miércoles, 12 de junio de 2024

¿Existían, fuera de los israelitas, ciudadanos de la Ciudad Celestial antes del cristianismo? San Agustín.

 

Si, pues, algún autor extraño a los judíos y no admitido en el canon de las sagradas Letra profetizó a Cristo y llegó ya o llegare a nuestro conocimiento, podemos aducirlo a título de redundancia. Y esto no porque nos sea necesario ese testimonio, sino porque no es incongruencia creer que existieron, en otras naciones hombres a quienes fué revelado este misterio. Amén de que quienes fueron impulsados a predecirlo, o fueron particioneros de la misma gracia, o ajenos a ella, pero instruídos por los ángeles malos, que confesaron a Cristo presente, como sabemos, a quien no conocían los judíos. Además, no creo que los judíos mismos se atrevan a sostener que nadie, fuera de los israelitas, perteneció a Dios desde la elección de Israel y la reprobación de gu hermano mayor. Es verdad que el pueblo llamado propiamente pueblo de Dios fué éste, pero no pueden negar que había en las demás naciones algunos hombres dignos de ser llamados verdaderos israelitas por ser ciudadanos de la patria celestial, unidos con vínculos no terrenos, sino celestiales. Si lo niegan, es fácil convencerles con el ejemplo del santo y admirable Job, que ni fué indígena ni prosélito, es decir, advenedizo al pueblo de Israel, sino un extranjero oriundo de la Idumea, donde nació y murió. La divina palabra le prodiga tales elogios, que, en cuanto a justicia y a piedad, no es comparable a ningún hombre de su tiempo. Aunque las crónicas no nos dicen en qué tiempo vivió, podemos conjeturarlo por su libro, admitido por los judíos en el canon a vista de su excelencia. Vivió tres generaciones después de Jacob. Y no me cabe la menor duda que fué afecto de la Providencia divina, que quiso enseñarnos en este ejemplo que también entre las demas naciones han existido hombres que vivieron según Dios y que le agradaron, que son miembros de la Jerusalén espiritual.

Pero debe creerse que esta gracia se concedió solamente a aquellos a quienes fué divinamente revelado el único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. Y su futura encarnación era prenunciada entonces a los futuros santos, como se nos anunció ya realizada su encarnación, a fin de que una y la misma fe por su mediación conduzca a Dios a todos los predestinados a la Ciudad de Dios, a la casa de Dios, al templo de Dios. En cuanto a las profecías sobre la gracia de Dios por medio de Jesucristo que hacen otros, se puede pensar que son ficciones de los cristianos. Y así, no hay argumento más fuerte contra quienes impugnan éstos ni más propio para confirmar nuestra fe, si se toman las cosas como se debe, que aducir las predicciones divinas sobre Cristo contenidas en los códices de los judíos. Estos, arrancados de sus propios lares y esparcidos por el orbe entero, han contribuido con su testimonio al florecimiento universal de la Iglesia de Cristo.

Libro XVIII, capítulo XLVII, La Ciudad de Dios, San Agustin.

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