sábado, 29 de junio de 2024

EL CIELO NUEVO Y LA TIERRA NUEVA - La Ciudad de Dios - San Agustín

San Juan, después de haber hablado del Juicio de los malos, debía decir algo también del juicio de los buenos. Ya explicó estas breves palabras del Señor: Estos irán al suplicio eterno. Ahora faltaba explicar estas otras: Y los justos, a la vida eter na. Vi—dice—un cielo nuevo y una tierra nueva. Porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y ya no hay mar. El orden de estos sucesos será el notado más arriba a pro pósito de aquel pasaje en el que dice que vio al que se sentaba en el trono, a cuya vista desaparecieron el cielo v la tierra. Una vez juzgados los que no están escritos en el libro de la vida  y arrojados al fuego eterno (y pienso que la naturaleza y el lugar de ese fuego no los conocerá ningún hombre, a menos que se lo revele el Espíritu de Dios), pasará la figura de este mundo por la conflagración del fuego mundano, como el diluvio se debió a la inundación de las aguas del mundo. La conflagración de los elementos corruptibles hará desaparecer, como he dicho, las cualidades propias de nuestros cuerpos corruptibles. La substancia, en cambio, gozará de las cualidades conformes con los cuerpos inmortales en virtud de ese maravilloso trueque; es decir, que el mundo renovado estará en armonía con los cuerpos de los hombres igualmente renovados. Por estas  palabras: Y ya no hay mar, no es fácil colegir si se secará por ese incendio o si más bien también él se transformará. Leemos que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, pero no recuerdo haber léido en parte alguna algo sobre un mar vidrioso semejante al cristal; pero el pasaje no trata del fin del mundo, amén de que no dice mar, sino un especie de mar. Aunque, a usanza de los profetas, que gustan de emplear metáforas para velar su pensamiento, pudo muy bien, al decir que ya no hay mar, hablar de aquel mar del que había escrito:

 Y el mar presentó sus muertos. La razón es que entonces ya no existirá este mundo turbulento y  proceloso que es la vida de los mortales, presentada bajo la imagen del mar.

Libro XX, capítulo XVI, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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