martes, 16 de julio de 2024

Interpretación espiritual de la ley de Moisés - La Ciudad de Dios - San Agustín

El mismo profeta añade: Acordaos de la ley que yo he dado a Moisés, mi siervo, para lodo Israel en Horeb. Recuerda con mucha oportunidad los mandamientos de Dios después de haber puesto de relieve la enorme diferencia que habrá entre los observantes de la ley y los menospreciadores de la misma.

Llevaba, además, otra intención, y era enseñar a entender espiritualmente la ley y a hallar en ella a Cristo, el juez que debe hacer la distinción entre los buenos y los malos. No en vano dijo el Señor a los judíos: Si creyereis a Moisés, me creeríais a mí, pues de mí escribió él.

Por entender carnalmente la ley y desconocer que las promesas terrenas de ella son figuras de las celestiales, caen en tales dislates, que se atreven a decir: Es una locura servir a Dios. ¿Qué provecho hemos sacado de guardar sus mandamientos y de andar suplicantes en presencia del Señor omni potente?

Ahora llamamos dichosos, y con razón, a los extraños, y todos los inicuos triunfan en la vida. Estas murmuraciones han forzado en cierto modo al proofeta a anunciar el juici o final, en el que los malos no serán dichosos ni siquiera con una dicha falsa, si no que aparecerán desgraciados a todas luces, y los buenos no estarán sujetos a miseria alguna, ni temporal siquiera, sino que gozarán de una felicidad eterna y gloriosa. Algo semejante había dicho antes al referir otros chismes: El hombre que obra mal, ése es bueno a los ojos del Señor y éstos le son aceptos.

Estas murmuraciones contra Dios son fruto, como digo, de la interpretación carnal de la ley de Moisés. Por eso el salmista, en el salmo 72, dice que temblaron sus piernas y que dio pasos en falso, porque tuvo celos de los pecadores al ver la paz de que gozan. Y entre otras cosas dice: 

¿Cómo lo sabe Dios? ¿Tendrá de ello conocimiento el Altísimo Y también: ¿He justificado acaso en vano mi corazón y lavado mis manos entre inocentes? Tratando de resolver esta dificilísima cuestión que se presenta al ver a los Buenos miserables y a los malos dichosos, añade: Difícil me será comprender esto hasta que entre en el santuario de Dios y conozca el fin de cada uno. En el último juicio no será así. Las cosas aparecerán de muy distinta manera cuando se manifieste la felicidad de los justos y la miseria de los pecadores.

Libro XX, capítulo XXVIII, La Ciudad de Dios, San Agustín.


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