miércoles, 31 de julio de 2024

Superioridad del culto de los mártires sobre el de los demonios -La Ciudad de Dios

Quizá aquí los adversarios repliquen que sus dioses han hecho también maravillas. Bien. Ya es algo comparar a sus dioses con nuestros hombres muertos. ¿ Dirán que también ellos tienen dioses hechos de hombres muertos, como Hércules, como Rómulo y otros muchos que creen elevados al rango de dioses? Para nosotros, nuestros mártires no son dioses, porque sabemos que nuestro Dios y el de los mártires es uno y el mismo. Y, sin embargo, los milagros que los paganos pretenden que fueron obrados por los templos de sus dioses no son comparables a los que se hacen por las memorias de nuestros mártires. Mas, si algunos parecen del mismo orden, nuestros mártires superan a sus dioses, como Moisés venció a los magos del Faraón. Aquellos los hicieron los demonios con la arrogancia de su impura soberbia , que les indujo a querer ser sus dioses; en cambio, los mártires hacen estos, o mejor, Dios, por la oración y ayuda de ellos, con el fin de extender más y más la fe que nos mueve a creer no que los mártires son nuestros dioses, sino que su Dios es el mismo que el nuestro. Finalmente, los paganos edificaron templos a sus dioses, les erigieron altares, les instituyeron sacerdotes y les ofrecieron sacrificios; nosotros, empero, no elevamos a nuestros mártires templos como a dioses, sino memorias como a hombres muertos, cuyos espíritus viven delante de Dios. No erigimos altares a los mártires para ofrecerles sacrificios, sino al Dios único, Dios de los mártires y nuestro. En ese sacrificio son nombrados en su lugar y en su orden como hombres de Dios que vencieron al mundo confesando su nada.

El sacerdote que ofrece el sacrificio no los invoca, porque lo ofrece a Dios y no a ellos, aunque lo ofrezca en sus memorias.

Es sacerdote de Dios, no de los mártires. El sacrificio es el cuerpo de Cristo, que no se ofrece a los mártires, porque también ellos son ese cuerpo. ¿ A quiénes se debe creer más cuando hacen - milagros, a aquellos que ansían que los agraciados con el milagro los tengan por dioses o a aquellos que hacen sus milagros para que se crea en Dios y, por tanto, en Cristo? ¿ A aquellos  que quisieron que se les consagraran sus propias torpezas o a aquellos que no quieren que se les consagren ni sus alabanzas, sino que anhelan que sus a auténticos loores redunden en gloria de Aquel en quien se les alaba? En el Señor son alabadas sus almas.

Creamos, pues, a los que dicen verdad  y hacen maravillas, ya que por decir la verdad han sufrido y alcanzado el hacer maravillas. Entre estas verdades, la principal es que Cristo resucitó de entre los muertos y que deja ver en su carne la inmortalidad de la resurrección, que nos prometió para el principio del nuevo siglo o para el fin de este.


Libro XXII, capítulo X, La Ciudad de Dios, San Agustín.

Los milagros de los mártires dan testimonios de su fe - La Ciudad de Dios

 


¿De qué dan fe estos milagros sino de la fe que predica a Cristo resucitado y subido al cielo en cuerpo y alma? Los mártires han sido los mártires, es decir, los testigos de esta verdad. Y por ella han soportado un mundo hostil y cruel, y lo han vencido no resistiendo, sino muriendo. En pro de esta fe murieron los que tuvieron la dicha de conseguir esta gracia del Señor, por cuyo nombre fueron matados. En pro de esta fe pre cedió su admirable paciencia y siguió en estos milagros tan grande potencia. Porque, si no es verdad que la resurrección fue manifestada primeramente en Cristo y debe efectuarse en todos los hombres tal como lo ha anunciado Cristo y lo han predicho los profetas, por quienes fue anunciado Cristo, ¿por qué los muertos martirizados por la fe que predica la resurrección tienen tanto poder? En efecto, sea que Dios obre esos mi lagros según el modo maravilloso que tiene el eterno de obrar en los efectos temporales, sea que los obre por sus ministros; y, en este último caso, sea que emplee en unos como ministros a los espíritus de los mártires, como a hombres aún con cuerpos, o en todos a los ángeles, a quienes manda invisible, inmutable e incorporalmente, interponiendo los mártires solamente sus preces, no su operación; sea que los obre de cualquiera otra manera incomprensible para los  mortales, lo cierto es que siempre dan testimonio de la fe que predica la resurrección eterna de la carne.


Libro XXII, capítulo IX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

domingo, 21 de julio de 2024

Contra la sexta opinión - La Ciudad de Dios

 No que da por responder más que a quienes sostienen que sólo arderán en el fuego eterno los que descuiden hacer limosnas por sus pecados, según aquellas palabras del apóstol Santiago: Aguarda un juicio sin misericordia al que no usó de misericordia.

Luego el que la practica — concluyen — , aunque no haya enderezado sus disolutas costumbres y viva nefaria y pecadoramente en medio de sus limosnas, será juzgado con misericordia. Y o no será condenado o después de algún tiempo será librado de la última condenación. Creen que la separación que hará Cristo entre los de la derecha y los de la izquierda, para enviar a unos al reino eterno y a otros al eterno suplicio, se fundará únicamente en el cuidado o descuid o de la limosna.

Se apoyan, además, en la oración dominical, y dicen que los pecados cometidos a diario, por enormes que sean, pueden ser perdonados p o r las limosnas. Como no hay día—prosiguen— en que los cristianos n o reciten esta oración, así no hay pecado, por cotidiano que sea, que no se perdone por ella, a condición de que cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, procuremos poner en práctica lo que sigue: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. 

El Señor—agregan—no dice:

Si perdonareis los pecados a los hombres, vuestro Padre os perdonará los pecados leves que cometiereis a diario, sino: Os perdonará vuestros pecados. Presumen que los pecados, sean del número y de la calidad que sean, aunque los cometan a diario y mueran sin haber renunciado a ellos, la limosna de un perdón no negado puede perdonarlos. 

2. Está bien que reparen en que deben hacerse limosnas dignas por los pecados. Si dijeran que todos los pecados, tanto graves como leves, y todas las costumbres criminosas serán remitidos por toda suerte de limosnas, caerían en la cuenta de que dicen una cosa absurda y ridicula. En efecto, se verían obligados a confesar que un hombre muy rico, por ejemplo, con invertir a diari o diez pesetillas en limosnas, podría redimir los homicidios, los adulterios y demás acciones nefarias. Si decir esto es un absurdo mayúsculo y una locura sin calificativo, resta saber cuáles son las limosnas dignas por los pecados, de las cuales decía el precursor de Cristo : Haced frutos dignos de penitencia. Sin duda no se hallará que sean dignas las limosnas de aquellos que sepultan su vida hasta la muerte cometiendo crímenes a diario. Lo primero, por que derrochan muchas más riquezas en quitar la hacienda ajena y dando de esta un poquito a los pobres piensan que alimentan a Cristo, creyendo que le compran con ella la licencia para sus desvarios, o más bien que se la compran a diario y cometen con ella tamaños desafueros . Aunque por un solo  pecado distribuyeran todo su haber a los miembros necesitados de Cristo, si no  renuncian a sus truhanerías, teniendo esa caridad que no obra mal, tal liberalidad les sería inútil.

El que hace por sus pecados limosnas dignas, comience primero a hacerlas por sí mismo. Es indigno no hacerse a sí mismo la caridad que se hace al prójimo, oyendo al Señor que dice: 

Amarás al prójimo como a ti mismo. Y también: Apiádate de tu alma agradando a Dios. Quien no hace a su alma la limosna de agradar a Dios, ¿cómo puede decir que hace limosnas dignas por sus pecados? A este fin está también escrito: Quien es malo para consigo mismo, ¿para quién será bueno? Las limosnas, pues, ayudan a las oraciones. Mas debe pararse mientes en esto: Hijo, ¿has pecado? Para que no vuelvas a pecar más, haz oración por las culpas pasadas, a fin de que te sean perdonadas. Las limosnas deben hacerse exclusivamente para que seamos escuchados cuando pedimos perdón por los pecados pasados, no para que, perseverando en ellos, creamos que hemos obtenido licencia para obrar mal.

3. El Señor predijo que había de imputar a los de la derecha las limosnas realizadas y a los de la izquierda las no hechas, para mostrar con ello el valor de la limosna en orden a borrar los pecados cometidos, no en orden a cometerlos sin cesar impunemente. No debe creerse que quienes rehusan mejorar su vida amoral hacen limosnas verdaderas. También esto: Siempre que dejasteis de hacerlo con alguno de mis pequeñuelos, dejasteis de hacerlo conmigo, muestra que no las hacen, aunque ellos crean que sí. Si dan a un cristiano pobre pan por ser cristiano, no se negarán a sí mismos el pan de justicia que es Cristo, porque Dios atiende no a quién se da, sino con qué intención se da. Quien ama a Cristo en un cristiano, le da limosna con el mismo espíritu con que se acerca a Cristo, no con ese espíritu que le induce a apartarse sin castigo de Cristo. Tanto más se aleja uno de Cristo cuanto más ama lo que reprueba Cristo. En efecto, ¿qué le aprovecha ser bautizado, si no es justificado? ¿No es verdad acaso que quien dijo:  El que no renaciere del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos, ese mismo dijo: Si no es más colmada vuestra justicia que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos? ¿Por qué son tantos los que corren a bautizarse por temor a lo primero y son tan pocos los que procuran justificarse por temor a lo segundo? Así como no llama idiota a su hermano quien, cuando le injuria, está enoja do no con su hermano, sino con su pecado, pues de otra suerte sería reo del infierno de fuego, así el que alarga una limosna a un cristiano, no la alarga a un cristiano si no ama en él a Cristo, y no ama a Cristo si rehusa justificarse en Cristo. Aprovecharía muy poco a aquel que llama idiota a su hermano, injuriándolo injustamente y sin pensar en su corrección, el hacer limosna para obtener el perdón si no añade también el remedio de la reconciliación. Está propuesto en el mismo lugar así: Por tanto, si, al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti. deja allí mismo tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda. Del mismo modo, aprovecharía muy poco hacer srrandes limosnas por los pecados permaneciendo en las costumbres pecaminosas.

