viernes, 4 de octubre de 2024

¡Sepamos quién fue Perón!

Pero resulta innegable que la figura de Perón fue cobrando, con posterioridad a los momentos fundacionales e insurreccionales, un protagonismo cada vez mayor a tal punto que, al final, ―se quedó con todo, como solía comentarnos Genta en sus clases o conversaciones. Nos quedamos, por tanto, una vez más, con el autorizado juicio de Díaz Araujo:

La verdad es que Perón sí perteneció al GOU de antes de la revolución de 1943. Pero entonces Perón no era el jefe, ni tutor ni mentor del GOU, por la sencilla razón de que el GOU no tenía un jefe. Lo que pasa es que casi al mismo tiempo que el GOU empieza a apuntar hacia el poder, Perón empieza a reclutar su propio equipo militar, en el que se cuentan algunos de los elementos de la logia y otros que no estuvieron en ella.Es decir, si no hay unanimidad respecto de si Perón fue o no el fundador del GOU no existe, en cambio, ninguna duda de que fue su sepulturero.

Genta no pertenecía propiamente al GOU ya que sus miembros eran exclusivamente militares; pero, como dijimos, solía asistir a algunas de sus reuniones. Allí tuvo ocasión, según vimos, de conocer a varios de los jefes militares que participaban de aquellas reuniones y de consolidar con algunos de ellos una amistad que se mantuvo durante toda la vida: tal el caso, entre otros, de los hermanos Agustín y Urbano de la Vega: ambos, por entonces, ostentaban el grado de teniente coronel. Va de suyo que lo conoció también a Perón aunque muy lejos estuvo de cualquier empatía con este personaje al que Genta, casi desde el principio, consideró un demagogo, un ambicioso, dotado de una gran habilidad política desprovista del más mínimo sentido moral. Esto que decimos nos consta por comentarios del propio Genta que tuvimos ocasión de oír más de una vez.

En lo que respecta a la relación de Genta con Perón, Díaz Araujo, citando un texto de Manuel de Lezica, extraído de su obra Recuerdos de un nacionalista, publicada en Buenos Aires en 1968, sostiene:

Aparentemente el entonces coronel Perón habría tomado contacto con los promotores del GOU, «por gestión del teniente coronel Ramírez y del profesor Bruno Jordán Genta (sic), que estaba impresionado por la claridad de expresión del Coronel Perón». Ya tendría oportunidad el profesor Genta de arrepentirse de tal presentación, cuando consumada la Revolución y luego de su borrascosaintervención en la Universidad del Litoral, fue por último desplazado delInstituto Superior del Profesorado de Buenos Aires.

Estimamos muy poco probable que Genta haya gestionado o contribuido a gestionar la presentación de Perón al GOU y, menos aún, que alguna vez estuviese ―impresionado por la claridad de expresión del Coronel Perón. Dehecho hemos hallado entre la nutrida correspondencia de Genta algunas pocas esquelas de Perón. Pero se trata, en todos los casos, precisamente, de esquelas, esto es, de ese tipo de textos breves, escritos a máquina (generalmente por algún amanuense), que llevan la firma del remitente, de carácter meramente protocolar, que suelen intercambiarse entre sí los funcionarios de un mismo gobierno y en los que aparecen siempre idénticas expresiones amables que novan más allá de las formalidades impuestas por el protocolo.

