miércoles, 3 de julio de 2024

DOCTRINA DE SAN PEDRO SOBRE EL JUICIO FINAL - La Ciudad de Dios

Veamos ya lo que escribe el apóstol San Pedro sobre el juicio final: En los últimos días vendrán—dice él — impostores artificiosos, que, llevados de sus propias pasiones, dirán: 

¿Dónde está la promesa de su venida? Porque, desde la muerte de nues tros padres, todas las cosas siguen como al principio de su creación. Y es que no saben, porque quieren ignorarlo, que al principio fué creado el cielo y la tierra, sacados del agua y constituidos en medio de ella por la palabra de Dios, y que por eso el mundo de entonces pereció anegado en las aguas. Pero los cielos y la tierra que ahora existen han sido restablecidos por esa misma palabra y están destinados a ser presa del fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos. Mas vosotros, mis amados, no debéis ignorar que ante Dios un día es como mil años, y mil años como un día. Así, el Señor no difiere su promesa, como algunos se imaginan, sino que esperacon paciencia por amor a vosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia. Por lo demás, el día del Señor vendrá como ladrón, y entonces los cielos pasarán con espantoso estruendo, y los elementos, ardiendo, se disolverán, y la tierra será abrasada con todas sus obras. Y como todas las cosas han de perecer, ¿cuáles debéis ser vosotros en vuestra vida santa, aguardando y saliendo a esperar la venida del día del Señor, día en que los cielos encendidos se disolverán y se derretirán los elementos al calor del fuego? Pero esperamos, según sus promesas, nuevos cielos y tierra nueva, donde reinará la justicia. Aquí no mienta siquiera la resurrección de los muertos, pero dice bastante de la ruina del mundo. Y, al mencionar el diluvio, parece advertirnos que creamos que el mundo ha de perecer un día. Dice, en efecto, que en aquel tiempo vio su fin el mundo de entonces, no sólo el orbe de la tierra, sino también los cielos, es decir, el espacio de aire que había anegado la crecida de las aguas. Entiende por cielos, o mejor, por cielo, el lugar del aire donde sopla el viento, y sólo este lugar, no los cielos superiores, donde están colocados el sol, la luna y las estrellas. Así, toda o casi toda esta región del aire se convirtió en húmedo elemento [25], y de este modo pereció con la tierra, sepultada también por el diluvio. Pero los cielos y la tierra—escribe él—que ahora existen han sido restablecidos por esa misma palabra y están destinados a ser presa del fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos. Por tanto, el cielo y la tierra, es decir, el mundo, que ha venido a ocupar el lugar del mundo destruido por el diluvio, está destinado a ser presa del fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos. Usa sin vacilación la palabra exterminio por el gran cambio que sufrirán los hombres, si bien es cierto que su naturaleza subsistirá siempre aun en medio de los suplicios eternos. 

Quizá pregunte alguno: Si el mundo arderá después del juicio, ¿dónde estarán los santos durante ese incendio, pues, teniendo cuerpo, ocuparán necesariamente un lugar corporal, antes de que Dios haya estrenado un cielo nuevo y una tierra nueva? A esto podemos responder que estarán en las regiones superiores, donde no llegará la llama del fuego ni llegó el agua del diluvio. Además, sus cuerpos serán tales, que podrán estar donde quieran. Y una vez inmortales e incorruptibles, no temerán el fuego de ese incendio, de igual modo que los cuerpos corruptibles y mortales de los tres mancebos pudieron vivir en medio de las llamas sin ser quemados.

Libro XX, capítulo XVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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