miércoles, 3 de julio de 2024

San Pablo a los Tesalonicenses. El anticristo - La Ciudad de Dios

 Me veo en la necesidad de omitir gran número de testimonios evangélicos y apostólicos sobre el juicio final para no prolongar demasiado este libro. Pero no puedo menos de citar al apóstol San Pablo en su Epístola segunda a los Tesalonicenses. Dice así: Entretanto, hermanos, os suplicamos, por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión al mismo, que no abandonéis ligeramente vuestros sentimientos ni os alarméis con supuestas revelaciones, o con ciertos discursos, o con cartas que se supongan enviadas por nosotros, como sí el día del Señor estuviera ya muy cercano. No os dejéis seducir de nadie en ninguna manera, porque no vendrán sin que primero haya acontecido la apostasía y aparecido el hombre del pecado, el hijo de la perdición. Este se opondrá a Dios y se alzará contra todo lo que se dice Dios .o se adora, hasta llegar a poner su asiento en el templo de Dios, dando a entender que es Dios. ¿No os acordáis que, cuando estaba todavía entre vosotros, os decía estas cosas? Ya sabéis la causa que ahora le detiene hasta que sea manifestado a su tiempo. El hecho es que ya se va obrando el misterio de la iniquidad. Entretanto, el que está firme ahora manténgase hasta que sea quitado el impedimento. Y entonces se dejará ver aquel perverso a quien el Señor Jesús matará con el resuello de su boca y destruirá con el resplandor de su presencia, a aquel inicuo que vendrá con el poder de Satanás con toda suerte de milagros, de señales y de prodigios falsos, y con todas las ilusiones que pueden conducir a la iniquidad a aquellos que se perderán por no haber recibido y amado la verdad a fin de salvarse. Por eso, Dios les enviará el artificio del error, con que crean a la men tira. Así serán condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la maldad.

2. Es indudable que habla del anticristo y que el día del juicio (él le llama día del Señor) no vendrá si antes no viniere el llamado por él apóstata, claro está que del Señor. Esto, si puede decirse con razón de todos los impíos, ¿cuánto más podrá decirse del anticristo? ¿En qué templo de Dios se sentará? No sabemos si será en las ruinas del templo de Salomón o en la Iglesia. Es claro que el Apóstol no llamaría templo de Dios al templo de algún ídolo o del demonio. Por eso algunos pretenden crue este pasaje que habla del anticristo se entienda no del príncipe, sino de todo su cuerpo, o sea, de la multitud de hombres que pertenecen a él, con él a la cabeza. Y creen que es más correcto seguir el texto griego y decir en latín no in templo Dei (en el templo de Dios), sino in templum Dei sedeat (se siente dentro del templo de Dios), como si el anticristo fuera el templo de Dios, que es la Iglesia. Así decimos: Sedet in amicum (se tiene por amigo), o sea, como amigo, y otras locuciones semejantes. 

Esta frase: Ya sabéis la causa que ahora le detiene, significa que va saben el motivo de que se retarde su venida. Y es con el fin de que aparezca a su tiempo. Pero, como dice que ya la sabían, no expresó con claridad el motivo. Por eso nosotros, que no sabemos lo que ellos sabían, ansiamos comprender a costa de esfuerzos el pensamiento del Apóstol v no podemos, porque lo que añadió obscurece más el sentido. Pues ¿qué significa : El hecho es que el misterio de iniquidad ha comenzado ya a obrarse. Sólo que aquel que ahora se tiene, téngase en pie hasta aue sea quitado de en medio. Y entonces se manifestara el malo? Francamente confieso que no comprendo lo que quiere decir.  Sin embargo, no omitiré las conjeturas humanas, que he podido oír o leer. 

3. Algunos piensan que el apóstol San Pablo habla aquí del Imperio romano v que éste fué el motivo que le indujo a escribir con tanta obscuridad, por miedo a ser acusado de desear mal al Imperio romano, que esperaban eterno. De suerte que con estas palabras: El hecho es que el misterio de iniquidad ha comenzado ya a obrarse, querría significar a Nerón, cuyas obras parecían ya como del anticristo. Por esto se imaginan que resucitará y que él será el anticristo. Otros creen que no fué matado, sino más bien raptado, para que se le creyera muerto, y que está oculto vivo y en la plenitud vigorosa de que gozaba cuando se le creía muerto, hasta que reaparezca a su tiempo y sea restablecido en el reino. Pero esta opinión me parece asaz extraña y nueva. 