4. La oración cotidiana, enseñada por el Señor—de aquí su nombre de dominical—, borra los pecados de cada día cuando se dice a diario: Perdónanos nuestras deudas, y lo que sigue no se dice solamente, sino que se pone en práctica: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Se recita la oración porque se cometen pecados, no para que se cometan porque se recita. El Salvador ha querido enseñarnos con esta oración que, por más justamente que vivamos en la noche feble de esta vida, no nos faltarán pecados por los que tendremos necesidad de orar v de perdonar a auienes nos ofendan, para que nos per done Dios a nosotros. El Señor no dice: Si perdonareis a los hombres sus pecados, os perdonará también vuestro Padre vuestros vecados, con el fin de que, confiados en esta oración, cometiéramos seguros a diario crímenes, sea en virtud de la auto ridad que nos pone al amparo de los hombres, sea por astucia, engañando a los mismos hombres. Ouería que aprendiéramos a no pensar aue estamos sin pecados aunque estemos exentos de crímenes. Así lo advirtió Dios a los sacerdotes de la antigua Ley, mandándoles ofrecer primero sacrificios por sus pecados y luego por los del pueblo.

Las palabras de nuestro gran Señor y Maestro merecen una consideración más detallada. El no dice: Si perdonareis a los hombres sus pecados, también vuestro Padre os perdonará a vosotros cualesquiera pecados, sino vuestros pecados. Nótese que estaba enseñando la oración de cada día y hablaba a discípulos justificados. ¿Qué significa vuestros pecados sino los pecados de los que no estáis exentos ni siquiera vosotros, que estáis justificados y santificados? Los que buscan en esta oración un pretexto para cometer todos los días crímenes, pretenden que el Señor significó los pecados graves, porque no dijo: 

Os perdonaré los leves, sino vuestros pecados. Nosotros, al contrario, considerando a quiénes se dirigía y oyendo decir vuestros pecados, no debemos entender esas palabras más que de los leves, porque sus discípulos no tenían ya otros. No obstante, los mismos graves, de los que es preciso apartarse por una sincera conversión, no se perdonan por la oración si no se pone en práctica lo que en ella se dice: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si, pues, las faltas, aunque sean leves, de las que no están libres ni los santos, no se remiten de otro modo, ¡cuánto menos los enviscados en crímenes  enormes, aunque dejen de cometerlos, conseguirán el perdón si fueren inexo rables para perdonar las faltas que otro cometiere contra ellos, diciendo el Señor: Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará! A eso aluden las palabras de Santiago:

Será juzgado sin misericordia, el que no use de misericordia. Se debe traer a la memoria el ejemplo del siervo deudor, a quien su amo perdonó diez mil talentos y que después le obligó a pagarlos porque no se apiadó de un consiervo que le debía cien denarios. A los hijos de la promesa y vasos de  misericordia se aplican las palabras siguientes del mismo apóstol: La misericordia sobrepuja la justicia. Los justos que han vivido en tal santidad que reciben en los tabernáculos eternos a aquellos cuya amistad granjean por riqueza de iniquidad, han llegado a ese estado por la misericordia de Aquel que justifica al impío, que da el premio según la gracia y no según los méritos. En el número de éstos se cuenta el Apóstol, que dice: He conseguido la misericordia para ser fiel. 

5. En cambio, aquellos que son recibidos en los tabernácu los eternos es preciso confesar que no han vivido en tai pureza de costumbres que les sea suficiente su vida para verse libres sin el sufragio de los santos. Por eso en ellos la misericordia aventaja en mucho a la justicia. No obstante, no debe creerse que un malvado que no haya virado su vida en un sentido mejor o más tolerable, será recibido en los  tabernáculos eternos por haberse granjeado la amistad de los santos por la riqueza de iniquidad, es decir, con el dinero o con los bienes adquiridos por medios malos. 0 quizá, aunque con medios buenos, con falsas riquezas, aun cua ido la iniquidad las juzgue verdaderas porque desconoce las auténticas riquezas, que enriquecen a aquellos que reciben a otros en los tabernáculos eternos. Hay cierto género de vida que ni es tan mala que la largueza en las limosnas le sea inútil para ganar el reino de los cielos, pues la pobreza de los santos se sustenta con ella y los torna amigos que los recibirán en las eternas moradas; ni tan buena que les baste para adquirir tamaña felicidad si no consiguen la mi sericordia. (Y, dicho sea entre paréntesis, siempre me ha extrañado hallar en Virgilio la sentencia del Señor que reza:

Granjeaos amigos con las riquezas manantial de iniquidad, para que os reciban en las moradas eternas. Muy similar a ésta es aquella otra: El que hospeda a un profeta en atención a que es profeta, recibirá premio de profeta, y el que hospeda a un justo en atención a que es justo, tendrá galardón de justo.  Describiendo el poeta los campos Elíseos—lugar en que los paganos creen que habitan las almas de los bienaventurados—sitúa en ellos no sólo a los que han merecido llegar a esas moradas por méritos propios, sino también a los que, beneficiando a otros, perpetuaron su memoria entre los hombres. Es decir, a aquellos que merecieron por otros y, mereciendo para ellos, hicieron que se acordaran de ellos. Es como si dijera—cosa corriente en boca de un cristiano cuando se encomienda humilde a uno de los santos—: «Acuérdate de mí», y busca grabar su nombre en la memoria mereciendo.)

Si ahora preguntamos por ese género de vida y por esos pecados que cierran la entrada en el reino de los cielos, y de los cuales se obtiene el perdón por los méritos de los santos amigos, nos situamos en una cuestión muy difícil y muy arriesgada. Por cierto que yo, procurando hasta ahora esforzarme en su investigación, nada he conseguido. Quizá esté escondida por temor a que el afán de progreso mengüe el cuidado de evitar los pecados. Si conociéramos cuáles o qué delitos son esos en pro de los cuales, sin un avance hacia la vida mejor, debe buscarse y esperarse la intercesión de los santos, la desidia humana se envolvería segura de ellos y no cuidaría de desenredarse de tal visco con la ayuda de alguna virtud. Buscaría únicamente verse libre por los méritos de los otros, cuya amistad se ha granjeado con la riqueza de iniquidad y dando limosnas. En cambio, mientras desconocemos ese género de pecado venial, aunque exista, aplicamos el afán de una mejora en la vida, instando con más vigilancia en la oración, y no desdeñamos gran jearnos la amistad de los santos con la riqueza de iniquidad.

6. Esta liberación, que se obtiene o por sus oraciones o por la intercesión de los santos, motiva el no ser enviados al fuego eterno, no el salir de él, después del tiempo que sea, una vez enviados a él. Los mismos que piensan que lo que está escrito de la tierra buena que da su fruto en abundancia, una treinta, otra sesenta y otra ciento, debe entenderse de los santos, que, según la diversidad de sus méritos, unos rendirán treinta, otros sesenta y otros ciento, suelen creer que esto sucederá el día del juicio y no después. Cuéntase que una persona, viendo que los hombres se pro metían con esta opinión una perversa impunidad, pues de este modo, al parecer, todos pueden ser salvados, respondió con mucho acierto que cada uno debe vivir bien para lograr con su vida ser del número de los que han de interceder por la liberación de los demás. Y añadió: No vayan a ser tan pocos los intercesores, que, colmando presto cada cual su número, uno treinta, otro sesenta y otro ciento, queden muchos sin poder ser librados de las penas y se hallen entre éstos los que pusieron con vanísima temeridad su esperanza en fruto ajeno. 

Baste, pues, haber respondido a estos que, no despreciando la autoridad de las Sagradas Letras, que nos son comunes, sino entendiéndolas torcidamente, descubren en ellas no el sentido que tienen, sino el que ellos quieren. Y, hecho esto, pongamos fin a este libro, como hemos prometido.

Libro XXI, capítulo XXVII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

Sexta y última opinión - La Ciudad de Dios

 He topado también con otros convencidos de que el suplicio eterno está destinado únicamente a aquellos que descuidan redimir sus pecados por las limosnas, según aquello del apóstol Santiago: Aguarda un juicio sin misericordia al que no usó de misericordia. Luego el que usó—deducen ellos—, aunque no mejore sus costumbres, y lleve entre limosnas una vida perdida y desarreglada, será juzgado con misericordia. Y o no será castigado con la condenación, o después de un tiempo breve o largo será librado de la misma. Por eso—añaden—el Juez de vivos y muertos no quiso recordar más que las limosnas hechas u omitidas, tanto a los de la derecha, a quienes dará la vida eterna, como a los de la izquierda, a quienes condenará al suplicio eterno. A esto alude, según ellos, la petición diaria de la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Hacer limosna es perdonar pVs ofensas al que falta contra uno. El Señor mismo puso esto tan de relieve, que llegó a decir: Si perdonáis a los Hombres sus faltas, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestras faltas. Pero, si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre, que está en los cielos, os perdonará a vosotros. A este género de limosna se refieren también las palabras citadas del apóstol Santiago: quien no haga misericordia será juzgado sin misericordia.

