuales se han librado siempre y se libran aún hoy guerras, sin embargo, la misma grandeza del imperio ha dado origen a guerras de peor laya, a las guerras sociales y a las civiles. El género humano padece con ellas tremendas sacudidas, tanto cuando se guerrea para conseguir la paz como cuando se teme un nuevo levantamiento. Si quisiera exponer como se merecen los mil estragos de esos males, sus duras e inhumanas crueldades, aunque por una parte me sería imposible pintarlo como exige, por otra, ¿cuál sería el fin de este prolijo discurso?

El sabio—añaden ellos—ha de librar guerras justas. ¡Como si el sabio, consciente de que es hombre, no sentirá mucho más verse obligado a declarar guerras justas, pues, si no fueran justas, no debía declararlas, y, por tanto, para él no habría guerras! La injusticia del enemigo es la causa de que el sabio declare guerras justas. Y esa injusticia, aunque no fuera acompañada de la guerra, simplemente por ser tara humana, debe deplorarla el hombre. Es evidente, pues, que quien considere con dolor males tan enormes, tan horrendos y tan inhu manos, reconoce en ellos la miseria. Y el que los sufre o considera sin dolor es mucho más miserable al creerse feliz, porque ha perdido el sentimiento humano. 

Libro XIX, capítulo VII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

Error de los juicios humanos cuando la verdad es oculta - La Ciudad de Dios

¿Qué decir de los juicios que los hombres dan sobre los hombres, actividad que no puede faltar en las ciudades por más en paz que estén? ¿Hemos pensado alguna vez en cuáles,  cuán miserables y cuán dolorosos son? Juzgan quienes no pueden leer en las conciencias de quienes son juzgados. De aquí nace con frecuencia la necesidad de recurrir con tormentos a testigos inocentes para declarar la vrdad de una causa ajena. y ¿qué diré del tormento que se hace sufrir al acusado en su propia causa? Y ¿qué, cuando para saber si es culpable le atormentan, y, siendo inocente, se le imponen penas ciertas por un crimen incierto, no porque se descubre que lo ha cometido, sino porque se ignora que no lo ha cometido?

La ignorancia del juez es, con frecuencia, la desdicha del inocente. Y lo que es más intolerable, de un riego abundoso de lágrimas es que, ordenando el juez atormentar al reo para no hacer morir a un inocente por ignorancia, sucede, por la miseria de esa ignorancia, que mata al atormentado e inocente a quien había atormentado para no matarle inocente. Si, según la doctrina de estos filósofos*, el reo amara huir de la vidad que sufrir por más tiempo esos tormentos, diría que ha cometido un crimen que no cometió. Y helo ya condenado y muerto, y el juez aún no sabe si ha dado muerte a un culpable o a un inocente, habiéndolo atormentado para no matar por ignorancia a un inocente. Lo atormentó para conocer su inocencia y lo mató sin conocerla. En estas tinieblas de la vida civil, un juez que sea sabio, ¿se sentará o no en el tribunal? Se sentará, sin duda, porque le constriñe a eso y le obliga la sociedad humana, a la que considera crimen abandonar. ¡Y no considera crimen atormentar a testigos inocentes en causas ajenas, y que los acusados, a menudo vencidos por la vehemencia del dolor, declarando de sí mismos cosas falsas, sean condenados siendo inocentes, después de haber sido atormentados inocentes! ¡Y no considera crimen tampoco que a veces los acusadores, quizá con el deseo de ser útiles a la sociedad humana y con el fin de que no queden impunes los crímenes, mintiendo los testigos, y el reo haciendo con bravura frente a los tormentos, no confesando, sin poder probar aquellos sus declaraciones, aunque sean verdaderas, son condenados por un juez ignorante! Estos no creen pecados tantos y tan enormes males, porque el juez sabio no los hace con voluntad perversa, sino por ignorancia invencible, y como le fuerza a ello la sociedad humana, lo hace también obligado por su oficio. Pero, si esto no puede achacarse a malicia del todo, sí merece el nombre de miseria humana. Y si la necesidad, es decir, su ignorancia y su oficio de juez le constriñen a castigar y a atormentar a los inocentes, ¿es poco no ser reo si no es además feliz? ¡Ah! ¡Cuánto más cuerda y dignamente oblaría reconociendo su miseria en esta necesidad y odiándola en sí mismo, y, si tiene algún sentimiento de piedad, clamando a Dios: Líbrame de mis necesidades!

Libro XIV, capítulo VI, La ciudad de Dios, San Agustín.

* San Agustín se refiere a los estoicos: 

"Me maravilla que los estoicos hayan tenido la osadía de negar la existencia de esos males y aconsejar al sabio que, si son tan fuertes o que no pueden o no deben soportarlos, se suicide y emigre de esta vida.  Tal es la estupidez y el orgullo de estos hombres que pretenden hallar el principio de la felicidad en esta vida y en sí mismos". Libro XIX, capítulo IV Sentir de los cristianos sobre este punto del supremo bien.


sábado, 15 de junio de 2024

La diversidad de herejías es un argumento en favor de la Iglesia católica - La Ciudad de Dios

Mas el diablo, viendo que los templos de los demonios eran abandonados y que el género humano corría al nombre del Mediador y del Libertador, suscitó a los herejes a fin de que, con capa de cristianos, combatieran la doctrina cristiana. ¡Como si la Ciudad de Dios pudiera tener en su  seno, sin corrección y discriminación, personas de tan contrarios pareceres, a ejemplo de los filósofos, que se contradecían unos a otros en la ciudad de la confusión! Los que en la Iglesia de Cristono tienen opiniones malas y peligrosa, si, corregidos, resisten contumazmente y se niegan a enmendar sus pestíferas y mortíferas doctrinas y persisten en defenderlas, se hacen herejes, y, una vez fuera de  la Iglesia, los miramos como enemigos que la ejercitan. Así, con su mal son útiles a los verdaderos católicos, que son miembros de Cristo, usando Dios bien de los malos y cooperando todo al bien de los que le amana. En efecto, los enemigos de la Iglesia, bien sean cegados por el error, bien reprobados por la malicia, si la persiguen corporalmente ejercitan su paciencia, y si la combaten con sus doctrinas contrarias, ejercitan su sabiduría.  Pero siempre, para amar a los enemigos, los fieles ejercitan su benevolencia o su  beneficencia, ora se proceda con ellos por conferencias apacibles, ora por castigos terribles. Por eso, el diablo, príncipe de la ciudad impía, sublevando a sus esclavos contra la Ciudad de Dios que peregrina en este mundo, no se permite hacerle daño alguno. La Providencia divina le procura consuelo en la prosperidad para que la adversidad no la quiebre, y en la adversidad, ejercitación para que la prosperidad no la corrompa. Esta  atemperación es el origen de aquellas palabras del Salmo: A proporción de los muchos males que atormentaron mi corazón, tus consuelos han llenado de alegría mi alma.

