miércoles, 31 de julio de 2024

Superioridad del culto de los mártires sobre el de los demonios -La Ciudad de Dios

Quizá aquí los adversarios repliquen que sus dioses han hecho también maravillas. Bien. Ya es algo comparar a sus dioses con nuestros hombres muertos. ¿ Dirán que también ellos tienen dioses hechos de hombres muertos, como Hércules, como Rómulo y otros muchos que creen elevados al rango de dioses? Para nosotros, nuestros mártires no son dioses, porque sabemos que nuestro Dios y el de los mártires es uno y el mismo. Y, sin embargo, los milagros que los paganos pretenden que fueron obrados por los templos de sus dioses no son comparables a los que se hacen por las memorias de nuestros mártires. Mas, si algunos parecen del mismo orden, nuestros mártires superan a sus dioses, como Moisés venció a los magos del Faraón. Aquellos los hicieron los demonios con la arrogancia de su impura soberbia , que les indujo a querer ser sus dioses; en cambio, los mártires hacen estos, o mejor, Dios, por la oración y ayuda de ellos, con el fin de extender más y más la fe que nos mueve a creer no que los mártires son nuestros dioses, sino que su Dios es el mismo que el nuestro. Finalmente, los paganos edificaron templos a sus dioses, les erigieron altares, les instituyeron sacerdotes y les ofrecieron sacrificios; nosotros, empero, no elevamos a nuestros mártires templos como a dioses, sino memorias como a hombres muertos, cuyos espíritus viven delante de Dios. No erigimos altares a los mártires para ofrecerles sacrificios, sino al Dios único, Dios de los mártires y nuestro. En ese sacrificio son nombrados en su lugar y en su orden como hombres de Dios que vencieron al mundo confesando su nada.

El sacerdote que ofrece el sacrificio no los invoca, porque lo ofrece a Dios y no a ellos, aunque lo ofrezca en sus memorias.

Es sacerdote de Dios, no de los mártires. El sacrificio es el cuerpo de Cristo, que no se ofrece a los mártires, porque también ellos son ese cuerpo. ¿ A quiénes se debe creer más cuando hacen - milagros, a aquellos que ansían que los agraciados con el milagro los tengan por dioses o a aquellos que hacen sus milagros para que se crea en Dios y, por tanto, en Cristo? ¿ A aquellos  que quisieron que se les consagraran sus propias torpezas o a aquellos que no quieren que se les consagren ni sus alabanzas, sino que anhelan que sus a auténticos loores redunden en gloria de Aquel en quien se les alaba? En el Señor son alabadas sus almas.

Creamos, pues, a los que dicen verdad  y hacen maravillas, ya que por decir la verdad han sufrido y alcanzado el hacer maravillas. Entre estas verdades, la principal es que Cristo resucitó de entre los muertos y que deja ver en su carne la inmortalidad de la resurrección, que nos prometió para el principio del nuevo siglo o para el fin de este.


Libro XXII, capítulo X, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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