martes, 16 de julio de 2024

OBSCURIDAD DEL ANTIGUO TESTAMENTO SOBRE LA PERSONA DE CRISTO COMO JUEZ EN EL ÚLTIMO JUICIO

1. Hay otros muchos testimonios en las divinas Escrituras sobre el juicio final. Me haría demasiado largo si los recogiera todos. Baste, pues, haber probado que esta verdad ha sido anunciada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero el Antiguo no expresa con tanta claridad como el Nuevo que es Cristo el que hará ese juicio, es decir, que es Cristo quien vendrá del cielo como juez. De que allí diga el Señor que vendrá o diga el hagiógrafo que vendrá el Señor, no se sigue lógicamente que vendrá Cristo, ya que esa denominación vale tanto para el Padre, como para el Hijo, como para el Espíritu Santo. 

Mas este punto no conviene dejarlo pasar sin pruebas. Es preciso evidenciar en primer término que Jesucristo habla por sus profetas bajo el nombre de Señor Dios, sin ocultarse como Cristo. Esto es tan verdad, que, cuando no aparece como tal y, sin embargo, se dice que el Señor Dios vendrá a juzgar, se puede entender Jesucristo. Hay un pasaje en Isaías que arroja luz sobre esto que voy diciendo. Dios habla por el profeta: Escúchame, Jacob, y tú, Israel, a quien yo llamo. Yo soy el primero y yo soy para siempre. Mi mano fundó la tierra y mi diestra consolidó el cielo. Los llamaré, y al momento se presentarán, y se reunirán todos y escucharán. ¿Quién les anunció tales cosas? Como te amaba, cumplí tu voluntad sobre Babilonia y exterminé la raza de los caldeos. Yo he hablado y he llamado; yo le he guiado e hice prosperar su jornada. Acercaos a mí y escuchadme: Desde el principio yo no he hablado ja más en secreto. Cuando las cosas sucedían, yo estaba presente. Y ahora me ha enviado el Señor Dios y su Espíritu. Es, ni más ni menos, el mismo que hablaba como el Señor Dios, y, sin embargo, no se sabría que era Jesucristo de no haber añadido: 

Y ahora me ha enviado el Señor Dios y su Espíritu. Dice esto según la forma de siervo y habla de una realidad futura como si hubiera ya pasado. Así leemos en el mismo profeta: Fue conducido como oveja al matadero. No dice: Será conducido, sino que en lugar del futuro usa el pasado. Este modo de hablar es muy corriente en profecía. 

2. En Zacarías encontrarnos otro pasaje en que aparece claramente este mismo pensamiento. En él se dice que el Omni potente envió al Omnipotente. ¿Quién a quién, sino el Dios Padre al Dios Hijo? He aquí sus palabras: Esto dice el Señor omnipotente: Después de la gloria me envió a las naciones que os  han despojado. Porque tocaros es como tocar las niñas de sus ojos. Yo extenderé mi mano sobre ellos y serán despojos de los que fueron esclavos suyos, y conoceréis que el Señor om nipotente me envió. Advierte que el Señor omnipotente dice que fué enviado por el Señor omnipotente. ¿Quién osará  entender esto de otro que de Cristo, que habla a las ovejas extraviadas de la casa de Israel? Así dice en el Evangelio: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Las comparó a las niñas de sus ojos por los subidos quilates del amor que les tenía. Entre estas ovejas se contaban también sus apóstoles. Y después de la gloria de su resurrección, antes de la cual dice el evangelista: Jesús aún no había sido glorificado, fué enviado también a las naciones en persona de sus apóstoles.

De este modo se cumplió lo que se lee en el Salmo: Me librarás de las contradicciones del pueblo y me constituirás caudillo de las naciones. Los que habían saqueado a los israelitas y a los que habían servido los israelitas, cuando estaban sometidos a las naciones, no fueron a su vez despojados, sino que se trocaron en despojos de los israelitas. Esto mismo lo había prometido a los apóstoles al decirles: Os haré pescadores de hombres. Y a uno de ellos: Desde ahora serás pescador de hombres. Se trocarán, pues, en despojos, pero en el buen sentido, como son los vasos robados al fuerte m.com

ás fuertemente atado. 