El mismo Genta nos refirió una anécdota que refleja su verdadera relación con Perón. Cierta tarde, en Campo de Mayo (ya Perón había iniciado su ascendente carrera hacia el poder y dominaba en buena medida el GOU), el ambicioso Coronel se acercó a Genta. Mientras caminaban, lo tomó del hombro (un gesto suyo muy característico) y con su habitual sonrisa le dijo:

Mire Genta, nosotros hemos emprendido un viaje, nos hemos subido a un tren: el que quiera subirse está a tiempo; el que no se quedará en el andén para siempre. Genta entendió muy bien y allí tuvo la certeza de que sus días en el Gobierno surgido el 4 de junio de 1943 estaban llegando a su fin. Cosa que ocurrió, efectivamente, cuando en abril de 1945, tras un violento asalto al Instituto Superior del Profesorado de Buenos Aires, perpetrado por orden directa de Perón, Genta quedaría cesante de todos sus cargos, sin sumario alguno, sin oportunidad de defensa: todo se redujo (como veremos en el capítulo siguiente) a un Decreto del Poder Ejecutivo firmado por el Presidente Farrell, el 5 de mayo de 1945.

Por eso coincidimos una vez más con Díaz Araujo cuando, a continuación del texto que hemos citado más arriba, escribe: ―Los comunistas quieren creer que Genta cayó por la agitación por ellos promovida; pero como bien lo ha recordado Félix Luna, la operación de liquidación de los nacionalistas -en especial las de Olmedo, Labougle y Genta- fue dirigida desde el gobierno por el propio coronel Perón.

Ávalos y otros oficiales, que habían apoyado y colaborado con Perón en la mayor parte del período, comenzaron poco a poco a tener diferencias con él -entonces ministro de Guerra y secretario de Trabajo-, debido a sus maniobras políticas y a diversas actitudes que a su juicio no iban acorde con la tradición militar. Culminando este proceso de diferenciación en los agitados días de octubre. El 8 de octubre de 1945, siendo General de Brigada y Comandante de Campo de Mayo, rango y cargo que combinados lo convertían en el militar en funciones más influyente de aquel momento, sublevó las tropas a su mando, reclamando y obteniendo en primer lugar la renuncia y más tarde la detención de Perón. Tras estos hechos asume como ministro de Guerra, quedando virtualmente a cargo del país, ya que el presidente Edelmiro J. Farrell había perdido todo poder. En este cargo, Ávalos se movió con lentitud y poca eficacia para consolidar su propio poder. Dando amplio margen de maniobra a Perón, quién desde su lugar de prisión en la Isla Martín García, preparaba su retorno.

Es un hecho demostrado que en el seno del GOU coexistían distintas líneas militares y políticas y que no había, propiamente hablando, un liderazgo único detrás del cual se encolumnaran las diversas facciones y tendencias. Esto trajo como inevitable consecuencia una sorda lucha por el poder alimentada, además, por el desarrollo de los acontecimientos europeos que ya preveían una victoria aliada. Esto ponía en riesgo la posición de neutralidad que había sido, como vimos, el principal motivo del movimiento. El mismo Ramírez fue obligado a romper relaciones con las potencias del Eje (aunque no la declaración de guerra, cosa que haría posteriormente Perón), lo que lo llevó finalmente a su renuncia a la Presidencia en febrero de 1944. Es decir que mientras Genta se enfrentaba a las fuerzas coaligadas del liberalismo, la masonería y el marxismo, los jefes del GOU se debatían en intrigas palaciegas que los alejaban cada día más de los objetivos de la Revolución. Si se suma a esto el hecho de que la ominosa sombra de Perón comenzaba a dibujarse en el horizonte político se tendrá un panorama completo de la situación: en aquel hervidero de intrigas y de ambiciones en que se habían convertido el GOU y el gobierno ¿a quién podía interesarle la suerte de un Rector Interventor que yase tornaba, cuanto menos incómodo de cara a los nuevos vientos que comenzaban a soplar?

El final del discurso no pudo ser más elevado y solemne:

Jóvenes estudiantes: la generación de que formo parte quiere ser digna de aquellas fundadoras de la nacionalidad. En los años juveniles, a mi paso por las aulas del Colegio Nacional y de la Universidad de Buenos Aires, padecí; en mi alma los estragos del liberalismo y del marxismo. Antes de gravitar, a mi vez, sobre la juventud como profesor conseguí superar las negaciones que confundían mi mente y envenenaban mi corazón. Y estos diez años de acción docente los he consagrado a saldar mi deuda para con Dios y con la Patria.

