domingo, 7 de julio de 2024

Isaías sobre la resurección de los muertos y la retribución del juicio -La Ciudad de Dios


El profeta Isaías dice: Los muertos resucitarán, y resucitarán los que estaban en los sepulcros, y se alegrarán todos los que están en la tierra, porque tu rocío les dará la salud, pero la tierra de los impíos caerá. Lo primero alude a la resurrección de los bienaventurados. Y esto otro: Pero la tierra de los impíos caerá, se entiende bien así: Empero, los cuerpos de los impíos caerán en la condenación. Si queremos profundizar más en lo dicho sobre la resurrección de los buenos, deben referirse a la primera estas palabras: Resucitarán los muertos; y a la segund a estas otras: Y resucitarán los que están en los sepulcros.  

Y a los santos que hallará vivos el Señor , caso que preguntemos por ellos, se les aplicará muy bien esto Y se alegrarán todos los que están en la tierra, porque tu rocío les dará la salud. La salud en este pasaje podemos razonablemente tomarla por la inmortalidad. Se trata de la salud más perfecta, de esa que no tiene necesidad ni de alimentos ni de los remedios cotidianos. 

El mismo profeta habla del día del juicio, después de haber hablado de esperanza a los buenos y de terror a los malos. He aquí sus palabras: Esto dice el Señor: Yo derramaré  sobre ellos como un río de paz y como un torrente que inundará la gloria de las naciones. Sus hijos serán llevados sobre los hombres, y los mimados en su regazo. Como una madre consuela a su hijito, así yo os consolaré a vosotros, y recibiréis esa consolación en Jerusalén. Lo veréis, y vuestro corazón se regocijará y vuestros  huesos reverdecerán como la hierba. La mano del Señor se hará visible en favor de sus adoradores, y su amenaza contra los contumaces. Porque he aquí que el Señor vendrá como fuego, y su carroza como tempestad, para derramar con indignación su venganza y el exterminio con llamas de fuego. El Señor juzgará toda la tierra por el fuego y toda carne por la espada. Y muchos serán heridos por el Señor. El río de paz prometido a j o s santos es, sin duda, la abundancia de esa paz, que trasciende toda otra. Esta es la paz que nos regará al fin, y de la que hemos hablado sobradamente en el libro precedente. Dice que este río desciende sobre aquellos a quienes se promete tamaña felicidad para darnos a entender que, en esa dichosa región que es el cielo, ese río sacia todos los anhelos. 

Y como la paz de la incorrupción y de la inmortalidad fluye allí y llega hasta los cuerpos terrenos, por eso dice que ese río desciende; es decir, rebosando en los seres superiores, cae so bre los más humildes y torna a los hombres iguales a los ángeles. 

Por esa Jerusalén de que habla no debemos entender la esclava, al igual que sus hijos, sino más bien la libre madre nuestra, eterna en los cielos. Allí seremos consolados después de los trabajos y de los dolores de la vida mortal y llevados sobre los hombros y sobre las rodillas como niños pequeñitos. Aquella beatitud, nueva para nosotros, nos acogerá con inefables dulzuras; a nosotros, rudos y novicios. Allí veremos, y nuestro corazón se alegrará. No declaró qué veremos; pero ¿qué será sino a Dios? De este modo se cumplirá en nosotros la promesa del Evangelio: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Veremos además todas aquellas cosas que ahora no vemos, y de las cuales, al creerlas, nos formamos una idea según el alcance de nuestro espíritu, pero infinitamente inferior a la realidad. Vosotros veréis—dice—, y vuestro corazón se regocijará. Aquí creéis, allí veréis.