En el mismo tono dice el Apóstol: El Doctor de las Gentes dice también que todos los que quieran vivir santamente según Cristo, han de sufrir persecuciones. Es preciso, pues, hacerse a la idea de que no pueden faltar en ningún tiempo. Porque, cuando parece reinar la paz por parte de los enemgos de fuera, y en realidad reina, y esta brinda un gran consuelo sobre todo a los débiles, dentro no faltan, en ningún tiempo. Porque, cuando parece reinar la paz por parte de los enemigos de afuera, y en realidad reina, y esta brinda un gran consuelo sobre todo a los débiles, dentro no faltan, más aún, son muchos los enemigos que atormentan el corazón de los hombres de bien en sus rotas costumbres.  Estos son la causa de que el nombre cristiano y católico sea blasfemado, y cuanto más aman ese nombre las almas piadosas, anhelosas de vivir según Cristo, tanto más sienten que hagan esa injuria los malos cristianos, y sea por eso menos amado de lo que ellos desean. Otro objeto de dolor para los piadosos es pensar que los herejes, que se  dicen también cristianos y tienen los mismos sacramentos,  y las mismas Escrituras, y la misma profesión, enviscan con sus disensiones en la lucha a muchos dispuestos a abrazar el cristianismo. Y dan lugar a blasfemias contra el nombre cristiano, nombre que también ellos ostentan.   Estas y parecidas posturas y desviaciones de los hombres son una persecución callada para los que quieren vivir santamente en Cristo aun sin que nadie atormente y veje su cuerpo.  Es una persecución interior, cordial, no corporal. Pero además, como es sabido que las promesas de Dios son inmutables y que el Apóstol dice: El Señor conoce a los suyos, pues a los que tiene previstos, también los predestinó para ser conformes a la imagen de su Hijo, y,por lo tanto, de estos no puede perecer ninguno, el Salmo añade: Tus consuelos han llenado de alegría mi alma. El dolor que roe el corazón de los piadosos perseguidos por las costumbres de los cristianos malos o falsos es útil a los que lo sienten, porque nace de la caridad, que se alarma por estos miserables y por quienes impiden la salud de los otros. En fin, los fieles reciben grandes consuelos de la enmienda de los malos, y su conversión esparce sobre sus almas un riego de  tanta fecundidad cuanto fue el dolor que los atormentó antes. La Iglesia en este siglo, en estos tristes días, no sólo desde Cristo y los apóstoles, sino desde el primer justo Abel, a quien dio muerte su impío hermano, y hasta el fin del mundo, camina su jornada entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios.


Libro XVIII, capítulo LI, La Ciudad de Dios, San Agustín.




 

LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO Y SU ESCLARECIMIENTO -La Ciudad de Dios

 Luego hay una profecía que dice: La ley saldrá de Sión, y la palabra de Dios, de Jerusalén; y están las predicciones de Cristo mismo cuando, después de su resurrección, ante la admiración de los discípulos, les abrió el espíritu para que entendiesen las Escrituras, y les dijo: Así estaba escrito y así era necesario que Cristo padeciera, y que resucitara de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se predicase la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones^ comenzando por Jerusalén. A éstas se añade aquella que hizo respondiendo a los que le preguntaban sobre su última venida: No os toca a vosotros saber los tiempos y los momentos, que el Padre tiene reservados a su poder. Recibiréis, sí, la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en toda Judea y Samaría y hasta en los confines de la tierra. Según estas profecías, la Iglesia partió de Jerusalén, y, habiendo sido mu-chos en Judea y Samaría, se extendió a otras naciones, predicándoles el Evangelio aquellos a quienes Cristo, como lumbreras, había preparado con la palabra y encendido con el Espíritu Santo. El les había dicho: No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma. Y para que no les enfriase el temor, ardían en el fuego de la caridad. En suma, no solamente se sirvió para predicación de su Evangelio de aquellos que le habían visto y oído antes y después de su pasión y resurección, sino también de los sucesores de estos, que llevaron su palabra al mundo entero entre persecuciones, tormentos y muertos sin cuento. Dios confirmaba esto con maravillas, con prodigios, con virtudes varias y con diversos dones del Espíritu Santo. Pretendía con esto que los gentiles, creyendo  en el crucificado por la redención de ellos, veneraran con amor cristiano la sangre de los mártires que derramaron con furor diabólico, y que los reyes, cuyos edictos socavaban la Iglesia, se sometieran humildemente al nombre que se afanaron por desterrar cruelmente de la tierra. Así, sus persecuciones se dirigirían contra los dioses falsos, por cuya causa habían sido antes perseguidos los adoradores del Dios verdadero.

Libro XVIII, capítulo L, La Ciudad de Dios, San Agustín.

