jueves, 27 de junio de 2024

La dos resurecciones. Los mil años del apocalipsis y un sentir razonable sobre ellos - La Ciudad de Dios

1. El mismo evangelista San Juan habla de estas dos resurrecciones en su Apocalipsis. Pero es tal su modo de expresarse, que algunos de los nuestros, no entendiendo la primera, han venido a parar en fábulas ridiculas. San Juan dice en el citado libro: Vi también descender del cielo un ángel, que tenía la llave del abismo y una gran cadena en su mano. 

Y agarró al dragón—esa serpiente antigua que se apellidó diablo y satanás—, y lo condenó por mil años, y lo precipitó en el abismo. Y cerró el abismo y puso sobre él su sello, para que no seduzca más a las naciones hasta que se cumplan los mil años. Después será soltado por breve tiempo. Luego vi unos tronos y a los que se sentaban en ellos, a tos cuales se dio la potestad de juzgar. Y vi las almas de los degollados por confesar a Jesús y por la palabra de Dios, y cuantos no 'han adorado la bestia ni su imagen ni han recibido en las frentes su marca, ni en las manos, reinaron también con Jesús mil años. Los otros no han vivido hasta cumplidos los mil años. Esta es la resurrección primera. Dichoso y santo es quien toma parte en esta primera resurrección. Sobre éstos, la muerte segunda no tendrá poderío. Y serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años. Quienes por estas palabras han sospechado que la resurrección primera es corporal, han adoptado esta opinión movidos, sobre todo, por los mil años, en la idea de que todo ese tiempo debe ser como el sábado de los santos, en que reposarán santamente después de seis mil años de trabajos. Estos años se cuentan a partir de la creación del hombre v de su despedida, ganada por el pecado, de la felicidad del paraíso a las miserias de la vida mortal. Y así como está escrito: Un día ante Dios es como mil años, Y mil años como un día, pasados los seis mil años como seis días, el séptimo, es decir, los años últimos, harán las veces del sábado para los santos, que resucitarán a celebrarlo. Esta opinión sería hasta cierto punto admisible si se creyera que durante ese sábado los santos gozarán de algunas delicias por la presencia del Señor. Yo mismo me he adherido algún tiempo a ese sentir.  Pero sus defensores dicen que los resucitados se holgarán en inmoderados banquetes carnales, en los que la comida y la bebida carecerán de modestia, y excederán el modo de los incrédulos. Y esto no pueden creerlo sino los carnales. Los espirituales, empero, dan a éstos el nombre de xιλασtάϛ; palabra griega que nosotros literalmente podemos traducir por milenaristas. Refutarlos al detalle  sería muy largo. Prefiero por eso mostrar cómo deben entenderse esas palabras de la Escritura.

2. Nuestro Señor Jesucristo dice concretamente: Nadie puede entrar en casa del fuerte y robar sus vasos si primero no lo ata bien. P o r fuerte entiende aquí al diablo, pues que pudo someter a sí al género humano, y por los vasos los fieles, que él tenía enviscados en la impiedad y en el pecado. Para maniatar, pues, a este fuerte, vio San Juan en el Apocalipsis descender del cielo un ángel que tenía la llave del abismo y una gran cadena en su mano. Y agarró al dragón, prosigue—a esa serpiente antigua que se apellidó diablo y Satanás—, y lo encadenó por mil años. Es decir, impidió su poder de seducción y de posesión de los redimidos. 

Los mil años pueden entenderse de dos maneras, a mi modo de ver; o porque eso ha de pasar en los mil últimos años, es decir, en el sexto millar, como en el sexto día, cuyos  últimos años transcurren ahora para ser seguidos del sábado que no tiene tarde, o sea del reposo de los santos, que no tendrá fin. Y en este sentido llamaría aquí mil años a la última parte de ese tiempo, como un día que dura hasta el fin del mundo, tomando la parte por el todo. 0 se sirve de los mil años para designar la duración del mundo,  empleando un número perfecto para denotar la plenitud del tiempo. El número mil es el cubo de diez, y diez por diez son ciento. Esta es una figura plana, y para hacerla sólida es preciso multiplicar cien por diez, y tenemos ya los mil. Por consiguiente, si a veces se emplea el número cien para indicar totalidad, como cuando el Señor hizo esta promesa a aquel que deja todo por seguirle:

Recibirá cien doblado en esta vida—lo cual expone el Apóstol de este modo : Como no teniendo nada y poseyéndolo todo, pues ya había dicho antes que el mundo de las riquezas es propiedad del hombre fiel—, ¿cuánto más se usará el número mil para designar universalidad, siendo el cubo del diez? Este es el  mejor sentido de aquellas palabras del Salmo: Nunca jamás se ha olvidado de la alianza y de la promesa hecha para mil generaciones, o sea para todas. 

3. Y lo precipitó en el abismo, es decir, precipitó así, realmente en el abismo, al diablo. Este abismo denota la multitud innumerable de impíos, cuyos corazones son un abismo de malignidad contra la Iglesia de Dios. Y dice que lo precipitó no porque el diablo no estuviera ya antes allí, sino porque, excluido del corazón de los fieles, comenzó a poseer más fuertemente a los impíos. Es más poseído por el diablo quien no sólo se aleja de Dios, sino que odia sin motivo a los servidores del mismo.

Y cerró el abismo-—prosigue—y puso su sello sobre él, para que no ande más engañando a las naciones hasta que se cumplan los mil años. Cerró sobre él, es decir, le prohibió la salida y violar lo mandado. Esta adición: Y puso su sello, puede significar que Dios no quiere que se sepa quiénes pertenecen al diablo y quiénes no. Está absolutamente oculto en  esta vida, porque es incierto si el que parece estar en pie caerá y si el que parece estar ya en el suelo se levantará. Mas, atando y encerrando al diablo, se le impide seducir a las naciones que pertenecen a Cristo, y que él antes seducía o retenía. Porque—como dice el Apóstol—Dios resolvió antes de la creación del mundo librar a esas almas del reino de las tinieblas y transferirlas al reino del Hijo de su amor. Y ¿qué fiel ignora que el diablo seduce aun ahora a las naciones y las lleva consigo al suplicio eterno? Esto no lo hace con los predestinados a la vida eterna. No hay por qué inquietarse de que el diablo seduzca frecuentemente a aquellos que, regenerados ya en Cristo, marchan por las veredas del Señor. Porque el Señor conoce quiénes son de El, y de éstos, Satanás no seduce a ninguno arrastrándole a la condenación eterna. Dios los conoce como Dios, es decir, como aquel a quien nada del futuro se le oculta; no como hombre, que sólo ve a otro hombre cuando está presente, si es que puede decirse que ve a aquel cuyo corazón no ve y de quien no sabe qué será luego no menos que de sí mismo.

Libro XX, capítulo VII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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