2. Y temiendo que estas palabras: Y se regocijará vuestro corazón, nos indujeran a pensar que los bienes de la Jerusalén celestial son exclusivos del espíritu, añade: Y vuestros huesos reverdecerán como la hierba. Aquí comprendió ya la resurrección de los muertos, como diciendo algo que había omitido. Esta no se realizará cuando la hayamos visto, sino que la veremos cuando se haya realizado. En efecto, del cielo nuevo y de la tierra nueva ya había hablado antes, y también de las promesas hechas a los santos. Habrá—dice—un cielo nuevo y una tierra nueva y no recordarán las cosas primeras ni morarán en su corazón, sino que hallarán en ellos alegría y regocijo. Por que yo haré de Jerusalén una ciudad de júbilo, y de mi pueblo, un pueblo de alegría. En Jerusalén hallaré yo mis delicias, y mi gozo en mi pueblo. Y nunca jamás se oirá en ella la voz del llanto, etc. Algunos se afanan en referir esto al reino carnal de los mil años. El profeta, al estilo profético, mezcla las expresiones figuradas con las propias con el fin de que el espíritu sobrio se esfuerce útil y saludablemente en buscar un sentido espiritual. Empero, la pereza carnal y la rudeza ignorante y  holgazana se contentan con la corteza, que es la letra, y estiman que no debe profundizarse más. Baste y a esto sobre las palabras proféticas citadas y su contexto. En el lugar que comentamos, y que motivó esta digresión, después de haber dicho: Y vuestros huesos reverdecerán como la hierba, para mostrar que hablaba de la resurrección de los cuerpos, pero de los buenos, añadió : La mano del Señor se hará visible en favor de sus adoradores. ¿ Qué mano es ésta sino la que distingue a los adoradores de Dios de sus menospreciadores? De estos últimos dice a renglón seguido: Y su amenaza contra los contumaces, o, como traducen otros, contra los incrédulos. 

La amenaza evidentemente no se cumplirá entonces, sino que , intimada ahora, surtirá su efecto entonces . Porque he aquí—agrega—que el Señor vendrá como fuego, y sus carrozas como tempestad,  para derramar con indignación su venganza y el exterminio con llamas de fuego. El Señor juzgará toda tierra por el fuego y toda carné por la espada. Y mu chos serán heridos por el Señor. Las palabras fuego, tempestad y espada significan las penas del juicio, puesto que dice que el Señor vendrá como fuego, y es indudable que vendrá así para aquellos para quienes su venida será penal. Las carrozas — nótese que  emplea el plural — designan los ministerios de los ángeles. Y cuando dice que toda tierra y toda carne será juzgada por el fuego y por la espada, hay que entender por esos dos términos, no los espirituales y los santos, sino los hombres terrenos y cramales. De éstos se dijo que saben a tierra y que saber según la carne es muerte. Y a ésos da el Señor el nombre de carne cuando dice: Mi espíritu no permanecerá en estos hombres, porque son carne. La herida de que habla al decir: Muchos serán heridos por el Señor, es la que causará la muerte segunda.

Es cierto que pueden entenderse en buen sentido el fuego, la espada y la herida. El Señor manifestó su voluntad de enviar fuego a la tierra. Los discípulos vieron como lenguas de fuego divididas cuando descendió el Espíritu Santo . No he venido — dijo también el Señor — a traer la paz a la tierra, sino la espada. Y la Escritura llama espada de dos filos a la palabra de Dios, por el doble filo de los dos Testamentos. En el Cantar de los Cantares, la Iglesia sant a dice que está herida por la caridad como por la flecha del amor. Pero aquí, cuando leemos u oímos que el Señor viene a ejecutar sus venganzas , es claro cómo deben entenderse esas expresiones.