DE LA CONVIVENCIA GENERAL DE ELEGIDOS Y REPROBOS EN LA IGLESIA - La Ciudad de Dios

 En este siglo perverso, en estos tristes días, donde la Iglesia logra por su humillación presente su exaltación futura, y es ejercitada con los aguijones del terror, con los tormentos del dolor, con las molestias del trabajo y con los peligros de las tentaciones, sin tener otra alegría que la esperanza si se regocija como debe, muchos reprobos se mezclan con los buenos. Unos y otros son recogidos como en la red evangélica, y en el mundo, como en el mar, prendidos en las mallas, nadan entremezclados hasta llegar a la orilla, en que los malos serán separados de los buenos . Dios habitará en los buenos como en .su templo, y será todo en todos. Así vemos cumplirse la voz del que hablaba en el Salmo en estos términos: He publicado y anunciado por doquier y se han multiplicado sin número. Esto sucede ahora desde que fué anunciado primero por boca de San Juan, su precursor, y luego por la suya propia : Haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos. Se rodeó de algunos discípulos, a los que llamó apóstoles, hombres de condición humilde, sin honra y sin letras, de suerte que, si fueran o hicieran algo digno, El lo fuera u obrara en ellos. Entre ellos hubo uno malo, y el Señor, usando bien de su maldad, se sirvió de él para cumplir lo ordenado en torno a su pasión y dar ejemplo de tolerancia a su Iglesia. Y, una vez suficientemente esparcida la semilla del santo Evangelio, su presencia corporal padeció, murió y resucitó, mostrando con su pasión lo que dehemos soportar por la verdad, y con su resurrección, lo que debemos esperar en la eternidad, sin hablar del profundo sacramento de su sangre, derramada en remisión de los pecados.

Conversó después durante cuarenta días con sus discípulos en la tierra y ascendió a los cielos ante sus ojos, y diez días después envió, según su promesa, el Espíritu Santo. Su venida sobre los fieles está marcada con el signo supremo, y entonces necesario, de que hablaran toda clase de lenguas. Esto era figura de la unidad de la Iglesia católica, que había de estar extendida por todo el orbe y hablar las lenguas de todos los pueblos.

Libro XVIII, capítulo XLIX, La Ciudad de Dios, San Agustín

LA PROFECÍA DE AGEO Y SU CUMPLIMIENTO EN LA IGLESIA - La Ciudad de Dios


Esta casa de Dios es de mayor gloria que la primera, construida de madera, de piedras preciosas y recubierta de oro. La profecía de Ageo no ha sido cumplida en la restauración del templo, pues desde la restauración tuvo su mayor época de esplendor en tiempo de Salomón. Más aún, puede decirse que su gloria menguó con el cese de las profecías, y luego, por los diversos estragos que sufrieron los judíos hasta su destrucción, llevada a cabo por los romanos, como ya hemos apuntado. En cambio, esta casa, que pertenece al Nuevo Testamento, es tanto más gloriosa cuanto mejores son las piedras que la componen, esas piedras vivas por la fe y la renovación. Ha sido figurada por la restauración del templo porque, en lenguaje profético, esa renovación significa el Nuevo Testamento. En estas palabras de Dios por el profeta: Yo daré la paz a este lugar, debe entenderse por el lugar que significa, el lugar significado por él. Y así como ese lugar restaurado es figura de la Iglesia, que había de ser edificada por Cristo, esas palabras tienen el siguiente sentido: Y estableceré la paz en el lugar que figura. 

En efecto, todas las cosas figurativas parecen representar, en cierta manera, las cosas figuradas. A este tenor dice el Apóstol:

Y la piedra era Cristo, porque la piedra de que hablaba era figura de Cristo. La gloria de esta casa del Nuevo Testamento es, pues, mayor que la del Antiguo, y aparecerá tal cuando se haga la dedicación. Entonces vendrá el Deseado de las naciones, como se lee en el hebreo, porque su primera venida no podía ser deseada por todas las naciones, pues no conocían a quién habían de desear y aún no habían creído en él. Y entonces, según los Setenta (porque también su sentido es profético), vendrán los que ha escogido el Señor de todas las naciones. 

Entonces vendrán únicamente los elegidos, de los cuales dice el Apóstol: Nos has elegido en él antes de la creación del mundo. El gran Arquitecto, que dijo: Muchos son los llamados y pocos los elegidos, sabía muy bien que el edificio de esta casa, que no vería en adelante la ruina, no lo formarían los llamados, que merecieron ser despedidos, sino solamente los elegidos. Mas mientras ahora estos que separará el aventalle, como el grano de la paja en la era, llenan las iglesias, la gloria de esta casa no aparece tan grande como aparecerá cuando cada cual donde esté, estará siempre.


Libro XVIII, capítulo XLVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín

miércoles, 12 de junio de 2024

¿Existían, fuera de los israelitas, ciudadanos de la Ciudad Celestial antes del cristianismo? San Agustín.

 

Si, pues, algún autor extraño a los judíos y no admitido en el canon de las sagradas Letra profetizó a Cristo y llegó ya o llegare a nuestro conocimiento, podemos aducirlo a título de redundancia. Y esto no porque nos sea necesario ese testimonio, sino porque no es incongruencia creer que existieron, en otras naciones hombres a quienes fué revelado este misterio. Amén de que quienes fueron impulsados a predecirlo, o fueron particioneros de la misma gracia, o ajenos a ella, pero instruídos por los ángeles malos, que confesaron a Cristo presente, como sabemos, a quien no conocían los judíos. Además, no creo que los judíos mismos se atrevan a sostener que nadie, fuera de los israelitas, perteneció a Dios desde la elección de Israel y la reprobación de gu hermano mayor. Es verdad que el pueblo llamado propiamente pueblo de Dios fué éste, pero no pueden negar que había en las demás naciones algunos hombres dignos de ser llamados verdaderos israelitas por ser ciudadanos de la patria celestial, unidos con vínculos no terrenos, sino celestiales. Si lo niegan, es fácil convencerles con el ejemplo del santo y admirable Job, que ni fué indígena ni prosélito, es decir, advenedizo al pueblo de Israel, sino un extranjero oriundo de la Idumea, donde nació y murió. La divina palabra le prodiga tales elogios, que, en cuanto a justicia y a piedad, no es comparable a ningún hombre de su tiempo. Aunque las crónicas no nos dicen en qué tiempo vivió, podemos conjeturarlo por su libro, admitido por los judíos en el canon a vista de su excelencia. Vivió tres generaciones después de Jacob. Y no me cabe la menor duda que fué afecto de la Providencia divina, que quiso enseñarnos en este ejemplo que también entre las demas naciones han existido hombres que vivieron según Dios y que le agradaron, que son miembros de la Jerusalén espiritual.

