miércoles, 26 de junio de 2024

Los juicios de Dios y el juicio final - La Ciudad de Dios

1.Ya que voy a hablar, con la gracia de Dios, del juicio final y a afirmar su existencia contra los impíos y los incrédulos, debo poner como cimiento de este edificio los testimonios divinos. Los que rehusan creerlos, se afanan por contravenirlos con razonamientos humanos, llenos de errores y de mentiras, sosteniendo, bien que esos testimonios de las Sagradas Letras tienen otro sentido, bien negando  autoridad divina a esas palabras. Porque estoy en que no hay mortal que, entendiendo eso en su verdadero sentido y creyendo que es la palabra de Dios sumo y verdadero, no se rinda a ella y la admita. Y esto bien lo confiese de palabras, bien se  averguence o tema confesarlo por vanos escrúpulos, bien se empeñe en defender contenciosamente, con terquedad rayana en la locura, la falsedad de lo que sabe o cree es falso, contra la verdad de lo que cree o sabe que es verdadero.

2.Así, lo que la Iglesia universal del Dios verdadero confiesa y profesa, a saber, que Cristo ha de venir del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos, a eso llamamos nosotros último día del juicio, es decir, el último tiempo. Es incierto cuántos días durará ese juicio, pero nadie que haya léido las Escrituras Sagradas, por más a la ligera que lo haya hecho, desconoce que es usanza de esas Letras emplear el término día por el de tiempo. Por eso, cuando decimos día del juicio, añadimos último o final, porque Dios juzga también ahora y ha juzgado desde el principio del género humano, cuando arrojó del paraíso y apartó del árbol de la vida a nuestros primeros padres, perpetradores de un enorme pecado. Más aún: puede decirse que juzgó cuando no perdonó a los ángeles prevaricadores, cuyo príncipe, pervertido por  sí mismo, engañó por envida a los hombres. Y a su juicio, justo y profundo, se debe que la vida de los demonios en el aire y la de los hombres en la tierra sea tan mísera y esté tan llena de errores y de la lacras. Pero, aunque nadie hubiera pecado, el conservar a todas las criaturas racionales  unidas a su Señor en eterna bienandanza sería debido a un juicio justo y recto de Dios. Y no se contenta con someter a los demonios y los hombres a un juicio universal, ordenando que sean miserables en premio a sus primeros pecados, sino que juzga, además, de las obras propias de cada  uno, hecha con libertad. Porque también los demonios le piden que no los atormente, y no injustamente les perdona o les castiga según su ruindad. Los hombres pagan por sus acciones las penas, a veces abiertamente y siempre en secreto, sea en esta vida, sea después de la muerte, aunque nadie puede obrar bien sin la ayuda divina ni obrar mal si un justo juicio de Dios no lo permite. Ya que, como dice el Apóstol, en Dios no cabe injusticia; y en otra parte: Sus juicios son inescrutables y sus caminos incomprensibles. 

En este libro, por tanto, no trataré de los primeros juicios de Dios ni de los actuales, sino del juicio final, en el que Cristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Este es propiamente el día del juicio, porque entonces no habrá ya lugar a quejas ignorantes, preguntando por qué tal injusto es feliz y tal justo es infeliz. Entonces aparecerá la felicidad auténtica de los buenos y la infelicidad irrevocable y merecida de los malos.

Libro XX, capítulo I, La Ciudad de Dios, San Agustín.



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