3. El Señor, hablando por boca del mismo profeta, dice: 

En aquel día yo tiraré a exterminar a todas las naciones que vengan contra Jerusalén. Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el Espíritu de gracia y de misericordia y pondrán los ojos en. mí por haberme insultado.

Llorarán sobre él como lo hacen sobre un ser amado y harán duelo por él como por el unigénito. ¿A quién atañe sino a solo Dios exterminar todas las naciones enemigas de la santa ciudad de Jerusalén, que vienen contra ella, es decir, que le son contrarias, o, según otra versión, que vienen sobre ella, o sea a subyugarla? Y ¿a quién pertenece sino a solo Dios derramar sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el Espíritu de gracia y de misericordia? A la verdad que esto es privativo de Dios, y el profeta lo dice en persona de Dios. Y, no obstante, Cristo hace ver que él es ese Dios que obra todas esas maravillas divinas, al añadir: Y pondrán sus ojos en mí por haberme insultado. Llorarán sobre él como lloran sobre un ser amado (o querido) y harán duelo por él como por el unigénito. En aquel día, los judíos, aun aquellos que han de recibir el Espíritu de gracia y de misericordia, fijando sus ojos en Cristo, que vendrá en toda su majestad, y cayendo en la cuenta de que es el mismo de quien se mofaron en su abatimiento, se arrepentirán de haberle insultado en su paciencia. 

Y también sus padres, autores de tamaña impiedad, lo verán al resucitar, pero ya para ser castigados, no corregidos. Por consiguiente, las palabras que siguen: Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el Espíritu de gracia y de misericordia y pondrán sus ojos en mí por haberme insultado, no aluden a éstos, sino a los descendientes de su raza, que creerán entonces por la predicación de Elias. Mas, así como decimos a los judíos: Vosotros disteis muerte a Cristo, aunque este crimen se deba a sus padres, así éstos se afligirán, en cierto modo, de ser los autores del mal que hicieron los otros. 

Y aunque, una vez recibido el Espíritu de gracia y de miseri cordia, los fieles ya no serán condenados con sus padres impíos, no dejarán por eso de dolerse del crimen de sus padres como si fueran culpables. El dolor no nacerá del reato del crimen, sino del afecto de piedad.

Es verdad que donde los Setenta han traducido: Y pondrán sus ojos en mí por haberme insultado, el hebreo dice: Y pondrán sus ojos en mí, a quien'han traspasado. Esta palabra expresa con más claridad a Cristo crucificado. No obstante, el insulto, según la expresión de los Setenta, abarca la totalidad de la pasión. Le insultaron cuando fue detenido, preso, juzgado  y vestido con el oprobio de una ignominiosa vestidura, y coronado de espinas, y herido en la cabeza con la caña, y adorado burlescamente con las rodillas en tierra, y al llevar su cruz y ya pendiente en el madero. No singularizando, pues, las versiones, sino aunando las dos, al leer que le insultaron y que le traspasaron, nos damos cuenta más cabal de la verdad de la pasión del Señor.

4. En consecuencia, cuando leemos en los profetas que Dios vendrá a juzgar, aunque no se haga más distinción, es preciso entender a Cristo únicamente, ya que, si bien es el Padre el que juzgará, juzgará por la venida del Hijo del hombre.  El visiblemente no juzga a nadie, sino que dio el poder de juzgar al Hijo, que se manifestará como hombre-juez, al igual que fue juzgado como hombre. ¿A qué otro se refiere lo que dice Dios por Isaías bajo el nombre de Jacob y de Israel, de cuya estirpe nació Cristo según la carne? He aquí el texto: Jacob es mi siervo, yo le protegeré; Israel es mi elegido, en él tiene mi alma sus complacencias. Yo le he dado mi Espíritu; El hará el juicio a las naciones. Ni gritará ni callará, y su voz no se oirá juera. No quebrará la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea, sino que juzgará conforme a verdad. Resplandecerá y no será herido hasta que haga en la tierra el juicio, y las naciones esperarán en mi nombre. El hebreo no trae Jacob e Israel; pero los Setenta, dando a entender cómo debía tomarse mi siervo, es decir, por la humildísima forma de siervo a que le redujo el Altísimo, han empleado el nombre de la persona de cuya estirpe tomó la forma de siervo. Le fué dado el Espíritu Santo y, según atestigua el Evangelio, descendió sobre él en forma de paloma. El pronunció juicio a las naciones, porque prenunció el cumplimiento futuro de lo que estaba oculto para las naciones. No gritó por mansedumbre, y, sin embargo, no cesó de predicar la verdad. Pero su voz no se oyó fuera, ni se oye, pues los que están separados de su cuerpo no le obedecen.