Pero debe creerse que esta gracia se concedió solamente a aquellos a quienes fué divinamente revelado el único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. Y su futura encarnación era prenunciada entonces a los futuros santos, como se nos anunció ya realizada su encarnación, a fin de que una y la misma fe por su mediación conduzca a Dios a todos los predestinados a la Ciudad de Dios, a la casa de Dios, al templo de Dios. En cuanto a las profecías sobre la gracia de Dios por medio de Jesucristo que hacen otros, se puede pensar que son ficciones de los cristianos. Y así, no hay argumento más fuerte contra quienes impugnan éstos ni más propio para confirmar nuestra fe, si se toman las cosas como se debe, que aducir las predicciones divinas sobre Cristo contenidas en los códices de los judíos. Estos, arrancados de sus propios lares y esparcidos por el orbe entero, han contribuido con su testimonio al florecimiento universal de la Iglesia de Cristo.

Libro XVIII, capítulo XLVII, La Ciudad de Dios, San Agustin.

EL NACIMIENTO DEL SALVADOR Y LA DISPERSIÓN DE LOS JUDÍOS - La Ciudad de Dios

Reinando Herodes en Judea, el emperador César Augusto había dado la paz al mundo después de cambiado el régimen constitucional de la república, cuando Cristo, según la profecía citada, nació en Belén de Judá, hombre visible, nacido humanamente de una virgen, y Dios oculto, engendrado  divinamente de un Dios Padre. Así lo había predicho el profeta: Sabed que una virgen concebirá y dará a luz a un hijo, y le llamarán Emmanuel, que se traduce Dios con nosotros. Y Él, para evidenciar su divinidad, obró muchos milagros. De ellos los Evangelios recogieron algunos, los suficientes para probar su intento. El primer milagro fue su admirable nacimiento, y el último, su gloria ascensión  al cielo con su cuerpo resucitado. Los judíos, que le mataron y se negaron a creer  en Él, porque convenía que muriera y resucitara, sufrieron el saqueo más desgraciado de los romanos y fueron arrojados de su país, del que eran ya señores los extranjeros, y dispersados por todas partes. (Y es verdad, porque no faltan en ninguna.)  

Así sus propias Escrituras testifican que no hemos inventado nosotros las profecías sobre Cristo. Mucho de ellos, habiéndolas considerador antes de la pasión, y sobre todo después de la resurrección, han venido a Él. A esos tales se dirigen estas palabras: 

Cuando el número de los hijos de Israel fuere como la arena del mar, serán salvados los restantes. Los demás han sido cegados según esta profecía: En justo pago, conviértaseles su mesa en lazo de perdición y ruina. Obscurézcanse sus ojos para que no vean y tráelos siempre agobiados. En realidad cuando no dan fe a nuestras Escrituras, se cumplen en ellos las suyas, aún ciegos para leerlas. Quizá diga alguno que los cristianos han fingido las profecías sobre Cristo que se publican con el nombre de sibilas o de otros, si es que en realidad hay alguna que no sea de origen judío. 

A mí me bastan las que me facilitan sus códices, y que conocemos por los testimonios que, aun contra su voluntad, contienen esos códices, de que ellos son depositarios. Sobre su dispersión por la redondez de la tierra doquiera está la Iglesia, puede leeerse a diario la profecía, expresada en uno de los salmos en esto términos: Mi Dios me prevendrá con su misericordia. Mi Dios me la mostrará en mis enemigos, diciéndome: 

No acabes con ellos, no sea que olviden tu ley. Dispérsalos con tu poder, Dios, pues, ha dejado ver la gracia de su misericordia a la Iglesia en sus enemigos, los judíos, porque como dice el Apóstol, su pecado brinda ocasión de salvarse a las naciones. Y no los ha matado, es decir, no ha destruído en ellos el judáismo, aunque fueran vencidos y subyugados por los romanos, por miedo a que, olvidados de la ley de Dios, no pudieran brindarnos un testimonio de lo que tratamos. Por ende, no se contentó con decir: 

No acabes con ellos, no sea que olviden tu ley, sino que añadió: Dispérsalos. Porque, si con este testimonio de las Escrituras permanecieran solamente en su pais sin ser dispersados por doquiera, la Iglesia, extendida por el mundo entero, no podría tenerlos en todas partes por testigos de las profecías que precedieron a Cristo.


Libro XVIII, capítulo XLV1, La Ciudad de Dios, San Agustín.

lunes, 10 de junio de 2024

Las profecías son más antiguas que la filosofía pagana - La Ciudad de Dios

 En tiempo de nuestros profetas, cuyos escritos se han difundido por el mundo entero, aún no existían filósofos entre los gentiles. Al menos no se llamaban así, puesto que el nombre tiene su origen en Pitágoras de Samos, que comenzó a brillar y a ser conocido cuando se concedió la libertad a los judíos.

Luego los demás filósofos fueron muy posteriores a los profetas.  En efecto, Sócrates mismo, maestro de cuantos florecieron en aquel entonces, el príncipe de la moral o parte activa, viene en las crónicas después de Esdras. Poco después nació Platón, que aventajaría con mucho a los demás discípulos de Sócrates. Si a estos añadimos los siete sabios, que aún no se llamaban filósofos, y luego los físicos, que sucedieron a Tales en la búsqueda y estudio de la naturaleza, Anaximandro, Anaxímenes, Anaxágoras y algunos otros anteriores a Pitágoras, ni ellos son anteriores a todos nuestros profetas.

Tales, el más antiguo de los físicos, floreció, según cuentan, en el reinado de Rómulo, cuando el río de la profecía brotó de la fuente de Israel en esa serie de escritos que inundaron el mundo entero.  Sólo los poeta teólogos, Orfeo, Lno y Museo, y si hubo algunos otros entre los griegos, fueron anteriores a los profetas hebreos, cuyos escritos están canonizados.