El Señor no ha distinguido—agregan—entre pecados graves y leves, sino que se limitó a decir: Vuestro Padre os perdonará vuestros pecados si vosotros perdonáis a los hombres. Así, por perdida que sea la vida de un pecador hasta la muerte, estiman que sus pecados, cualesquiera y cuantosquiera que sean, !e serán perdonados a diario en virtud de esa oración recitada diariamente, si se acordare de perdonar de corazón las ofensas a quien le pida perdón. 

Una vez que haya respondido a todos estos pareceres, con la ayuda de Dios, daré fin a este libro.

Libro XXI, capítulo XXII, La Ciudad de Dios, San Agustín

martes, 16 de julio de 2024

OBSCURIDAD DEL ANTIGUO TESTAMENTO SOBRE LA PERSONA DE CRISTO COMO JUEZ EN EL ÚLTIMO JUICIO

1. Hay otros muchos testimonios en las divinas Escrituras sobre el juicio final. Me haría demasiado largo si los recogiera todos. Baste, pues, haber probado que esta verdad ha sido anunciada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero el Antiguo no expresa con tanta claridad como el Nuevo que es Cristo el que hará ese juicio, es decir, que es Cristo quien vendrá del cielo como juez. De que allí diga el Señor que vendrá o diga el hagiógrafo que vendrá el Señor, no se sigue lógicamente que vendrá Cristo, ya que esa denominación vale tanto para el Padre, como para el Hijo, como para el Espíritu Santo. 

Mas este punto no conviene dejarlo pasar sin pruebas. Es preciso evidenciar en primer término que Jesucristo habla por sus profetas bajo el nombre de Señor Dios, sin ocultarse como Cristo. Esto es tan verdad, que, cuando no aparece como tal y, sin embargo, se dice que el Señor Dios vendrá a juzgar, se puede entender Jesucristo. Hay un pasaje en Isaías que arroja luz sobre esto que voy diciendo. Dios habla por el profeta: Escúchame, Jacob, y tú, Israel, a quien yo llamo. Yo soy el primero y yo soy para siempre. Mi mano fundó la tierra y mi diestra consolidó el cielo. Los llamaré, y al momento se presentarán, y se reunirán todos y escucharán. ¿Quién les anunció tales cosas? Como te amaba, cumplí tu voluntad sobre Babilonia y exterminé la raza de los caldeos. Yo he hablado y he llamado; yo le he guiado e hice prosperar su jornada. Acercaos a mí y escuchadme: Desde el principio yo no he hablado ja más en secreto. Cuando las cosas sucedían, yo estaba presente. Y ahora me ha enviado el Señor Dios y su Espíritu. Es, ni más ni menos, el mismo que hablaba como el Señor Dios, y, sin embargo, no se sabría que era Jesucristo de no haber añadido: 

Y ahora me ha enviado el Señor Dios y su Espíritu. Dice esto según la forma de siervo y habla de una realidad futura como si hubiera ya pasado. Así leemos en el mismo profeta: Fue conducido como oveja al matadero. No dice: Será conducido, sino que en lugar del futuro usa el pasado. Este modo de hablar es muy corriente en profecía. 

2. En Zacarías encontrarnos otro pasaje en que aparece claramente este mismo pensamiento. En él se dice que el Omni potente envió al Omnipotente. ¿Quién a quién, sino el Dios Padre al Dios Hijo? He aquí sus palabras: Esto dice el Señor omnipotente: Después de la gloria me envió a las naciones que os  han despojado. Porque tocaros es como tocar las niñas de sus ojos. Yo extenderé mi mano sobre ellos y serán despojos de los que fueron esclavos suyos, y conoceréis que el Señor om nipotente me envió. Advierte que el Señor omnipotente dice que fué enviado por el Señor omnipotente. ¿Quién osará  entender esto de otro que de Cristo, que habla a las ovejas extraviadas de la casa de Israel? Así dice en el Evangelio: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Las comparó a las niñas de sus ojos por los subidos quilates del amor que les tenía. Entre estas ovejas se contaban también sus apóstoles. Y después de la gloria de su resurrección, antes de la cual dice el evangelista: Jesús aún no había sido glorificado, fué enviado también a las naciones en persona de sus apóstoles.

De este modo se cumplió lo que se lee en el Salmo: Me librarás de las contradicciones del pueblo y me constituirás caudillo de las naciones. Los que habían saqueado a los israelitas y a los que habían servido los israelitas, cuando estaban sometidos a las naciones, no fueron a su vez despojados, sino que se trocaron en despojos de los israelitas. Esto mismo lo había prometido a los apóstoles al decirles: Os haré pescadores de hombres. Y a uno de ellos: Desde ahora serás pescador de hombres. Se trocarán, pues, en despojos, pero en el buen sentido, como son los vasos robados al fuerte m.com

ás fuertemente atado. 

3. El Señor, hablando por boca del mismo profeta, dice: 

En aquel día yo tiraré a exterminar a todas las naciones que vengan contra Jerusalén. Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el Espíritu de gracia y de misericordia y pondrán los ojos en. mí por haberme insultado.

Llorarán sobre él como lo hacen sobre un ser amado y harán duelo por él como por el unigénito. ¿A quién atañe sino a solo Dios exterminar todas las naciones enemigas de la santa ciudad de Jerusalén, que vienen contra ella, es decir, que le son contrarias, o, según otra versión, que vienen sobre ella, o sea a subyugarla? Y ¿a quién pertenece sino a solo Dios derramar sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el Espíritu de gracia y de misericordia? A la verdad que esto es privativo de Dios, y el profeta lo dice en persona de Dios. Y, no obstante, Cristo hace ver que él es ese Dios que obra todas esas maravillas divinas, al añadir: Y pondrán sus ojos en mí por haberme insultado. Llorarán sobre él como lloran sobre un ser amado (o querido) y harán duelo por él como por el unigénito. En aquel día, los judíos, aun aquellos que han de recibir el Espíritu de gracia y de misericordia, fijando sus ojos en Cristo, que vendrá en toda su majestad, y cayendo en la cuenta de que es el mismo de quien se mofaron en su abatimiento, se arrepentirán de haberle insultado en su paciencia. 

Y también sus padres, autores de tamaña impiedad, lo verán al resucitar, pero ya para ser castigados, no corregidos. Por consiguiente, las palabras que siguen: Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el Espíritu de gracia y de misericordia y pondrán sus ojos en mí por haberme insultado, no aluden a éstos, sino a los descendientes de su raza, que creerán entonces por la predicación de Elias. Mas, así como decimos a los judíos: Vosotros disteis muerte a Cristo, aunque este crimen se deba a sus padres, así éstos se afligirán, en cierto modo, de ser los autores del mal que hicieron los otros. 

Y aunque, una vez recibido el Espíritu de gracia y de miseri cordia, los fieles ya no serán condenados con sus padres impíos, no dejarán por eso de dolerse del crimen de sus padres como si fueran culpables. El dolor no nacerá del reato del crimen, sino del afecto de piedad.

Es verdad que donde los Setenta han traducido: Y pondrán sus ojos en mí por haberme insultado, el hebreo dice: Y pondrán sus ojos en mí, a quien'han traspasado. Esta palabra expresa con más claridad a Cristo crucificado. No obstante, el insulto, según la expresión de los Setenta, abarca la totalidad de la pasión. Le insultaron cuando fue detenido, preso, juzgado  y vestido con el oprobio de una ignominiosa vestidura, y coronado de espinas, y herido en la cabeza con la caña, y adorado burlescamente con las rodillas en tierra, y al llevar su cruz y ya pendiente en el madero. No singularizando, pues, las versiones, sino aunando las dos, al leer que le insultaron y que le traspasaron, nos damos cuenta más cabal de la verdad de la pasión del Señor.

4. En consecuencia, cuando leemos en los profetas que Dios vendrá a juzgar, aunque no se haga más distinción, es preciso entender a Cristo únicamente, ya que, si bien es el Padre el que juzgará, juzgará por la venida del Hijo del hombre.  El visiblemente no juzga a nadie, sino que dio el poder de juzgar al Hijo, que se manifestará como hombre-juez, al igual que fue juzgado como hombre. ¿A qué otro se refiere lo que dice Dios por Isaías bajo el nombre de Jacob y de Israel, de cuya estirpe nació Cristo según la carne? He aquí el texto: Jacob es mi siervo, yo le protegeré; Israel es mi elegido, en él tiene mi alma sus complacencias. Yo le he dado mi Espíritu; El hará el juicio a las naciones. Ni gritará ni callará, y su voz no se oirá juera. No quebrará la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea, sino que juzgará conforme a verdad. Resplandecerá y no será herido hasta que haga en la tierra el juicio, y las naciones esperarán en mi nombre. El hebreo no trae Jacob e Israel; pero los Setenta, dando a entender cómo debía tomarse mi siervo, es decir, por la humildísima forma de siervo a que le redujo el Altísimo, han empleado el nombre de la persona de cuya estirpe tomó la forma de siervo. Le fué dado el Espíritu Santo y, según atestigua el Evangelio, descendió sobre él en forma de paloma. El pronunció juicio a las naciones, porque prenunció el cumplimiento futuro de lo que estaba oculto para las naciones. No gritó por mansedumbre, y, sin embargo, no cesó de predicar la verdad. Pero su voz no se oyó fuera, ni se oye, pues los que están separados de su cuerpo no le obedecen.