No quebrantó ni extinguió a los judíos perseguidores, que fueron comparados a la caña cascada, porque perdieron su integridad, y a la mecha que humea, porque no tienen ya la luz.

Los perdonó Él, que no había venido todavía a juzgarlos, sino a ser juzgado por ellos. Y ha pronunciado un juicio verdadero, prediciéndoles que serían castigados si persistían en su malicia. Su rostro brilló en la montaña, y su fama en el orbe enlero. No fué quebrado ni quebrantado, porque no cedió a los perseguidores, ni en su persona ni en su Iglesia. Y por eso ha sucedido ni sucederá lo que sus enemigos dijeron y aún dicen: ¿Cuándo morirá éste y será abolido su nombre?

Hasta que establezca el juicio sobre la tierra. He aquí la luz del secreto que buscábamos. Este es, pues, el último juicio que hará en la tierra cuando viniere del cielo. Vemos ya cumplido en él lo que el profeta añadió: Y las naciones esperarán en su nombre. Este hecho innegable sea una razón poderosa para creer lo que sólo la desvergüenza permite negar. ¿Quién esperara esto que aun los que rehusan creer en Cristo ven ya cumplido, y rechinan sus dientes y se consumen, a despecho de  sí mismos, porque no pueden negarlo? ¿Quién, repito, esperarara que las naciones habían de creer en el nombre de Cristo, cuando le prendían, le ataban, le abofeteaban, le insultaban y le crucificaban; cuando, en fin, hasta los mismos discípulos habían perdido la esperanza que comenzaba a brillar en sus corazones?

Lo que apenas entonces un ladrón esperó sobre la cruz, ahora lo esperan todas las naciones, y, por temor a morir eternamente, se signan con la cruz en que murió.

5. Nadie niega ya ni duda siquiera que será Jesucristo el juez supremo del juicio final y que éste será tal cual se anurcía en las Sagradas Letras. Sólo el que por una incredulidad ciega y quisquillosa no cree en las Escrituras, que ya han mani festado su veracidad al mundo entero, duda de esto. He aquí las cosas que sucederán en el juicio o hacia ese tiempo:.com


la venida de Elias Tesbite, la conversión de los judíos, la persecución del anticristo, la venida de Cristo a juzgar, la resurrección de los muertos, la separación entre los buenos y los malos, la conflgración del mundo y su renovación. Es preciso creer que todo esto sucederá; pero ¿de qué modo y en qué orden? La experiencia nos lo enseñará mejor que puedan hacerlo ahora las conjeturas de la razón humana. Con todo, tengo para mí que sucederán en el orden que he venido diciendo.

6. Dos libros me faltan para dar fin a esta obra y cumplir, gracias a Dios, mis promesas. Uno versará sobre el suplicio de los malos, y otro, sobre la felicidad de los buenos. En ellos refutaré sobre todo, con la ayuda de Dios, los vanos argumentos de los hombres, que parecen roer con sabiduría su miseria contra las predicciones y las Dromesas de Dios y que desprecian como flacos y ridículos los dogmas gue alimentan nuestra fe. Mas los sabios según Dios extraen de la omnipotencia divina un argumento poderosísimo para creer todo cuanto parece increíble a los hombres y se contiene en las Santas Escrituras, cuya verdad está justificada ya de tantas maneras.

Tienen, además, por cierto, que es imposible que Dios nos engañe y que puede hacer lo que es imposible para el infiel.

Libro XX, capítulo XXX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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