Pero tampoco ellas han precedido a nuestro gran teólogo Moisés, que anunció al único Dios verdadero y cuyos escritos ocupan el puesto de honor en el campo del canón. Así, los griegos, cuya lengua ha enriquecido grandamente las letras humanas, no tienen por qué jactarse de su sabiduría como más antigua, y menos como superior a nuestra religión,  única fuente de sabiduría auténtica. Sin embargo -y esto hay que admitirlo-, no solamente en Grecia, sino también en las naciones bárbaras, como en Egipto, había ya antes de Moisés semilla de doctrina, que para ellos era sabiduría. Si esto no fuera verdad, los Libros santos no dirían que Moisés estaba versado en toda la sabiduría de los egipcios, pues allí donde nació y fue adoptado y alimentado por la hija del faraón, allí fue educado en las artes liberales. Mas ni la misma sabiduría de los egipcios precedió a la de los profetas, puesto que Abrahán también fue profeta. Y ¿qué sabiduría pudo haber en Egipto antes de que Isis,  a la cual, después de muerta, rindieron culto como a una gran diosa, les enseñara las letras? 

Ahora bien, Isis fue hija de Inaco, primer rey de Argos, y en esta época ya habían nacido los nietos de Abrahán.


Libro XVIII, capítulo XXXVII, La Ciudad de Dios, San Agustín

ESDRAS Y LOS LIBROS DE LOS MACABEOS - La Ciudad de Dios

Después de estos tres profetas, Ageo, Zacarías y Malaquías, escribió Esdras en esta misma época en que el pueblo fue librado de la cautividad babilónica. Pero pasa más por historiador que por profeta. Su libro es parecido al de Ester, en el que se cuentan sus hazañas, realizadas en alabanza de Dios no lejos de este tiempo. Quizá se pueda decir que Esdras profetizó a Cristo en la disputa suscitada entre algunos jóvenes sobre cuál es el ser más poderoso del mundo. Y habiendo dicho uno que los reyes, otro que el vino y otro que las mujeres, que mandaron algunas veces a los reyes, este último terminó probando que es la verdad la que se lleva la palma. Y resulta que el Evangelio nos dice que Cristo es la verdad. Desde la restauración del pueblo hasta Aristóbulo, los judíos fueron gobernados no por reyes, sino por príncipes. El cómputo de ese tiempo no se enumera en las Escrituras canónicas, sino en otras; así, en los libros de los Macabeos , tenidos por canónicos por la Iglesia y por apócrifos por los judíos. La Iglesia piensa así a causa de los sufrimientos terribles v admirables de esos mártires, que antes de la encarnación de Cristo lucharon por la ley de Dios hasta la muerte y soportaron males extraños e inauditos


Libro XVIII, capítulo XXXVI, La Ciudad de Dios, San Agustín.

VATICINIOS DE AGEO, DE ZACARÍAS Y DE MALAQUÍAS - La Ciudad de Dios

Aún quedan tres profetas menores que profetizaron al fin de la cautividad, y son Ageo, Zacarías y Malaquías. Ageo predijo a Cristo y a la Iglesia, breve, pero claramente, en estos términos: Esto dice el Señor de los ejércitos: Todavía un poco de tiempo, y yo pondré en movimiento el cielo y la tierra, el mar y los continentes. Pondré en movimiento todas las naciones y vendrá el Deseado de todas las gentes. Esta profecía está ya en parte cumplida, y en parte esperamos que se cumplirá al fin. 

Conmovió ya el cielo con el testimonio de los ángeles y de las estrellas en su encarnación. Movilizó la tierra con el inmenso milagro de su nacimiento de una virgen. Movió el mar y los continentes cuando Cristo fue anunciado en las islas y en el orbe entero. Así vemos que todas las gentes están abocadas a la fe. Esto que sigue: Y vendrá el Deseado de. todas las gentes, debe entenderse de su segunda venida,  porque para ser deseado por los que le esperan convino que fuera antes amado por los creyentes.

Zacarías habla así de Cristo y de la Iglesia: Regocíjate sobremanera, hija de Sión, y salta de júbilo, hija de Jerusalén, porque he aquí que vendrá a ti tu Rey, el justo y el Salvador; vendrá pobre y montado sobre una asna y su pollino. Y dominará desde un mar a otro, y desde los ríos hasta los confines de la tierra. El Evangelio nos enseña en qué ocasión se sirvió Cristo de esta cabalgadura, y hace mención, en parte, de esta profecía. En otro pasaje, el profeta, dirigiéndose al mismo Cristo y hablando de la remisión de los pecados que había de obrar su sangre, dice: Y tú por la sangre de tu testamento hiciste salir a los tuyos, que se hallaban cautivos, de la cisterna sin agua. La regla de fe nos da libertad para interpretar esa cisterna de diversas maneras . A mi juicio, la mejor significación de esa palabra es la profundidad seca y estéril de la miseria humana en la que no corren los ríos de la justicia, sino el fango de la iniquidad. De ella se dice en un salmo: Y me sacó de la cisterna de mi miseria, y del lodo de la tierra. 