No quebrantó ni extinguió a los judíos perseguidores, que fueron comparados a la caña cascada, porque perdieron su integridad, y a la mecha que humea, porque no tienen ya la luz.

Los perdonó Él, que no había venido todavía a juzgarlos, sino a ser juzgado por ellos. Y ha pronunciado un juicio verdadero, prediciéndoles que serían castigados si persistían en su malicia. Su rostro brilló en la montaña, y su fama en el orbe enlero. No fué quebrado ni quebrantado, porque no cedió a los perseguidores, ni en su persona ni en su Iglesia. Y por eso ha sucedido ni sucederá lo que sus enemigos dijeron y aún dicen: ¿Cuándo morirá éste y será abolido su nombre?

Hasta que establezca el juicio sobre la tierra. He aquí la luz del secreto que buscábamos. Este es, pues, el último juicio que hará en la tierra cuando viniere del cielo. Vemos ya cumplido en él lo que el profeta añadió: Y las naciones esperarán en su nombre. Este hecho innegable sea una razón poderosa para creer lo que sólo la desvergüenza permite negar. ¿Quién esperara esto que aun los que rehusan creer en Cristo ven ya cumplido, y rechinan sus dientes y se consumen, a despecho de  sí mismos, porque no pueden negarlo? ¿Quién, repito, esperarara que las naciones habían de creer en el nombre de Cristo, cuando le prendían, le ataban, le abofeteaban, le insultaban y le crucificaban; cuando, en fin, hasta los mismos discípulos habían perdido la esperanza que comenzaba a brillar en sus corazones?

Lo que apenas entonces un ladrón esperó sobre la cruz, ahora lo esperan todas las naciones, y, por temor a morir eternamente, se signan con la cruz en que murió.

5. Nadie niega ya ni duda siquiera que será Jesucristo el juez supremo del juicio final y que éste será tal cual se anurcía en las Sagradas Letras. Sólo el que por una incredulidad ciega y quisquillosa no cree en las Escrituras, que ya han mani festado su veracidad al mundo entero, duda de esto. He aquí las cosas que sucederán en el juicio o hacia ese tiempo:.com


la venida de Elias Tesbite, la conversión de los judíos, la persecución del anticristo, la venida de Cristo a juzgar, la resurrección de los muertos, la separación entre los buenos y los malos, la conflgración del mundo y su renovación. Es preciso creer que todo esto sucederá; pero ¿de qué modo y en qué orden? La experiencia nos lo enseñará mejor que puedan hacerlo ahora las conjeturas de la razón humana. Con todo, tengo para mí que sucederán en el orden que he venido diciendo.

6. Dos libros me faltan para dar fin a esta obra y cumplir, gracias a Dios, mis promesas. Uno versará sobre el suplicio de los malos, y otro, sobre la felicidad de los buenos. En ellos refutaré sobre todo, con la ayuda de Dios, los vanos argumentos de los hombres, que parecen roer con sabiduría su miseria contra las predicciones y las Dromesas de Dios y que desprecian como flacos y ridículos los dogmas gue alimentan nuestra fe. Mas los sabios según Dios extraen de la omnipotencia divina un argumento poderosísimo para creer todo cuanto parece increíble a los hombres y se contiene en las Santas Escrituras, cuya verdad está justificada ya de tantas maneras.

Tienen, además, por cierto, que es imposible que Dios nos engañe y que puede hacer lo que es imposible para el infiel.

Libro XX, capítulo XXX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

La venida de Elías antes del juicio - La Ciudad de Dios

Y después de haberles advertido que se acordarían de la ley de Moisés, previendo que estarían aún mucho tiempo sin entenderla espiritualmente, como se debe, agregó: Yo os enviaré a Elias Tesbite antes que venga el día grande y luminoso del Señor, que convertirá el corazón del padre hacia el hijo y el corazón del hombre hacia su prójimo por temor a que, en viniendo, destruya toda la tierra. Es una creencia muy extendida y arraigada en el corazón de los fieles que al fin del mundo, antes del juicio, los judíos creerán en el verdadero Mesías, es decir, en nuestro Cristo, gracias al grande y admirable profeta Elias, que les explicará la ley. No carece de fundamento la esperanza de que vendrá antes de la venida del Juez y Salvador, puesto que es razonable la creencia de que aún vive ahora. Es cierto, dado el testimonio claro y evidente de las santas Escrituras, que fué arrebatado en un carro de fuego. En viniendo, expondrá espiritualmente la ley, entendida todavía carnalmente por los judíos. Y convertirá el corazón del padre hacia el hijo, es decir, el corazón de los padres hacia sus hijos, pues los Setenta han usado el singular por el plural. El sentido es éste: que los hijos, los judíos, entiendan la ley como la entendieron los padres, los profetas, entre los que se contaba Moisés.

Así, el corazón de los padres se convertirá hacia los hijos, llamando los padres a los hijos a su modo de interpretar la ley. Y el corazón de los hijos hacia sus padres, asintiendo éstos a lo que sintieron aquéllos. En lugar de esto, los Setenta dijeron: 

Y el corazón del hombre hacia su prójimo, pues no hay nadie más prójimo que los padres y los hijos. Quizá a estas palabras de los Setenta, que han interpretado la Escritura como profetas, pueda dárseles otro sentido más elevado. Según él, Elias convertirá el corazón del Dios Padre hacia el Hijo, no haciendo, claro está, que el Padre ame al Hijo, sino enseñando a los judíos que, como el Padre ama al Hijo, así ellos amen al Cristo, que es nuestro Cristo, a quien antes habían odiado. En efecto, Dios, según los judíos, en nuestro tiempo tiene apartado su corazón de nuestro Cristo. Y Dios, para ellos, convertirá su corazón hacia el Hijo cuando, trocado el corazón de ellos, vean el amor del Padre al Hijo. En lo siguiente: Y el corazón del hombre liada su prójimo, es decir, que Elias convertirá también el corazón del hombre hacia su prójimo, ¿qué mejor puede entenderse que decir que convertirá el corazón del hombre hacia Cristo-hombre? Porque Cristo siendo nuestro Dios en la forma de Dios, tomando la forma de siervo se ha dignado también ser nuestro prójimo. 

Y Elias hará esto por temor a que, en viniendo, destruya toda la tierra. Son tierra todos los que gustan las cosas de la tierra, como los judíos carnales. Este vicio motivó aquellas murmuraciones contra Dios: Los malos le son gratos, y : Es una locura servir a Dios.


Libro XX, capítulo XXIX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

Interpretación espiritual de la ley de Moisés - La Ciudad de Dios - San Agustín

El mismo profeta añade: Acordaos de la ley que yo he dado a Moisés, mi siervo, para lodo Israel en Horeb. Recuerda con mucha oportunidad los mandamientos de Dios después de haber puesto de relieve la enorme diferencia que habrá entre los observantes de la ley y los menospreciadores de la misma.

Llevaba, además, otra intención, y era enseñar a entender espiritualmente la ley y a hallar en ella a Cristo, el juez que debe hacer la distinción entre los buenos y los malos. No en vano dijo el Señor a los judíos: Si creyereis a Moisés, me creeríais a mí, pues de mí escribió él.

Por entender carnalmente la ley y desconocer que las promesas terrenas de ella son figuras de las celestiales, caen en tales dislates, que se atreven a decir: Es una locura servir a Dios. ¿Qué provecho hemos sacado de guardar sus mandamientos y de andar suplicantes en presencia del Señor omni potente?

Ahora llamamos dichosos, y con razón, a los extraños, y todos los inicuos triunfan en la vida. Estas murmuraciones han forzado en cierto modo al proofeta a anunciar el juici o final, en el que los malos no serán dichosos ni siquiera con una dicha falsa, si no que aparecerán desgraciados a todas luces, y los buenos no estarán sujetos a miseria alguna, ni temporal siquiera, sino que gozarán de una felicidad eterna y gloriosa. Algo semejante había dicho antes al referir otros chismes: El hombre que obra mal, ése es bueno a los ojos del Señor y éstos le son aceptos.

Estas murmuraciones contra Dios son fruto, como digo, de la interpretación carnal de la ley de Moisés. Por eso el salmista, en el salmo 72, dice que temblaron sus piernas y que dio pasos en falso, porque tuvo celos de los pecadores al ver la paz de que gozan. Y entre otras cosas dice: 

¿Cómo lo sabe Dios? ¿Tendrá de ello conocimiento el Altísimo Y también: ¿He justificado acaso en vano mi corazón y lavado mis manos entre inocentes? Tratando de resolver esta dificilísima cuestión que se presenta al ver a los Buenos miserables y a los malos dichosos, añade: Difícil me será comprender esto hasta que entre en el santuario de Dios y conozca el fin de cada uno. En el último juicio no será así. Las cosas aparecerán de muy distinta manera cuando se manifieste la felicidad de los justos y la miseria de los pecadores.

Libro XX, capítulo XXVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.