Este Discurso, en cuyo contenido nos hemos demorado, es sin lugar a dudas una pieza maestra. Es el programa de una Argentina libre y grande que, por desgracia, jamás se cumplió. En efecto, fue una suerte de ―canto del cisne‖. Genta ya estaba condenado al ostracismo. No pasaría un año y su gestión al frente del Instituto acabaría de la peor manera, gracias a una vilmaniobra urdida por Perón y sus secuaces.

3. La Escuela Superior del Magisterio.

Los apenas once meses que Genta estuvo al frente del Instituto no fueron fáciles ni cómodos. Tuvo que enfrentar numerosas resistencias al tiempo que el progresivo abandono del Gobierno que, aunque presidido formalmente por Farrell, ejercía de hecho el funesto personaje Juan Domingo Perón y su canarilla de obsecuentes. Como sabemos, el Ejército intentó reaccionar; y así, en octubre de 1945, destituyó y detuvo a Perón confinándolo en la Isla Martín Garcia. Pero ya era tarde: la guerra europea, con el triunfo aplastante de los Aliados cambió, por completo, el panorama internacional. Perón obtuvo de este modo la excusa para declarar la guerra (era Ministro de Defensa a la par que Vicepresidente y Secretario de Trabajo) a las potencias del Eje ya vencidas y rendidas al tiempo que suscribió la famosa Acta de Chapultepec que puso a la Argentina bajo la dependencia directa, política y militar de los Estados Unidos.

Por último, Genta cerraba su discurso con palabras que aún parecen oírse:

La pedagogía nacional para servir a la libertad argentina, nos recuerda el deber del ciudadano en estos espléndidos versos del Padre Leonardo Castellani, inspirados por el gran poeta Péguy:

Dichoso aquel que muere por su casa y su tierra,

Pero sin haber hecho dolo ni fuerza injusta,

Dichoso aquel que compra su tálamo de tierra,

Que compra con su sangre la cama eterna y justa.

Dichoso aquel que muere por la cosa solemne,

Aunque sea más chica que un granito de anís.

Dichoso aquel que muere para que siga indemne

La vida de un niñito, la gloria de un país.

Dichoso aquel que muere por la Cosa perenne,

Por un Santo; Sepulcro, Dulcinea, Beatriz,

O por un sol en campo de color cielo y Lis.


No hay duda de que en ambos discursos, en los que nos hemos detenido con cierta extensión, resultaba muy claro que lo que allí se jugaba era nada menos que instaurar en la Patria una pedagogía nacional (idea que, como vimos, ya venía Genta madurando desde sus primeros pasos en Paraná) como pieza angular de la restauración argentina, tras décadas de laicismo masónico totalitario impuesto por la llamada ―generación del ‘80 a través de la  tristemente célebre Ley 1420 sancionada en 1884 bajo la Presidencia del General Roca.

Tanto Olmedo como Genta se apoyaban en el supuesto proyecto políticodel movimiento militar del 4 de junio de 1943. Pero, ¿existía ese proyecto? ¿Había una auténtica voluntad política de llevarlo a cabo? Nuestra respuesta es, lamentablemente, negativa. Aquello era, apenas, el resabio, más retórico que real de una pléyade de católicos ilustres que como Olmedo, Martínez Zuviría, Anzoátegui, el propio Genta y tantos más tuvieron su fugaz momento de poder.

Los militares responsables de la conducción política del país carecían de un auténtico liderazgo sin el cual, como lo hemos sostenido más arriba, no hay proyecto político que pueda tener éxito. En vez de ese liderazgo hubo una variedad de facciones contrapuestas que se disputaban el poder; y mientras arreciaban las luchas intestinas, la llamada ―Revolución‖ del 43 se fue diluyendo hasta lograr, a su pesar, la emergencia de uno de los personajes más nefastos de la historia argentina: Juan Domingo Perón, un resentido social, un demagogo sin principios, inmoral, indocto, corrupto y corruptor, hábil para acumular y mantener el poder pero carente del menor adarme de prudencia política y de patriotismo.

