- ¿Quién eres? - le dijo Memnón.
- Tu genio bueno - le respondió.
- Pues vuélveme -repuso Memnón-, mi ojo, mi salud, mi caudal, mi cordura; - y de seguida le contó de qué modo todo lo había perdido aquel día.
- Aventuras son esas -replicó el espíritu- que nunca suceden en el mundo donde nosotros vivimos.
- ¿En qué mundo vivís?- le dijo el hombre afligido.
- Mi patria -respondió el genio- dista quinientos millones de leguas del sol, y es aquella estrellita junto a Sirio que estás viendo desde aquí.
-¿ Conque eso es cosa que no es posible conseguir?- replicó Memnón arrancando un sollozo.
- Como no es posible - respondió el otro- ser completamente inteligente, completamente fuerte, completamente poderoso o completamente feliz. Nosotros mismos estamos muy distantes de serlo; pero todo va por grados en los cien millones de mundos sembrados en el espacio. En el segundo hay menos placer y menos sabiduría que en el primero, en el tercero, menos que en el segundo, y así se sigue hasta el postrero, donde todo el mundo es enteramente loco.
-Mucho me temo- dijo Memnón- que nuestro globo sea justamente esa casa de orates del universo que vos decís.
- No tanto como eso -dijo el espíritu- pero le anda cerca, y es preciso que cada cosa ocupe su sitio señalado.
- En tal caso - dijo Memnón-, muy descaminados van ciertos poetas y ciertos filósofos que dicen que toda está bien.
-Razón llevan - dijo el filósofo del otro mundo-, si contemplan la colocación del universo entero.
-¡Ah!- replicó el pobre Memnón-, eso no lo creeré mientras fuere tuerto.
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