La separación de los buenos y de los malos y su repercusión en el juicio final - La Ciudad de Dios

El texto que he aducido someramente del mismo profeta en el libro XVIII a propósito de otro punto dice relación al juicio final. He aquí el pasaje:

Ellos serán mi heredad, dice el Señor omnipotente, el día en que yo obraré y los  escogeré como un padre escoge a un hijo obediente. Vosotros os convertiréis y conoceréis la diferencia que hay entre el justo y el pecador y entre el que sirve a Dios y el que no lo sirve. Porque he aquí que llegará el día como un horno ardiente y los consumirá. Todos los extraños y todos los pecadores serán como estopa, y el día que se aproxima los abrasará, dice el Señor todopoderoso, y no dejará en ellos raíz ni ramas.  

Mas para vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el sol de justicia y hallaréis la salud en sus alas. Saldréis fuera saltando como corderillos fuera del redil, y hollaréis a los impíos, y se rán ceniza bajo vuestros pies, dice el Señor omnipotente.

Cuando esta diferencia de premios y de penas que distingue a los justos de los pecadores , y que no se nota bajo el sol en la vanidad de la vida presente, aparezca baj o el sol de justicia que brillará en la vida futura, entonces será el juicio nunca  antes visto.


Libro XX, capítulo XXVII, La Ciudad de Dios, San Agustín

lunes, 15 de julio de 2024

PROFECÍA DE MALAQUÍAS . EL JUICIO FINAL Y LA PURIFICACIÓN POR LAS PENAS - La Ciudad de Dios

El profeta Malaquías o Malaquí, llamado también Ángel, y que, según algunos, es el mismo Esdras, de quien hay otros  escritos incluidos en el canon (opinión que, según San Jerónimo , corre entre los hebreos) , anuncia el último juicio en estos términos: Hele, ahí viene, dice el Señor Todopoderoso, y ¿quién soportará el día de su entrada o quién podrá pararse a miraro? Porque él entra como juego ardiente v como hierba de los bataneros. Y se sentará a fundir y a pulir el oro y la plata y purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como al oro y a la plata, y ellos ofrecerán al Señor víctimas en justicia.

El sacrificio de Judá y de Jerusalén será grato al Señor, como otrora en los primeros años. Yo me acercaré a vosotros para, juzgar y seré testigo contra los hechiceros, los adúlteros y los perjuros, y contra los que defraudan al jornalero su salario, oprimen con violencia a las viudas, maltratan a los pupilos,  hacen injusticia al extranjero y no temen mi nombre, dice el Señor omnipotente. Yo soy el Señor, vuestro Dios, y yo no cambio. Estas palabras manifiestan, a mi parecer, con claridad que en aquel juicio habrá para algunos penas purgatorias . ¿Qué otra cosa cabe entender en lo que sigue: 

¿Quién soportará el día de su entrada o quién podrá pararse a mirarlo? Porque él entra como fuego ardiente y como hierba de los bataneros. Y se sentará a fundir y a pulir el oro y la plata y purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como al oro y a la plata. Isaías dice algo parecido: Limpiará el Señor las inmundicias de los hijos y de las hijas de Sión y purificará su sangre mediante el soplo del juicio y el espíritu del fuego.  Esto es así, a no ser que quiera alguien decir que son purificados de sus inmundicias y acrisolados cuando los malos sean separados de ellos por el juicio penal y que la separación y condenación de éstos es la purificación de los otros, porque en adelante ya no vivirán en confusa mezcla. Luego añade: Y purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como al oro y a la plata, y ellos ofrecerán al Señor víctimas en justicia. Y el sacrificio de Judá y de Jerusalén será grato al Señor, Indica con esto que esos mismos que serán purificados serán después gratos al Señor por los sacrificios de justicia y que serán así purificados de su injusticia, que motivaba el desagrado de Dios. Una vez  purificados, serán víctimas de una justicia bien colmada. ¿Pueden acaso ofrecer a Dios algo más aceptable que sus mismas personas? Esta cuestión sobre las penas purgatorias la remito a lugar más  oportuno, para hablar de ella más a fondo. 

Por los hijos de Leví, de Judá y de Jerusalén es preciso entender la Iglesia de Dios, compuesta no sólo de los hebreos, sino también de otras naciones. Y además no tal cual es al presente, donde, si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros,  sino cual será entonces, purificada por el juicio final como la parva por el viento. Entonces, ya purificados por el fuego los que tienen necesidad de esta purificación, no ofrecerá ya nadie sacrificios por sus pecados. Porque, sin duda, todos los que así ofrecen son reos de pecados y ofrecen sacrificios para alcanzar la remisión. Y la alcanzarán una vez que hayan sacrificado y Dios haya aceptado su sacrificio.

Libro XX, capítulo XXV, La Ciudad de Dios, San Agustín.


domingo, 7 de julio de 2024

Isaías sobre la resurección de los muertos y la retribución del juicio -La Ciudad de Dios


El profeta Isaías dice: Los muertos resucitarán, y resucitarán los que estaban en los sepulcros, y se alegrarán todos los que están en la tierra, porque tu rocío les dará la salud, pero la tierra de los impíos caerá. Lo primero alude a la resurrección de los bienaventurados. Y esto otro: Pero la tierra de los impíos caerá, se entiende bien así: Empero, los cuerpos de los impíos caerán en la condenación. Si queremos profundizar más en lo dicho sobre la resurrección de los buenos, deben referirse a la primera estas palabras: Resucitarán los muertos; y a la segund a estas otras: Y resucitarán los que están en los sepulcros.  

Y a los santos que hallará vivos el Señor , caso que preguntemos por ellos, se les aplicará muy bien esto Y se alegrarán todos los que están en la tierra, porque tu rocío les dará la salud. La salud en este pasaje podemos razonablemente tomarla por la inmortalidad. Se trata de la salud más perfecta, de esa que no tiene necesidad ni de alimentos ni de los remedios cotidianos. 

El mismo profeta habla del día del juicio, después de haber hablado de esperanza a los buenos y de terror a los malos. He aquí sus palabras: Esto dice el Señor: Yo derramaré  sobre ellos como un río de paz y como un torrente que inundará la gloria de las naciones. Sus hijos serán llevados sobre los hombres, y los mimados en su regazo. Como una madre consuela a su hijito, así yo os consolaré a vosotros, y recibiréis esa consolación en Jerusalén. Lo veréis, y vuestro corazón se regocijará y vuestros  huesos reverdecerán como la hierba. La mano del Señor se hará visible en favor de sus adoradores, y su amenaza contra los contumaces. Porque he aquí que el Señor vendrá como fuego, y su carroza como tempestad, para derramar con indignación su venganza y el exterminio con llamas de fuego. El Señor juzgará toda la tierra por el fuego y toda carne por la espada. Y muchos serán heridos por el Señor. El río de paz prometido a j o s santos es, sin duda, la abundancia de esa paz, que trasciende toda otra. Esta es la paz que nos regará al fin, y de la que hemos hablado sobradamente en el libro precedente. Dice que este río desciende sobre aquellos a quienes se promete tamaña felicidad para darnos a entender que, en esa dichosa región que es el cielo, ese río sacia todos los anhelos. 

Y como la paz de la incorrupción y de la inmortalidad fluye allí y llega hasta los cuerpos terrenos, por eso dice que ese río desciende; es decir, rebosando en los seres superiores, cae so bre los más humildes y torna a los hombres iguales a los ángeles. 

Por esa Jerusalén de que habla no debemos entender la esclava, al igual que sus hijos, sino más bien la libre madre nuestra, eterna en los cielos. Allí seremos consolados después de los trabajos y de los dolores de la vida mortal y llevados sobre los hombros y sobre las rodillas como niños pequeñitos. Aquella beatitud, nueva para nosotros, nos acogerá con inefables dulzuras; a nosotros, rudos y novicios. Allí veremos, y nuestro corazón se alegrará. No declaró qué veremos; pero ¿qué será sino a Dios? De este modo se cumplirá en nosotros la promesa del Evangelio: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Veremos además todas aquellas cosas que ahora no vemos, y de las cuales, al creerlas, nos formamos una idea según el alcance de nuestro espíritu, pero infinitamente inferior a la realidad. Vosotros veréis—dice—, y vuestro corazón se regocijará. Aquí creéis, allí veréis.

2. Y temiendo que estas palabras: Y se regocijará vuestro corazón, nos indujeran a pensar que los bienes de la Jerusalén celestial son exclusivos del espíritu, añade: Y vuestros huesos reverdecerán como la hierba. Aquí comprendió ya la resurrección de los muertos, como diciendo algo que había omitido. Esta no se realizará cuando la hayamos visto, sino que la veremos cuando se haya realizado. En efecto, del cielo nuevo y de la tierra nueva ya había hablado antes, y también de las promesas hechas a los santos. Habrá—dice—un cielo nuevo y una tierra nueva y no recordarán las cosas primeras ni morarán en su corazón, sino que hallarán en ellos alegría y regocijo. Por que yo haré de Jerusalén una ciudad de júbilo, y de mi pueblo, un pueblo de alegría. En Jerusalén hallaré yo mis delicias, y mi gozo en mi pueblo. Y nunca jamás se oirá en ella la voz del llanto, etc. Algunos se afanan en referir esto al reino carnal de los mil años. El profeta, al estilo profético, mezcla las expresiones figuradas con las propias con el fin de que el espíritu sobrio se esfuerce útil y saludablemente en buscar un sentido espiritual. Empero, la pereza carnal y la rudeza ignorante y  holgazana se contentan con la corteza, que es la letra, y estiman que no debe profundizarse más. Baste y a esto sobre las palabras proféticas citadas y su contexto. En el lugar que comentamos, y que motivó esta digresión, después de haber dicho: Y vuestros huesos reverdecerán como la hierba, para mostrar que hablaba de la resurrección de los cuerpos, pero de los buenos, añadió : La mano del Señor se hará visible en favor de sus adoradores. ¿ Qué mano es ésta sino la que distingue a los adoradores de Dios de sus menospreciadores? De estos últimos dice a renglón seguido: Y su amenaza contra los contumaces, o, como traducen otros, contra los incrédulos. 