Malaquías, anunciando la Iglesia, que vemos propagada por Cristo, dice claramente a los judíos en persona de Dios:

Mi afecto no va hacia vosotros, dice el Señor de los ejércitos; ni aceptaré de vuestra mano ofrenda alguna. Porque desde levante a poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se sacrificará y se ofrecerá a mi nombre una ofrenda pura, pues es grande mi nombre entre las naciones, dice el Señor. Este sacrificio es el ofrecido por el sacerdocio de Cristo según el orden de Melquisedec, que vemos que se ofrece en todo lugar desde oriente a poniente. Y no pueden negar que cesó el sacrificio de los judíos, a quienes dijo: Mi afecto no va ya hacia vosotros ni aceptaré de vuestra mano ofrenda alguna. ¿A qué esperan aún otro Cristo, si esta profecía, que ven cumplida, sólo puede ser cumplida por él ? Y poco después añade él mismo en persona de Dios: Mi alianza en él fué alianza de vida y de paz, y yo le di que me temiera santamente y tuviera respeto a mi nombre. La ley de la verdad regía su boca, anduvo conmigo en paz y convirtió a muchos de sus pecados. Los labios del sacerdote han de ser el depósito de la ciencia, y han de esperar todos la ley de su boca, porque es el ángel del Señor omnipotente. No es extraño que se llame ángel del Señor omnipotente a Jesucristo. Como se le llamó siervo por la forma de siervo que tomó, así se le llama ángel por el Evangelio que anunció a los hombres. Porque Evangelio, traducido a nuestro idioma, es igual a buena nueva, y ángel, a nuncio. Y todavía dice más: He aquí que envío mi ángel, y él oteará el camino ante mí. Y luego vendrá a su templo el Señor, a quien vosotros buscáis, y el ángel del Testamento, a quien deseáis. Vedle; ahí viene, dice el Señor omnipotente. ¿Quién aguantará el día de su llegada? Y ¿quién resistirá su mirada? En este pasaje se anuncia la primera y la segunda venida de Cristo, es a saber: la primera, en estas palabras: Y luego vendrá a su templo, es decir, a su carne, de la que dijo en el Evangelio: Destruid este templo, y yo le reedificaré en tres días; y la segunda, en estas otras: Vedle; ahí viene, dice el Señor omnipotente. ¿Quién aguantará el día de su llegada? Y ¿quién resistirá su mirada? Estas expresiones: El Señor, a quien vosotros buscáis, y el ángel del Testamento, a quien deseáis, significan a los judíos, que buscan y desean a Cristo a tenor de las Escrituras que leen. Pero muchos de ellos no han conocido que el Mesías que deseaban y buscaban ya ha venido, porque sus merecimientos anteriores cegaron sus corazones. El Testamento a que aludió antes cuando dijo: Mi Testamento se pactó con él, o aquí al nombrar al ángel del Testamento, es, sin duda alguna, el Nuevo Testamento, en el que se han prometido bienes eternos, no el Viejo, en el que se prometieron temporales. Muchos débiles en la fe, teniendo en gran estima estos últimos bienes y sirviendo al Dios verdadero por ese premio, se turban al ver que también los impíos nadan y sobrenadan entre ellos. Por este motivo, el mismo profeta, para distinguir la felicidad eterna del Nuevo Testamento, que sólo se da a los buenos, de la felicidad terrena del Viejo, que se da con cierta frecuencia a los malos, dice: Tomaron cuerpo vuestras palabras contra mí, dice el Señor, y dijisteis: ¿En qué te hemos difamado? Habéis dicho: Es vano todo aquel que sirve a Dios. Y ¿qué nos viene a nosotros de haber guardado tus mandamientos y de haber andado en oración delante del Señoromnipotente? Ahora nosotros beatificamos a los extraños y se renuevan los obradores del mal, y los que han ido contra Dios también se salvan. Esto hablaron entre sí los que temían a Dios. Y Dios estuvo atento y escuchó y escribió ante él un libro de memoria a los que temen al Señor y reverencian su nombre. Este libro es figura del Nuevo Testamento. Por fin, escuchemos lo que sigue: Y ellos serán mi heredad, dice el Señor omnipotente, el día que yo me ponga a obrar, y yo los elegiré como el padre elige al hijo obediente. Y vosotros mudaréis de. parecer, y notaréis la diferencia que hay entre el justo y el injusto, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí que llega el día encendido como un horno ardiendo y los abrasará. Todos los extranjeros y todos los pecadores serán como estopa, y ese día que se aproxima los quemará, dice el Señor omnipotente, y no quedará de ellos ni ramas ni raíces. Y a vosotros los que teméis mi nombre os nacerá el sol de justicia, que trae la salvación a la sombra de sus alas. Saldréis fuera y saltaréis de gozo como novillos sueltos. Hollaréis a los pecadores y serán polvo bajo vuestros pies el día en que yo obrare, dice el Señor omnipotente. Este día es el día del juicio. De él, si Dios quiere, hablaremos más ampliamente en su lugar.


Libro XVIII, capítulo XXXV, La Ciudad de Dios, San Agustín.

PROFECÍAS DE DANIEL Y EZEQUIEL, CONCORDES EN LO REFERENTE A CRISTO Y A SU IGLESIA

 Daniel y Ezequiel, dos de los profetas mayores, profetizaron durante la cautividad de Babilonia. Daniel determinó ya hasta el número de años que pasarían antes de la venida y pasión de Cristo. Hacer aquí el cómputo sería largo, amén de que ya lo han hecho otros antes que yo. De su poder y gloria habla en estos términos: He tenido una visión en sueños en la que vi que venía entre las nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del hombre y que avanzó hasta el Anciano de días. Y, en presentándose ante él, le dio el principado, el honor y el reino,

y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán. Su poder es un poder eterno, que no pasará, y su reino será indestructible. 

Ezequiel a su vez, al estilo de los profetas, figurando a Cristo en David, de cuya descendencia tomó la carne en forma de esclavo, por la que se hizo hombre, y por la cual el Hijo de Dios es llamado también siervo de Dios, lo prenunció, hablando en persona del Dios Padre, así: Y suscita un pastor que apaciente mis rebaños, mi siervo David. El los apacentará y él será su pastor. Y yo, el Señor, seré su Dios, y mi siervo David será el príncipe en medio de ellos. Lo he dicho yo, el Señor. 

Y en otro lugar: Y habrá solamente un rey que los mande a todos, y nunca más formarán ya dos naciones, ni en lo venidero estarán divididos en dos reinos. No se contaminarán, más con sus ídolos, ni con sus abominaciones, ni con todas sus maldades; y yo los sacaré salvos de todos los lugares donde ellos pecaron, y los purificaré, y ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Y mi siervo David será rey, y uno solo será el Pastor de todos ellos.


