miércoles, 22 de mayo de 2024

EL SALMO 68 Y LA INFIDELIDAD DE LOS JUDÍOS - La Ciudad de Dios, San Agustín

 Mas como los judíos no ceden a testimonios tan manifiestos como son los de esta profecía, llevadas las cosas a un efecto tan cierto, indudablemente se cumple en ellos lo del salmo siguiente. El profeta dice allí en persona de Cristo lo relativo a su pasión y expresó lo que se patentizó en el Evangelio: Presentáronme hiel para comida y en mi sed me dieron a beber vinagre. Tras este banquete y tras unos manjares de esta calidad, añadió: En justo pago conviértasele su mesa en lazo de perdición. Obscurézcanse sus ojos para que no vean y tráelos siempre agobiados, etc. Todo esto no es un deseo, sino una predicción profética con capa de deseo. ¿Qué tiene, pues, de particular que no vean aquellos cuyos ojos están obscurecidos para que no vean? ¿Qué tiene de particular que no miren las cosas celestiales quienes tienen su cerviz siempre encorvada a fin de que estén inclinados a las cosas terrenas? Estas metáforas tomadas del cuerpo denotan realmente los vicios del alma.

Y para poner límite a mi pluma, baste lo dicho sobre los Salmos, es decir, sobre las profecías del rey David. Los lectores para quienes es esto archiconocido perdónenme y no se quejen de que haya omitido pasajes, según su entender, más decisivos y propios.


Libro XVII, capítulo XIX, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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