La amenaza evidentemente no se cumplirá entonces, sino que , intimada ahora, surtirá su efecto entonces . Porque he aquí—agrega—que el Señor vendrá como fuego, y sus carrozas como tempestad,  para derramar con indignación su venganza y el exterminio con llamas de fuego. El Señor juzgará toda tierra por el fuego y toda carné por la espada. Y mu chos serán heridos por el Señor. Las palabras fuego, tempestad y espada significan las penas del juicio, puesto que dice que el Señor vendrá como fuego, y es indudable que vendrá así para aquellos para quienes su venida será penal. Las carrozas — nótese que  emplea el plural — designan los ministerios de los ángeles. Y cuando dice que toda tierra y toda carne será juzgada por el fuego y por la espada, hay que entender por esos dos términos, no los espirituales y los santos, sino los hombres terrenos y cramales. De éstos se dijo que saben a tierra y que saber según la carne es muerte. Y a ésos da el Señor el nombre de carne cuando dice: Mi espíritu no permanecerá en estos hombres, porque son carne. La herida de que habla al decir: Muchos serán heridos por el Señor, es la que causará la muerte segunda.

Es cierto que pueden entenderse en buen sentido el fuego, la espada y la herida. El Señor manifestó su voluntad de enviar fuego a la tierra. Los discípulos vieron como lenguas de fuego divididas cuando descendió el Espíritu Santo . No he venido — dijo también el Señor — a traer la paz a la tierra, sino la espada. Y la Escritura llama espada de dos filos a la palabra de Dios, por el doble filo de los dos Testamentos. En el Cantar de los Cantares, la Iglesia sant a dice que está herida por la caridad como por la flecha del amor. Pero aquí, cuando leemos u oímos que el Señor viene a ejecutar sus venganzas , es claro cómo deben entenderse esas expresiones.

3 . El profeta, después de haber indicado brevemente ellos que serán consumidos por ese juicio, figurando a los pecadores e impíos bajo la imagen de las viandas prohibidas por la ley antigua, de las cuales no se han abstenido, resume la gracia del Nuevo Testamento desde la primera venida del  alvador hasta el último juicio, en el que da fin a su profecía. Cuenta primero que el Señor vendrá a congregar a todas las naciones y que éstas se reunirán y serán su gloria . Porque—como dice el Apóstol — todos pecaron y todos tienen necesidad de la eloria de Dios. Añade que harán ante ellos señales tan  aravillosas que creerán en él, y que enviará algunos de ellos a diferentes naciones y a las lejanas islas, que no han oído su nombre ni han visto su gloria. Estos anunciarán—prosigue—su gloria a los gentiles y conducirán a la fe del Dios Padre a los hermanos de éstos, a quienes se dirigía, es decir, a los israelitas  elegidos. Llevarán presentes al Señor de todas las partes del mundo, sobre bestias de carga y carros (bestias y carros que son, sin duda, la ayuda divina que Dios manda por ministerio de los ángeles o de los hombres). Y los llevará a la ciudad santa de Jerusalén, que ahora está difundida por toda la tierra en los fieles santos. Los hombres creen cuando sienten la ayuda divina, y cuando creen, vienen. El Señor, no obstante, los comparó en imagen a los hijos de Israel, que le ofrecen víctimas en su templo s acompañándolas de salmos. Esta práctica ya está introducida también en la Iglesia. Prometió que ellos le darían sacerdotes y levitas, y al cumplimiento de esto estamos asistiendo ahora. Ahora vemos precisamente que los sacerdotes y los levitas no son elegidos atendiendo a su raza y a su sangre, como se hacía en el sacerdocio según el orden de Aarón, sino que, como convenía al espíritu del Nuevo Testamento, en el que Cristo es el sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, se eligen teniendo en cuenta los méritos que la gracia divina ha conferido a cada uno. Y los méritos no deben ponderarse por la función, que a veces desem peñan hombres indignos, sino por la santidad, que no es común a los buenos v a los malos 

4. Después de haber escrito así sobre la misericordia de Dios para con su Iglesia, cuyos efectos nos son tan palpables y conocidos, el profeta promete de parte de Dios, o por sí mismo, los fines, a que llegará cada uno cuando en el último juicio  sean separados los buenos de los malos. Porque, como el cielo nuevo y la tierra nueva permanecerán en mi presencia, dijo el Señor, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre y pasará de mes en mes y de sábado en sábado. Todo hombre vendrá a postrarse ante mí y a adorarme en Jerusalén, dijo el Señor. Y saldrán y verán los miembros de los hombres prevaricadores. Su gusano no morirá nunca y su fuego jamás se apagará, y servirán de espectáculo a toda carne. El profeta termina el libro en el punto en que terminará, el mundo. Verdad es que algunos no han traducido los miembros de los hom bres, sino los cadáveres de los hombres,  entendiendo evidentemente por cadáveres la pena de los cuerpos, bien que no suele llamarse cadáver sino a la carne sin alma, y esos cuerpos serán cuerpos animados, porque, de lo contrario, no podrán sentir los tormentos. Quizá no sea absurdo llamarles cadáveres por esta razón, porque serán cuerpos de muertos que han caído en la muerte segunda. A esto se debería también el dicho del mismo profeta citado ya antes: La tierra de los impíos caerá, iQuién no ve que cadáver viene de la palabra caer.  Es manifiesto que estos traductores han puesto varones en lugar de hombres, pues nadie osará decir que las mujeres pecadoras no sufrirán ese suplicio. Se toma, pues, la parle superior, es decir, la parte de que fué formada la mujer, por los dos sexos. Sin embargo—y esto hace más al caso—, al decir, hablando de los buenos: Vendrá toda carne, porque el pueblo cristiano se compondrá de toda clase de hombres—y conste que no estarán allí todos los hombres , puesto que muchos estarán penando — ; y al decir, hablando de los malos , para seguir el hilo de mi discurso , que son miembros o cadáveres , muestra que el juicio quedará, tanto a los buenos como a los malos , su fin debido , tendrá lugar después de la resurrección de la carne, de la que habla con mucha claridad.

Libro XX, capítulo XXI, La Ciudad de Dios, San Agustín


sábado, 6 de julio de 2024

Primera a los Tesalonicenses. La resurección de los muertos - La Ciudad de Dios

 

En el lugar citado, el Apóstol no habla de la resurrección de los muertos. Pero en su primera Epístola a los de Tesalónica les dice: En orden a los difuntos no queremos, hermanos, dejaros en vuestra ignorancia, por que no os entristezcáis del modo que suelen los demás hombres que no tienen esa esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, también debemos creer que Dios llevará con Jesús a aquellos que hayan muerto por él. Por lo cual os decimos, sobre la palabra del Señor, que nosotros, los vivientes que quedaremos hasta la venida del Señor, no cogeremos la delantera a los que ya murieron antes. Por cuanto el mismo Señor, a la intimación y a la voz del arcángel y al sonido de la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo, resucitarán los primeros. Después nosotros, los vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados, juntamente con ellos, sobre nubes al encuentro de Cristo en el aire, y así estaremos con el Señor eternamente.

Estas palabras del Apóstol prueban con luz meridiana la futura resurrección de los muertos, cuando Cristo vendrá a juzgar a todos. 

2. Suele preguntarse en este lugar lo siguiente: ¿Morirán aquellos que Cristo hallare vivos al venir, y que el Apóstol figura en sí y en los que con él vivían, o pasarán con una cele ridad espantosa de la muerte a la inmortalidad en el instante preciso en que saldrán con los resucitados al encuentro de Cristo? Sería  na insensatez creer que, mientras van por los aires a la altura, no pueden morir y revivir.  Estas palabras: Y así estaremos eternamente con el Señor, no deben entenderse como si dijera que nosotros permaneceremos siempre con el Señor en el aire, puesto que ni El permanecerá allí, pues vendrá de paso. Iremos, pues, al encuentro del que viene, no del que está; pero así estaremos con el Señor, es decir, teniendo cuerpo eterno doquiera vayamos con él. El mismo Apóstol parece obligarnos a pensar que los hallados por el Señor vivos morirán en ese breve espacio de tiempo y vestirán la inmortalidad, cuando dice: Todos serán vivificados en Cristo. Y en otro lugar, hablando de la resurrección: Lo que siembras no recibe vida si antes no muere. ¿Cómo, pues, los que Cristo hallare vivos serán vivificados en El por la inmortalidad si no mueren, siendo así que implican esto aquellas palabras: Lo que siembras no es vivificado si antes no muere? Y si es cierto que no puede decirse propiamente del cuerpo del hombre que es sembrado si no torna, muriendo, a la tierra, según aquella sentencia intimada por Dios al primer pecador, padre del género humano: Eres tierra y a la tierra irás, hay que admitir que estos que Cristo hallará con vida, aun despojados de sus cuerpos, no están comprendidos ni en esas palabras del Apóstol ni en estas del Génesis. Es claro que los arrebatados a las nubes no son sembrados, porque ni van a la tierra ni retornan, sea que no experimenten la muerte, sea que mueran momentáneamente en el aire.