Libro XVIII, capítulo XXXIV, La Ciudad de Dios, San Agustín

PROFECÍAS DE JEREMÍAS Y DE SOFONÍAS SOBRE CRISTO... La Ciudad de Dios

 Jeremías es uno de los profetas mayores, como Isaías, no de los menores, ya alegados. Profetizó reinando en Jerusalén Josías, y entre los romanos, Anco Marcio, próxima ya la cautividad de los judíos. Sus profecías se prolongaron hasta el Juinto mes de la cautividad, según se colige de sus escritos, unto a él se halla Sofonías, uno de los menores, que dice que profetizó también en tiempo de Josías, pero no dice hasta cuándo. Jeremías, por tanto, profetizó no sólo en tiempo de Anco Marcio, sino también en tiempo de Tarquinio Prisco, quinto rey de los romanos, que ya estaba en el trono cuando la cautividad.

Jeremías, pues, dice de Cristo: El Cristo, el Señar, resuello de nuestra boca, ha sido preso por nuestros pecados, mostrando así, en pocas palabras, que Cristo es nuestro Señor y que pa deció por nosotros. Y en otro pasaje: Este es mi Dios, y en su presencia no hay nadie comparable a él. El halló todos los caminos de la sabiduría y la dio a su siervo Jacob y a Israel, su amado. Después se ha dejado ver sobre la tierra y ha conversado con los hombres. Algunos atribuyen este testimonio no a Jeremías, sino a un amanuense suyo llamado Baruc; pero ordinariamente se atribuye a Jeremías [ 6 9 ] . Y el mismo profeta vuelve a decir: Mirad que viene el tiempo, dice el Señor, en que yo haré nacer de David un vastago, un  descendiente justo, el cual reinará como Rey, y será sabio y gobernará la tierra con rectitud y justicia. En aquellos días suyos, Judá será salvo e Israel vivirá tranquilamente; y el nombre con que será llamado aquel Rey es el de justo Señor o Dios nuestro. 

He aquí cómo habla de la vocación futura de los gentiles (que ahora vemos cumplida) : Señor, mi Dios y mi refugio en el día de la aflicción; las naciones vendrán a ti desde los confines de la tierra y dirán: En realidad, nuestros padres adoraron simulacros mendaces, y no hay en ellos utilidad alguna.

Y como los judíos no habían de conocerlo y le habían de dar muerte, el mismo profeta añade: Grave y profundo es el corazón del hombre, y ¿quién lo conocerá? El pasaje citado en  el libro XVII sobre el Nuevo Testamento, cuyo Mediador es Cristo, es también de este profeta. Dice así: He aquí que viene el tiempo, dice el Señor, en que firmaré una nueva alianza con la casa de Jacob, etc.

2. Ahora voy a alegar las predicciones de Sofonías, contemporáneo de Jeremías, sobre Cristo: Espérame, dice el Señor, en el día de mi resurrección, porque mi voluntad es congregar  las naciones y reunir los reinos. Y también: El Señor se mostrará terrible contra ellos y exterminará a todos los dioses de la tierra, y le adorarán todas las naciones de la tierra, cada una en su país. Y un poco después: Entonces infundiré en los pueblos y en su descendencia una lengua, a fin de que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan bajo un mismo yugo. Desde los confines de los ríos de Etiopía me traerán ofrendas. Entonces no serás ya confundida por todas las impiedades que has cometido contra mí, porque yo borraré de ti las maldades de tus ofensas. Y dejarás ya de gloriarte sobre mi monte santo y haré de ti  un pueblo manso y humilde, y el resto de Israel temerá el nombre del Señor. A estos restantes alude otra profecía que recuerda el Apóstol en estos términos: Aunque tu pueblo, Israel, fuera como la arena del mar, los restantes se salvarán. Los restantes de esa nación creyeron en Cristo.


Libro XVIII, capítulo XXXIII, La Ciudad de Dios, San Agustín

miércoles, 5 de junio de 2024

PROFECÍAS DE LA ORACIÓN Y DEL CÁNTICO DE HABACUC - La Ciudad de Dios

 

Y en su oración y cántico, ¿a quién dice sino a Cristo nuestro Señor: Oí, Señor, tu palabra, y me llené de temor. Señor, he contemplado tus obras y me he quedado asombrado? ¿Qué es esto sino una sorpresa extraordinaria a vista de tan inefable salud, nueva y súbita de los hombres? En medio de los animales serás conocido. ¿Qué significan estos animales? O son los dos Testamentos, o los dos ladrones, o Moisés y Elias, con quienes habló sobre el monte. Cuando venga su hora, serás conocido, y, en llegando el tiempo, te manifestarás. No necesita explicación. Cuando se hubiere turbado mi alma en él, en lo más recio de tu cólera, te acordarás de tu misericordia. ¿Qué indican estas palabras sino a los judíos, personificados en él, que era de su nación, los cuales, bajo la más cruel ira, crucificaron a Cristo, y a quienes se dirigió, acordándose de su misericordia, en estos términos: Padre, perdónalos, porque no  saben lo que hacen? Dios vendrá de Teman, y el Santo, de un monte umbroso y espeso. Otros, en lugar de Teman, traducen del austro o del áfrico Esto significa el mediodía, es decir, el ardor de la caridad y eí esplendor de la verdad. EÍ monte umbroso y esposo puede interpretarse de muchos modos, pero yo lo tomaría de buen grado por la profundidad de las Sagradas Escrituras, que contienen profecías sobre Cristo. En ellas hay muchas cosas obscuras y ocultas que ejercitan la mente del investigador. De allí viene cuando el que entiende le halla allí. Su noder brilló en los cielos, y la tierra está llena de sus maravillas. ¿Qué es esto sino lo que dice el salmo: Ensálzate, ¡oh Dios!, sobre los cielos y haz brillar tu gloria por toda la tierra? Tu esplendor será como la luz es igual a decir que su fama iluminará a los fieles. Y ¿qué significa: El poder está en tus manos, sino el trofeo de la cruz? Y ha establecido el yelmo firme de su caridad y de su fortaleza. Esto no precisa ni explicación siquiera. Ante él vendrá la palabra, y ella saldrá en el despoblado tras sus pisadas- Que es decir: Fué prenunciado antes de venir y anunciado después de llegado. Se detuvo, y la tierra se conmovió; es decir, se detuvo a ayudar, y la tierra se movió a crecer. Miró, v se marchitaron las naciones, o sea, se compadeció, y los pueblos hicieron penitencia. Quebrantó con violencia los montes; es decir, quebrantó, con la fuerza de sus milagros, el orgullo de los soberbios. Los collados eternales se abatieron, se humillaron en el tiempo para ser ensalzados en la eternidad.

