sábado, 15 de junio de 2024

DE LA CONVIVENCIA GENERAL DE ELEGIDOS Y REPROBOS EN LA IGLESIA - La Ciudad de Dios

 En este siglo perverso, en estos tristes días, donde la Iglesia logra por su humillación presente su exaltación futura, y es ejercitada con los aguijones del terror, con los tormentos del dolor, con las molestias del trabajo y con los peligros de las tentaciones, sin tener otra alegría que la esperanza si se regocija como debe, muchos reprobos se mezclan con los buenos. Unos y otros son recogidos como en la red evangélica, y en el mundo, como en el mar, prendidos en las mallas, nadan entremezclados hasta llegar a la orilla, en que los malos serán separados de los buenos . Dios habitará en los buenos como en .su templo, y será todo en todos. Así vemos cumplirse la voz del que hablaba en el Salmo en estos términos: He publicado y anunciado por doquier y se han multiplicado sin número. Esto sucede ahora desde que fué anunciado primero por boca de San Juan, su precursor, y luego por la suya propia : Haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos. Se rodeó de algunos discípulos, a los que llamó apóstoles, hombres de condición humilde, sin honra y sin letras, de suerte que, si fueran o hicieran algo digno, El lo fuera u obrara en ellos. Entre ellos hubo uno malo, y el Señor, usando bien de su maldad, se sirvió de él para cumplir lo ordenado en torno a su pasión y dar ejemplo de tolerancia a su Iglesia. Y, una vez suficientemente esparcida la semilla del santo Evangelio, su presencia corporal padeció, murió y resucitó, mostrando con su pasión lo que dehemos soportar por la verdad, y con su resurrección, lo que debemos esperar en la eternidad, sin hablar del profundo sacramento de su sangre, derramada en remisión de los pecados.

Conversó después durante cuarenta días con sus discípulos en la tierra y ascendió a los cielos ante sus ojos, y diez días después envió, según su promesa, el Espíritu Santo. Su venida sobre los fieles está marcada con el signo supremo, y entonces necesario, de que hablaran toda clase de lenguas. Esto era figura de la unidad de la Iglesia católica, que había de estar extendida por todo el orbe y hablar las lenguas de todos los pueblos.

Libro XVIII, capítulo XLIX, La Ciudad de Dios, San Agustín

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