3 . El profeta, después de haber indicado brevemente ellos que serán consumidos por ese juicio, figurando a los pecadores e impíos bajo la imagen de las viandas prohibidas por la ley antigua, de las cuales no se han abstenido, resume la gracia del Nuevo Testamento desde la primera venida del  alvador hasta el último juicio, en el que da fin a su profecía. Cuenta primero que el Señor vendrá a congregar a todas las naciones y que éstas se reunirán y serán su gloria . Porque—como dice el Apóstol — todos pecaron y todos tienen necesidad de la eloria de Dios. Añade que harán ante ellos señales tan  aravillosas que creerán en él, y que enviará algunos de ellos a diferentes naciones y a las lejanas islas, que no han oído su nombre ni han visto su gloria. Estos anunciarán—prosigue—su gloria a los gentiles y conducirán a la fe del Dios Padre a los hermanos de éstos, a quienes se dirigía, es decir, a los israelitas  elegidos. Llevarán presentes al Señor de todas las partes del mundo, sobre bestias de carga y carros (bestias y carros que son, sin duda, la ayuda divina que Dios manda por ministerio de los ángeles o de los hombres). Y los llevará a la ciudad santa de Jerusalén, que ahora está difundida por toda la tierra en los fieles santos. Los hombres creen cuando sienten la ayuda divina, y cuando creen, vienen. El Señor, no obstante, los comparó en imagen a los hijos de Israel, que le ofrecen víctimas en su templo s acompañándolas de salmos. Esta práctica ya está introducida también en la Iglesia. Prometió que ellos le darían sacerdotes y levitas, y al cumplimiento de esto estamos asistiendo ahora. Ahora vemos precisamente que los sacerdotes y los levitas no son elegidos atendiendo a su raza y a su sangre, como se hacía en el sacerdocio según el orden de Aarón, sino que, como convenía al espíritu del Nuevo Testamento, en el que Cristo es el sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, se eligen teniendo en cuenta los méritos que la gracia divina ha conferido a cada uno. Y los méritos no deben ponderarse por la función, que a veces desem peñan hombres indignos, sino por la santidad, que no es común a los buenos v a los malos 

4. Después de haber escrito así sobre la misericordia de Dios para con su Iglesia, cuyos efectos nos son tan palpables y conocidos, el profeta promete de parte de Dios, o por sí mismo, los fines, a que llegará cada uno cuando en el último juicio  sean separados los buenos de los malos. Porque, como el cielo nuevo y la tierra nueva permanecerán en mi presencia, dijo el Señor, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre y pasará de mes en mes y de sábado en sábado. Todo hombre vendrá a postrarse ante mí y a adorarme en Jerusalén, dijo el Señor. Y saldrán y verán los miembros de los hombres prevaricadores. Su gusano no morirá nunca y su fuego jamás se apagará, y servirán de espectáculo a toda carne. El profeta termina el libro en el punto en que terminará, el mundo. Verdad es que algunos no han traducido los miembros de los hom bres, sino los cadáveres de los hombres,  entendiendo evidentemente por cadáveres la pena de los cuerpos, bien que no suele llamarse cadáver sino a la carne sin alma, y esos cuerpos serán cuerpos animados, porque, de lo contrario, no podrán sentir los tormentos. Quizá no sea absurdo llamarles cadáveres por esta razón, porque serán cuerpos de muertos que han caído en la muerte segunda. A esto se debería también el dicho del mismo profeta citado ya antes: La tierra de los impíos caerá, iQuién no ve que cadáver viene de la palabra caer.  Es manifiesto que estos traductores han puesto varones en lugar de hombres, pues nadie osará decir que las mujeres pecadoras no sufrirán ese suplicio. Se toma, pues, la parle superior, es decir, la parte de que fué formada la mujer, por los dos sexos. Sin embargo—y esto hace más al caso—, al decir, hablando de los buenos: Vendrá toda carne, porque el pueblo cristiano se compondrá de toda clase de hombres—y conste que no estarán allí todos los hombres , puesto que muchos estarán penando — ; y al decir, hablando de los malos , para seguir el hilo de mi discurso , que son miembros o cadáveres , muestra que el juicio quedará, tanto a los buenos como a los malos , su fin debido , tendrá lugar después de la resurrección de la carne, de la que habla con mucha claridad.

Libro XX, capítulo XXI, La Ciudad de Dios, San Agustín


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