He visto sus entradas eternas, precio de sus trabajos; o sea, vi el trabajo de la caridad premiado con la eternidad. Los tabernáculos de Etiopía y las tiendas de la tierra de Madián se cubrirán de espanto; que es decir: los pueblos, sorprendidos de pronto por el anuncio de tus maravillas, aun los no sometidos al imperio romano, se agregarán al pueblo cristiano. ¿Te enojaste, Señor, contra los ríos y montaste en cólera contra el mar? Esto alude a que no vino ahora a juzgar al mundo, sino a salvarle. Porque montas sobre tus caballos, y tu viaje es la salvación; que es decir: tus evangelistas, a quienes gobiernas, te llevarán,  y tu Evangelio es la salvación para los que creen en ti. Flecha' tras tu arco contra los cetros, dice el Señor; amenazarás con tu juicio aun a los reyes de la tierra. Los ríos rasgarán la tierraes decir, las corrientes oratorias de tus predicadores abrirán los corazones de los hombres para que te confiesen; de esos hombres a .quienes se dice: Rasgad vuestros corazones y no vuestros vestidos. ¿ Qué significa: Te verán y se dolerán los pueblos sino llorarán para ser bienaventurados? Y ¿qué quiere decir: Al andar dispersarás las aguas, sino, andando en tus predicadores, esparces aquí y allá los ríos de tu doctrina? ¿Qué significa: El abismo alzó su voz? ¿Expresó por ventura la profundidad del corazón humano? La profundidad de su fantasía. Es esto una especie de exposición del versillo anterior, porque profundidad equivale a abismo. Y al añadir de su fantasía, debe sobrentenderse alzó su voz, es decir, expresó lo que vio. Porque la imaginación es una visión que no pudo ocultar ni retener, sino que la ha publicado en alabanza. El sol se elevó y la luna permaneció en su orden. Ascendió Cristo al cielo, y su Iglesia quedó ordenada bajo su rey. Tus flechas irán a la luz; es decir, tus palabras serán predicadas no en privado, sino en público. Al resplandor del relampaguear de tus armas; se entiende: irán tus flechas. El había dicho a sus discípulos: Lo que os digo en la noche, decidlo a la luz del día. Tus amenazas achicarán la tierra; o sea, humillarás a los hombres con tus amenazas. Y derribarás las naciones con tu furor, porque tu castigo allanará a los que se engallan. Saliste para salvar a tu pueblo, para salvar a tus cristos o ungidos enviaste la muerte sobre la cabeza de los pecadores. Esto es claro. Los cargaste de cadenas hasta el cuello. Por cadenas pueden entenderse las felices prisiones de la sabiduría, de forma que metan los pies en sus grillos, y el cuello, en su argolla. Las rompiste hasta poner espan to en la mente; se sobrentienden las cadenas, pues les puso las buenas y les rompió las malas, de las cuales se dice: Has roto mis cadenas. Y esta expresión: Con espanto en la mente, significa de modo maravilloso. Las cabezas de los poderosos se moverán en ella; es decir, en esa admiración. Y abrirán sus bocas como el pobre que come a escondidas. Algunos poderosos de los judíos venían al Señor maravillados de sus hechos y dichos, y comían hambrientos y a escondidas, por miedo a los judíos, el pan de la doctrina, como lo hace notar el Evangelio. Metiste en el mar tus caballos y agitaron muchas aguas; es decir, muchos pueblos. Y es que unos no se convertirían por miedo y otros no perseguirían con furor si no fueran todos agitados. Reparé en esto, y se pasmó mi corazón al considerar mis pr pias palabras. Y un temblor penetró hasta mis huesos, y todo mi interior se turbó. Reflexionando sobre sus palabras, quedó sorprendido de las sentencias que iba dejando caer proféticamente, y en las cuales contemplaba las  cosas futuras. El preveía este tumulto de los pueblos y las próximas persecuciones de la Iglesia, y en seguida, reconociéndose miembro de ella, dice: Yo reposaré en el día de la tribulación, como siendo de aquellos que se gozan en esperanza y sufren pacientemente la tribulación. A fin de irme a encontrar con el pueblo de mi peregrinación, apartándome del pueblo malo, de su parentesco carnal, que, no siendo peregrino en el mundo, no busca la patria celestial. Porque la higuera no dará frutos y las viñas no brotarán. Faltara él fruto a la oliva y los campos no darán qué comer. No habrá ovejas en las majadas ni bueyes en los establos. Veía que esta nación, que había de dar muerte a Cristo, perdería los abundantes bienes espirituales, que lia figurado, a usanza de los profetas, por la fecundidad de la tierra. Y porque esta nación ha sido víctima de la ira divina, pues, ignorando la justicia de Dios, ha querido establecer en su lugar la propia, añade luego : Yo me holgaré en el Señor y me regocijaré en el Dios mi Salvador. El Señor, mi Dios y mi poder, asentará perfectamente mis pies y me pondrá en lo alto para que salga victorioso por su cántico; a saber, por aquel cántico del que se dice algo semejante en el Salmo: Asentó mis pies sobre piedra, dando firmeza a mis pasos. Y puso en mi boca un cántico nuevo, un himno en loa de nuestro Dios. Triunfa, pues, por el cántico del Señor el que se complace en las alabanzas de Dios, no en las propias, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor. Por lo demás, algunos códices traen: Me regocijaré en Dios, mi Jesús, y me parece mejor que la otra traducción, en la que no se emplea ese nombre tan dulce y amoroso.


Libro XVIII, capítulo XXXII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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