miércoles, 26 de junio de 2024

Fin de los impíos - La Ciudad de Dios

 Al contrario, los que no pertenecen a esta ciudad de Dios tendrán por lote una miseria eterna, por otro nombre muerte segunda, porque ni el alma ni el cuerpo viven. El alma, porque estará separada de su vida, que es Dios, y el cuerpo, porque sufrirá dolores eternos. La muerte segunda será más dura, porque no podrá terminar con la muerte. Mas, siendo la guerra contraria a la paz, como la miseria a la felicidad y la muerte a la vida, puede preguntarse, y con razón, si a la paz, tan celebrada y alabada como sumo bien, responderá una guerra en el mal supremo. Quien esto pregunte, repare qué es lo dañino y pernicioso en la guerra, y hallará que no es más que la oposición y el choque de dos cosas entre sí. ¿Qué guerra; pues, más grave y más amarga puede imaginarse que aquella en que la voluntad será tan contraria a la pasión, y la pasión a la voluntad, que su enemistad no cesará jamás por la victoria de una o de otra?  . Y ¿cuál más cruel que aquella en que la fuerza del dolor combate a la naturaleza del cuerpo, sin que ninguno de los dos se rinda? Cuando en el mundo se desencadena ese combate, o vence el dolor, y la muerte priva del sentido, o vence la naturaleza y la salud arroja el dolor. Empero, en la otra vida subsiste el dolor para atormentar y la naturaleza para sentir el dolor, y no falta ni el uno ni la otra para  que la pena dure siempre. Mas, como tanto los buenos como los malos pasan por el juicio final, unos al bien supremo, que debe apetecerse, y otros al mal soberano, que debe esquivarse, trataré sobre este punto en el libro siguiente,, cuanto Dios me diere.

Libro XIX, capítulo XXVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.


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