3. Por otra parte, nos sale al paso el mismo San Pablo en su carta a los Corintios. Todos resucitaremos—dice él—, o según otros códices: Todos dormiremos [ 3 0 ] . Si, pues, es imposible la resurrección sin la muerte, y dormición en este pasaje significa muerte, ¿cómo dormirán o resucitarán todos, si son tantos los hombres que Cristo hallará con vida que ni morirán ni resucitarán?" Estoy en que, si creemos que los santos, esos que Cristo hallará con vida y que serán elevados para ir a su encuentro, dejando en ese vuelo sus cuerpos mortales y vistiéndolos de inmortalidad, no nos meten en esos aprietos las palabras del Apóstol. Ni éstas: Lo que siembras no es vivificado si antes no muere, ni estas otras: Todos resucitaremos, o : Todos dormiremos. Y es que aquéllos no serán vivificados por la inmortalidad si no mueren antes, aunque sea por un instante. Así no serán ya ajenos a la resurrección, precedida de la  dormición, que de hecho se dio, aunque por poco tiempo. Mas ¿por qué nos parece increíble que esa multitud de cuerpos sea sembrada en cierto modo en el aire y tome allí instantáneamente una vida inmortal e incorruptible, si creemos lo que dice el mismo Apóstol, que la resurrección se efectuará en un abrir y cerrar de ojos y que el polvo de los cuerpos, extendido en mil lugares, se acoplará con una facilidad y una prontitud asombrosa? Y no pensemos que a esos santos no les alcanzará esta sentencia pronunciada contra el hombre: Eres tierra y a la tierra irás, pretextando que sus cuerpos no tornan a la tierra, y que , como muere en el vuelo , en ese entretanto resucitarán también . A la tierra irás significa: Irás, perdida la vida, a lo que eras antes de haberla recibido ; en otros términos : Serás desanimado, lo cual eras y antes de ser animado. El hombre era tierra, y a esa tierra Dios le infundió un soplo de vida , y el hombre quedó constituido en alma viviente. Es, pues, como si dijera: Eres tierra animada, cosa que no eras; serás tierra sin alma, como eras. Lo que son todos los cuerpos muertos antes de pudrirse, eso serán éstos si mueren y doquiera mueran, pues se verán privados de vida y la recibirán al instante. Irán a la tierra, porque de hombres vivos se convertirán en tierra; de igual modo que va a ceniza lo que se convierte en ceniza, va a la vejez lo que envejece y a tiesto el barro, y otras mil expresiones del lenguaje ordinario. Pero todo esto no son más que conjeturas de nuestra pobre razón, que no comprende cómo será eso y que quizá lo pueda comprender mejor cuando se realice. Si, pues , queremos ser cristianos, debemos creer que la resurrección de los cuerpos tendrá lugar cuando Cristo venga a juzgar a los vivos y a los muertos. Y n o, porque no podamos comprender perfectamente cómo será, es nuestra fe vana. Mas, como he prometido, voy a examinar, cuanto cre a suficiente, los testimonios de los libros proféticos del Antiguo Testamento relativos al juicio final de Dios. Si el lector procura ayudarse de lo que he venido diciendo, no será preciso para comprender esto una larga exposición.


Libro XX, capítulo XX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

miércoles, 3 de julio de 2024

San Pablo a los Tesalonicenses. El anticristo - La Ciudad de Dios

 Me veo en la necesidad de omitir gran número de testimonios evangélicos y apostólicos sobre el juicio final para no prolongar demasiado este libro. Pero no puedo menos de citar al apóstol San Pablo en su Epístola segunda a los Tesalonicenses. Dice así: Entretanto, hermanos, os suplicamos, por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión al mismo, que no abandonéis ligeramente vuestros sentimientos ni os alarméis con supuestas revelaciones, o con ciertos discursos, o con cartas que se supongan enviadas por nosotros, como sí el día del Señor estuviera ya muy cercano. No os dejéis seducir de nadie en ninguna manera, porque no vendrán sin que primero haya acontecido la apostasía y aparecido el hombre del pecado, el hijo de la perdición. Este se opondrá a Dios y se alzará contra todo lo que se dice Dios .o se adora, hasta llegar a poner su asiento en el templo de Dios, dando a entender que es Dios. ¿No os acordáis que, cuando estaba todavía entre vosotros, os decía estas cosas? Ya sabéis la causa que ahora le detiene hasta que sea manifestado a su tiempo. El hecho es que ya se va obrando el misterio de la iniquidad. Entretanto, el que está firme ahora manténgase hasta que sea quitado el impedimento. Y entonces se dejará ver aquel perverso a quien el Señor Jesús matará con el resuello de su boca y destruirá con el resplandor de su presencia, a aquel inicuo que vendrá con el poder de Satanás con toda suerte de milagros, de señales y de prodigios falsos, y con todas las ilusiones que pueden conducir a la iniquidad a aquellos que se perderán por no haber recibido y amado la verdad a fin de salvarse. Por eso, Dios les enviará el artificio del error, con que crean a la men tira. Así serán condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la maldad.

2. Es indudable que habla del anticristo y que el día del juicio (él le llama día del Señor) no vendrá si antes no viniere el llamado por él apóstata, claro está que del Señor. Esto, si puede decirse con razón de todos los impíos, ¿cuánto más podrá decirse del anticristo? ¿En qué templo de Dios se sentará? No sabemos si será en las ruinas del templo de Salomón o en la Iglesia. Es claro que el Apóstol no llamaría templo de Dios al templo de algún ídolo o del demonio. Por eso algunos pretenden crue este pasaje que habla del anticristo se entienda no del príncipe, sino de todo su cuerpo, o sea, de la multitud de hombres que pertenecen a él, con él a la cabeza. Y creen que es más correcto seguir el texto griego y decir en latín no in templo Dei (en el templo de Dios), sino in templum Dei sedeat (se siente dentro del templo de Dios), como si el anticristo fuera el templo de Dios, que es la Iglesia. Así decimos: Sedet in amicum (se tiene por amigo), o sea, como amigo, y otras locuciones semejantes. 

Esta frase: Ya sabéis la causa que ahora le detiene, significa que va saben el motivo de que se retarde su venida. Y es con el fin de que aparezca a su tiempo. Pero, como dice que ya la sabían, no expresó con claridad el motivo. Por eso nosotros, que no sabemos lo que ellos sabían, ansiamos comprender a costa de esfuerzos el pensamiento del Apóstol v no podemos, porque lo que añadió obscurece más el sentido. Pues ¿qué significa : El hecho es que el misterio de iniquidad ha comenzado ya a obrarse. Sólo que aquel que ahora se tiene, téngase en pie hasta aue sea quitado de en medio. Y entonces se manifestara el malo? Francamente confieso que no comprendo lo que quiere decir.  Sin embargo, no omitiré las conjeturas humanas, que he podido oír o leer. 

3. Algunos piensan que el apóstol San Pablo habla aquí del Imperio romano v que éste fué el motivo que le indujo a escribir con tanta obscuridad, por miedo a ser acusado de desear mal al Imperio romano, que esperaban eterno. De suerte que con estas palabras: El hecho es que el misterio de iniquidad ha comenzado ya a obrarse, querría significar a Nerón, cuyas obras parecían ya como del anticristo. Por esto se imaginan que resucitará y que él será el anticristo. Otros creen que no fué matado, sino más bien raptado, para que se le creyera muerto, y que está oculto vivo y en la plenitud vigorosa de que gozaba cuando se le creía muerto, hasta que reaparezca a su tiempo y sea restablecido en el reino. Pero esta opinión me parece asaz extraña y nueva. 

Por lo demás, estas palabras del Apóstol: Sólo que aquel que ahora se tiene, téngase en pie hasta que sea quitado de en medio, pueden entenderse sin absurdo ninguno del Imperio romano, como si dijera: Sólo que el que ahora impera, impere hasta que sea quitado de en medio, es decir, hasta que sea suprimido. Y entonces se manifestará el malo, término que indudablemente designa al anticristo.

Otros, empero, piensan que tanto estas palabras: Ya sabéis la causa que le detiene, como estas otras: Ha comenzado ya a obrarse el misterio de iniquidad, se refieren únicamente a los malos y a los hipócritas que hay en la Iglesia, hasta que for-men un número capaz de constituir el pueblo del anticristo. 

A esto—dicen ellos—lo llama misterio de iniquidad, porque es cosa oculta. Estas otras palabras serían una exhortación del Apóstol a los fieles para que perseverasen firmes en la fe: Solamente que aquel que ahora se tiene, téngase en pie hasta que sea quitado de en medio, es decir, hasta que salga de la Iglesia el misterio de iniquidad que ahora está oculto. Y estiman que a este misterio aluden aquellas palabras del evangelista San Juan en su Epístola: Hijos, ésta es ya la última hora, y como habéis oído que ha de venir el anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos. Esto nos hace caer en la cuenta de que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros, mas no eran de los nuestros; pues, si fueran de los nuestros, hubieran perseverado, sin duda, con nosotros. Del mismo modo—dicen ellos—que an-tes del fin, antes de esa hora que San Juan llama última, han salido ya de la Iglesia muchos herejes, por el apóstol apellidados anticristos, así todos los que no pertenecen a Cristo, sino al anticristo, saldrán entonces, y entonces se manifestarán.