Uno de los hechos más reveladores de lo que estamos diciendo es que, apenas cincuenta días después de la tan solemne inauguración de la Escuela Superior del Magisterio, el Dr, José Ignacio Olmedo presentó su renuncia al cargo de Interventor del Consejo Nacional de Educación. En efecto, tal como lo informa escuetamente el Boletín del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, el 19 de septiembre de 1944se aceptaba la renuncia del Dr. Olmedo y se nombraba en su lugar a Altaliva Herrera, un jurisconsulto y poeta cordobés que había ocupado varios cargos entre ellos el de Profesor en la Universidad Nacional del Litoral.

Ahora bien. ¿Cómo se explica que el hombre entusiasta y comprometido a llevar adelante la magna obra de la regeneración de la educación argentina, apenas cincuenta días después dejaba su cargo? La explicación que hasta ahora hemos hallado es una sola: la presión de los grupos peronistas decididosa terminar para siempre con un proyecto pedagógico que no sólo no lo sentían como propio sino, además representaba un obstáculo para los siniestro planes del nefasto coronel Perón. De esto, hablaremos enseguida.

La Escuela siguió como pudo hasta la finalización del año 1944.Digamos de paso, que la primera resolución de Genta fue renunciar al sueldo y destinarlo ―a la formación de una biblioteca que responda a los selectos fines que se tuvieron en vista para la creación de la Escuela Superior‖

Volviendo a Olmedo, tenemos a la vista una carta dirigida al matrimonio Genta, el 12 de diciembre de 1944, en la que tras agradecer las muestras de solidaridad y afecto recibidas por esos amigos, concluía:

La antigua pedagogía de vuelo avutardado, que formó con los principios del positivismo y con el imperio de las medias verdades el pedantismo proverbial de los normalistas, será sustituida, de hoy en más, por esta enseñanza humanística que propende a la verdadera dignificación del magisterio‖.

Pero en muy poco tiempo los acontecimientos nacionales se encargaríande aventar el noble optimismo de ese gran señor que fue José Ignacio Olmedo.

Entiéndase bien: no estamos deplorando la derrota alemana puesto que una victoria de Alemania no hubiese tenido muy probablemente mejores resultados. De hecho en la Segunda Guerra Mundial se enfrentaron tres grandes totalitarismos ateos y materialistas: el comunismo, el nacionalsocialismo y las democracias liberales. El triunfo de cualesquiera de ellos sólo significaba una sola cosa: el fin de la Europa cristiana que fue lo que, finalmente sucedió.

Sin embargo, la derrota alemana cambiaba radicalmente la políticainterna argentina. Ella significaba, en efecto, el triunfo de los sectores masónicos y liberales que se habían opuesto a la Revolución el 4 de Junio de 1943. Como ya lo hemos aclarado, nuestros miliares eran germanófilos pero no nazis; y esto pese a la machacona propaganda de los grupos liberales y comunistas que acusaban de nazismo a cualquiera que no comulgara con sus ideas o mantuviera una actitud neutralista frente al conflicto bélico. La causa de este hecho era una sola: el catolicismo de nuestros militares tal como, con todo acierto, ha señalado Enrique Díaz Araujo-

La Revolución estaba liquidada y la salida electoral se hacía inevitable. Y es aquí donde Perón va a jugar un papel decisivo. Dotado de una sin igual ambigüedad (por un lado concitaba la admiración de muchos nacionalistas que veían en él al abanderado natural de los ideales del movimiento de junio mientras, por otro, había situado de hecho, como ya vimos, a la Argentina bajo el imperio norteamericano cambiando de este modo nuestra proverbial dependencia inglesa por la de los nuevos amos del mundo) y de una habilidad política digna de mejor causa, Perón se impuso de manera absoluta. La parodia ―Braden o Perón fue la excusa perfecta para alzarse con el triunfo electoral del 24 de febrero de 1946 lo que le permitió asumir la Presidencia el 4 de junio de ese mismo año. De esta manera, apenas tres años de iniciada aquella Revolución que venía a regenerar el país, todas las ilusiones eran aventadas por la violenta fuerza de una repugnante demagogia que seconvirtió en una insoportable tiranía.