Por lo demás, estas palabras del Apóstol: Sólo que aquel que ahora se tiene, téngase en pie hasta que sea quitado de en medio, pueden entenderse sin absurdo ninguno del Imperio romano, como si dijera: Sólo que el que ahora impera, impere hasta que sea quitado de en medio, es decir, hasta que sea suprimido. Y entonces se manifestará el malo, término que indudablemente designa al anticristo.

Otros, empero, piensan que tanto estas palabras: Ya sabéis la causa que le detiene, como estas otras: Ha comenzado ya a obrarse el misterio de iniquidad, se refieren únicamente a los malos y a los hipócritas que hay en la Iglesia, hasta que for-men un número capaz de constituir el pueblo del anticristo. 

A esto—dicen ellos—lo llama misterio de iniquidad, porque es cosa oculta. Estas otras palabras serían una exhortación del Apóstol a los fieles para que perseverasen firmes en la fe: Solamente que aquel que ahora se tiene, téngase en pie hasta que sea quitado de en medio, es decir, hasta que salga de la Iglesia el misterio de iniquidad que ahora está oculto. Y estiman que a este misterio aluden aquellas palabras del evangelista San Juan en su Epístola: Hijos, ésta es ya la última hora, y como habéis oído que ha de venir el anticristo, así ahora muchos se han hecho anticristos. Esto nos hace caer en la cuenta de que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros, mas no eran de los nuestros; pues, si fueran de los nuestros, hubieran perseverado, sin duda, con nosotros. Del mismo modo—dicen ellos—que an-tes del fin, antes de esa hora que San Juan llama última, han salido ya de la Iglesia muchos herejes, por el apóstol apellidados anticristos, así todos los que no pertenecen a Cristo, sino al anticristo, saldrán entonces, y entonces se manifestarán.

4. Así explican unos de una manera y otros de otra las obscuras palabras del Apóstol. Una cosa es cierta e indudable: que San Pablo dice que Cristo no vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos si antes no viniere su enemigo el anticristo a seducir a los muertos en el alma, aunque esta seducción pertenezca al oculto juicio de Dios. Su presencia se manifestará con el poder de satanás—como dice el Apóstol-—, con toda suerte de milagros, de señales y de prodigios falsos, para seducir a los que deben perecer. Entonces será soltado satanás y pondrá en juego todo su poder por el anticristo, obrando maravillas, sí, pero engañosas.

Suele preguntarse si el Apóstol dice señales y prodigios de mentira porque engañará los sentidos de los hombres por medio de fantasmas, haciéndoles ver lo que no hace; o si lo dijo porque, aunque los prodigios sean verdaderos, arrastrarán a la mentira a los que, desconocedores del poder del diablo,  creerán que requieren una potencia divina, sobre todo cuando reciba un poder cual no tuvo nunca. En efecto, cuando bajó fuego del cielo y consumió la familia de Job, juntamente con sus muchos rebaños, y un torbellino impetuoso derribó su casa y sepultó bajo las ruinas a sus hijos, esto no fueron ilusiones. Eran obras de satanás, a quien Dios había dado tal poder.  A cuál de esas hipótesis se debió el decir prodigios y señales de mentira, aparecerá meior entonces. Sea por cual fuere, lo cierto es que con esas señales y esos prodigios seducirá a aquellos que hayan merecido ser seducidos, por no haber recibido y amado la verdad, aue les haría salvos. El Apóstol no vacila en añadir: Por eso Dios les enviará el ardid del error, que les hará creer en la mentira. Lo enviará Dios, porque permitirá al diablo hacer esos prodigios. El lo permite por un juicio muy justo, aunque el diablo lo realice por un deseo injusto y criminal. A fin de que sean juzgados—añade—todos los que no han creído a la verdad, sino que se complacieron en la maldad. Los juzgados serán, pues, seducidos, y los seducidos, condenados. 

Los juzgados serán seducidos por los juicios de Dios, ocultamente justos y justamente ocultos, que no han cesado jamás de juzgar a los hombres desde el primer pecado. Y los seducidos serán condenados en el último juicio, que será público, por Jesucristo, que, condenado injustísimamente, condenará con justicia suma.

Libro XX, capítulo XIX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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