4. Así explican unos de una manera y otros de otra las obscuras palabras del Apóstol. Una cosa es cierta e indudable: que San Pablo dice que Cristo no vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos si antes no viniere su enemigo el anticristo a seducir a los muertos en el alma, aunque esta seducción pertenezca al oculto juicio de Dios. Su presencia se manifestará con el poder de satanás—como dice el Apóstol-—, con toda suerte de milagros, de señales y de prodigios falsos, para seducir a los que deben perecer. Entonces será soltado satanás y pondrá en juego todo su poder por el anticristo, obrando maravillas, sí, pero engañosas.

Suele preguntarse si el Apóstol dice señales y prodigios de mentira porque engañará los sentidos de los hombres por medio de fantasmas, haciéndoles ver lo que no hace; o si lo dijo porque, aunque los prodigios sean verdaderos, arrastrarán a la mentira a los que, desconocedores del poder del diablo,  creerán que requieren una potencia divina, sobre todo cuando reciba un poder cual no tuvo nunca. En efecto, cuando bajó fuego del cielo y consumió la familia de Job, juntamente con sus muchos rebaños, y un torbellino impetuoso derribó su casa y sepultó bajo las ruinas a sus hijos, esto no fueron ilusiones. Eran obras de satanás, a quien Dios había dado tal poder.  A cuál de esas hipótesis se debió el decir prodigios y señales de mentira, aparecerá meior entonces. Sea por cual fuere, lo cierto es que con esas señales y esos prodigios seducirá a aquellos que hayan merecido ser seducidos, por no haber recibido y amado la verdad, aue les haría salvos. El Apóstol no vacila en añadir: Por eso Dios les enviará el ardid del error, que les hará creer en la mentira. Lo enviará Dios, porque permitirá al diablo hacer esos prodigios. El lo permite por un juicio muy justo, aunque el diablo lo realice por un deseo injusto y criminal. A fin de que sean juzgados—añade—todos los que no han creído a la verdad, sino que se complacieron en la maldad. Los juzgados serán, pues, seducidos, y los seducidos, condenados. 

Los juzgados serán seducidos por los juicios de Dios, ocultamente justos y justamente ocultos, que no han cesado jamás de juzgar a los hombres desde el primer pecado. Y los seducidos serán condenados en el último juicio, que será público, por Jesucristo, que, condenado injustísimamente, condenará con justicia suma.

Libro XX, capítulo XIX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

DOCTRINA DE SAN PEDRO SOBRE EL JUICIO FINAL - La Ciudad de Dios

Veamos ya lo que escribe el apóstol San Pedro sobre el juicio final: En los últimos días vendrán—dice él — impostores artificiosos, que, llevados de sus propias pasiones, dirán: 

¿Dónde está la promesa de su venida? Porque, desde la muerte de nues tros padres, todas las cosas siguen como al principio de su creación. Y es que no saben, porque quieren ignorarlo, que al principio fué creado el cielo y la tierra, sacados del agua y constituidos en medio de ella por la palabra de Dios, y que por eso el mundo de entonces pereció anegado en las aguas. Pero los cielos y la tierra que ahora existen han sido restablecidos por esa misma palabra y están destinados a ser presa del fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos. Mas vosotros, mis amados, no debéis ignorar que ante Dios un día es como mil años, y mil años como un día. Así, el Señor no difiere su promesa, como algunos se imaginan, sino que esperacon paciencia por amor a vosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia. Por lo demás, el día del Señor vendrá como ladrón, y entonces los cielos pasarán con espantoso estruendo, y los elementos, ardiendo, se disolverán, y la tierra será abrasada con todas sus obras. Y como todas las cosas han de perecer, ¿cuáles debéis ser vosotros en vuestra vida santa, aguardando y saliendo a esperar la venida del día del Señor, día en que los cielos encendidos se disolverán y se derretirán los elementos al calor del fuego? Pero esperamos, según sus promesas, nuevos cielos y tierra nueva, donde reinará la justicia. Aquí no mienta siquiera la resurrección de los muertos, pero dice bastante de la ruina del mundo. Y, al mencionar el diluvio, parece advertirnos que creamos que el mundo ha de perecer un día. Dice, en efecto, que en aquel tiempo vio su fin el mundo de entonces, no sólo el orbe de la tierra, sino también los cielos, es decir, el espacio de aire que había anegado la crecida de las aguas. Entiende por cielos, o mejor, por cielo, el lugar del aire donde sopla el viento, y sólo este lugar, no los cielos superiores, donde están colocados el sol, la luna y las estrellas. Así, toda o casi toda esta región del aire se convirtió en húmedo elemento [25], y de este modo pereció con la tierra, sepultada también por el diluvio. Pero los cielos y la tierra—escribe él—que ahora existen han sido restablecidos por esa misma palabra y están destinados a ser presa del fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos. Por tanto, el cielo y la tierra, es decir, el mundo, que ha venido a ocupar el lugar del mundo destruido por el diluvio, está destinado a ser presa del fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos. Usa sin vacilación la palabra exterminio por el gran cambio que sufrirán los hombres, si bien es cierto que su naturaleza subsistirá siempre aun en medio de los suplicios eternos. 

Quizá pregunte alguno: Si el mundo arderá después del juicio, ¿dónde estarán los santos durante ese incendio, pues, teniendo cuerpo, ocuparán necesariamente un lugar corporal, antes de que Dios haya estrenado un cielo nuevo y una tierra nueva? A esto podemos responder que estarán en las regiones superiores, donde no llegará la llama del fuego ni llegó el agua del diluvio. Además, sus cuerpos serán tales, que podrán estar donde quieran. Y una vez inmortales e incorruptibles, no temerán el fuego de ese incendio, de igual modo que los cuerpos corruptibles y mortales de los tres mancebos pudieron vivir en medio de las llamas sin ser quemados.

Libro XX, capítulo XVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

Glorificación eterna de la Iglesia - La Ciudad de Dios

 Luego—añade—vi descender del cielo la gran ciudad, la nueva Jerusalén, que venía de Dios, peripuesta como una novia engalanada para su esposo. Y oí una gran voz que salía del trono y decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y El morará con ellos. Ellos serán su pueblo y El será su Dios. Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos. Y no habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni más dolor, porque lo primero ya pasó. Y dijo el que estaba sentado en el trono: Voy a renovar todas las cosas. Esta ciudad desciende del cielo, segúnél, porque la gracia de Dios, que la ha formado, es celestial. 

Y así dice por Isaías: Yo soy el Señor, que te forma. Y ha descendido del cielo desde el principio, desde que sus ciudadanos van en aumento por la gracia de Dios, que mana de la regeneración comunicada por la venidad  del Espíritu Santo. Pero en el juicio de Dios, que será el último y obra de su Hijo Jesucristo, recibirá un esplendor tan nuevo y maravilloso de la gracia divina, que no quedarán ni rastros de su vejez, pues los cuerpos pasarán de su antigua corrupción y mortalidad a una incorrupción e inmortalidad nuevas. Me parece excesivo  descoco entender estas palabras de los mil años en que reinarán con su Rey, puesto que lo siguiente no admite duda: Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos. Y no habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni más dolor. 

¿Quién será tan necio y tan loco, de puro terco y obstinado, que se atreva a afirmar que, entre las miserias de esta vida, no sólo el pueblo santo, sino cada uno de los santos, está exento de lágrimas y dolores? La realidad nos dice que cuanto más santo y más lleno de buenos deseos es uno, tanto más abundante es su llanto en la oración. ¿No es acaso esta la voz de un ciudadano de la Jerusalén celestial: Mis lágrimas me han servido de van día y noche? Y esta otra: Todas las noches riego mi lecho con lágrimas e inundo con ellas el lugar de mi descanso? Y también ésta: No se te ocultan mis gemidos; y esta otra: Mi dolor se ha renovado? ¿ O es que no son hijos suyos los que gimen bajo el peso de esta carga, de la que no quieren ser despojados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida? ¿No son estos lo que, poseyendo las primicias del Espíritu, suspiran en sí mismos, en espera de la adopción, por la redención de su cuerpo? Y el apóstol San Pablo ¿no era ciudadano de la Jerusalén celestial, y no lo era más cuando sufría por sus hermanos carnales, los israelitas, una profunda tristeza y traía asido a su corazón un continuo dolor? ¿Cuándo no habrá muerte en esta ciudad sino cuando se dijere: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu combate? ¿Dónde tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado? Este no existirá ya cuando se diga: ¿Dónde está? Ahora no es un ciudadano cualquiera de aquella ciudad, sino el mismo San Juan, el que clama en su Epístola: Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en nosotros.

 En ese libro, titulado Apocalipsis, hay muchas cosas obscuras para ejercitar la mente del lector, y unas cuantas, pocas por cierto, por cierto claras, que permiten comprender las otras no sin gran trabajo[24]. Porque repite de muchos modos las mismas ideas, de tal suerte que parece decir cosas diversas y. sin embargo, son las mismas expresadas de diferente manera. Pero estas palabras: Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos. Y no habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni más dolor, se refieren tan clara y tan palmariamente al siglo venidero, a la inmortalidad y a la eternidad de los santos (pues sólo entonces y sólo allí no existirán esas miserias), que, si las creemos obscuras, no debemos buscar cosas claras en las Sagradas Letras.

Libro XX, capítulo XVII, La Ciudad de Dios, San Agustín


¡Sepamos quién fue Perón!

Pero resulta innegable que la figura de Perón fue cobrando, con posterioridad a los momentos fundacionales e insurreccionales, un protagonis...