sábado, 29 de junio de 2024

LA CONDENACIÓN DEL DIABLO CON LOS SUYOS. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y EL JUICIO FINAL - La Cuiudad de Dios

San Juan, después de haber hablado de la última persecución, resume en pocas palabras cuanto ha de padecer en el juicio el diablo y la ciudad enemiga de la que es príncipe. 

Dice así: Y el diablo, que los traía engañados, fué precipitado en un estanque de fuego y azufre, donde lo fueron también la bestia y el falso profeta. Y allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Ya hemos hecho notar que por la bestia puede muy bien entenderse la ciudad impía. Ese seudoprofeta, o es el anticristo o la imagen, es decir, la simulación, de que he hablado antes. Luego, como el epílogo versa sobre el último juicio, que tendrá lugar con la segunda resurrección de los muertos, con la resurrección de los cuerpos, narra cómo le fué revelado. Vi—dice él—un trono grande y reluciente y al que se sentaba en él, a cuya vista desapareció el cielo y la tierra y no quedó nada de ellos. No dice: «Vi un solio grande y reluciente y al que se sentaba en él y a su vista desaparece el cielo y la tierra», porque esto no sucedió entonces, es decir, antes de ser juzgados los vivos y los muertos, sino dijo: Vi al que se sienta en el trono, a cuya vista desapareció el cielo y la tierra. Pero después, una vez efectuado el juicio, deja de existir este cielo y esta tierra, y entonces comenzará a existir un cielo nuevo y una tierra nueva. Este mundo no pasará por aniquilación, sino por mutación. Por eso escribe el Apóstol: La figura de este mundo pasa. Yo deseo, por ende, que viváis sin cuidados ni inquietudes. Pasa, por tanto, la figura del mundo, no su naturaleza.

En habiendo dicho San Juan que vio al que se sentaba en el trono, a cuya vista desapareció el cielo y la tierra—lo cual sucederá después—, añade: Y vi a los muertos, grandes y pequeños, y se abrieron los libros. Se abrió además otro libro, el libro de la vida de cada uno. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en esos libros, cada uno según sus obras. Dice que se abrieron los libros y un libro. Y agregó la cualidad de este libro, que es—dijo—el de la vida de cada uno. Los primeros libros son, sin duda, los Libros santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, para mostrar los mandamientos que Dios había ordenado cumplir. Y el otro, el libro de la vida de cada uno, estaba mostrando los mandamientos cumplidos o violados por cada cual. Si este libro nos lo imaginamos materialmente, ¿quién podrá medir su grandor y su grosor? 

0 ¿cuánto tiempo se empleará para leer ese libro, que contiene la vida de todos y cada uno de los hombres? ¿Presenciarán acaso el acto tanto ángeles como hombres, y cada uno oirá el relato de su vida de boca del ángel a él asignado? Ese libro no será, pues, para todos, sino que cada uno tendrá el suyo. La Escritura da a entender esto al decir que se abrió además otro libro. Es preciso entender aquí la virtud divina, que traerá a la recordación de cada cual todas sus obras, buenas o malas, y las hará ver rapidísimamente de un vistazo mental, con el fin de que la ciencia acuse o excuse a la conciencia. De este modo serán juzgados todos a la vez. Esta virtud divina recibió el nombre de libro, porque en ella se lee en cierto modo cuanto se recuerda merced a ella. Y para mostrar qué muertos deben ser juzgados, los pequeños y los grandes, añade a modo de recapitulación y tornando a los que había omitido, o mejor,  diferido:

El mar presentó sus muertos, y la muerte y el infierno entregaron los suyos. Esto sucedió, sin duda,  antes de que los muertos fueran juzgados, y, sin embargo, lo refirió después. Por eso he dicho que es una especie de recapitulación y de retorno a lo omitido. Mas ahora observa el orden y para explicarlo repite lo que había dicho ya antes sobre el juicio. Después de estas palabras: El mar presentó sus muertos y la muerte y el infierno entregaron los suyos, agregó en seguida: Y juzgó a cada uno según sus obras. Justamente es lo que había dicho antes: Y fueron juzgados los muertos según sus obras.

Libro XX, libro XIV, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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