Todo esto, desde luego, no podía sino repercutir en el área educativa en la que aún permanecían, milagrosamente, algunos nacionalistas. Pero por muy poco tiempo. En efecto, el 2 de abril de 1945 tuvo lugar un hecho de extrema gravedad. Ese día le correspondía a Genta, como Rector del Instituto Nacional del Profesorado Secundario, presidir un acto que respondía a un doble motivo: por un lado recordar el cuadragésimo aniversario del Instituto que se había cumplido el pasado 16 de diciembre (en pleno receso escolar) y, por otro dar por iniciados los cursos del año 1945.

A poco de iniciado el acto una turbamulta asaltó el Instituto con el claro fin de impedir la ceremonia y sacar a las rastras al Rector. Fue un hecho bochornoso como pocos se registran en nuestra agitada vida escolar. No obstante, la acción decidida de una veintena de jóvenes integrada por los mismos alumnos de la Casa impidió lo peor: la agresión física contra Genta, quien pudo terminar su discurso. No obstante, los vándalos lograron penetrar en el despacho del Rector, situado en el frente del edificio y con ventana a la calle, destrozando todo a su paso. Se ensañaron de un modo especial con un retrato de Juan Manuel de Rosas (que Genta lucía en su despacho) el que fue arrojado a la calle y quemado.

En aquella ocasión, Genta terminó su alocución, dirigiéndose a los estudiantes (que en aquel año habían incrementado la matricula en más de quinientos nuevos alumnos) con estas palabras que serían, de hecho, su despedida de la enseñanza oficial:

Las voces de escándalo que agitaron la calle no encontraron eco en vosotros que habéis continuado serenos y firmes las tareas de cada día. Lo mismo que a vosotros me ocurrió a mí y terminó el año sin que llegara siquiera hasta las aulas el zumbido de ―las moscas de la plaza pública‖ [...] Las horas difíciles que atraviesa la Patria reclaman de la juventud que sea verdaderamente ―la edad del heroísmo‖ [...] Entre tanto, señores profesores y jóvenes alumnos, proseguimos serenamente cumpliendo la tarea de cada día.

Los diarios del día siguiente se hicieron amplio eco de estos hechos. Pero ¿quiénes estaban detrás de estos actos de vandalismo? Escuchemos una vez más a Díaz Araujo:

Los comunistas quieren creer que Genta cayó por la agitación por ellos promovida, pero como bien lo ha recordado Félix Luna, la operación de liquidación de los nacionalistas -en especial las de Olmedo, Labougle y Genta- fue digitada desde el gobierno por el propio coronel Perón.

Ahora bien, esto nos sitúa ante un hecho fundamental, a saber, las relaciones de la Iglesia con Perón, en especial con el nacionalismo católico.

No hubo que esperar al año 1954 -año en el que comienza la brutal y directa persecución de Perón a la Iglesia- sino que los conflictos son muy anteriores y aparecen ya desde los días iniciales de la actuación de Perón. Tenemos a la vista el interesante libro del Padre Ludovico García de Loydi, La Iglesia frente al peronismo, Bosquejo histórico, publicado en Buenos Aires en 1956. Si bien el autor es un tanto ingenuo en la apreciación de la personalidad del personaje y omite ciertos hechos en su defensa de la Jerarquía Eclesiástica, la obra no deja de tener un inmenso valor puesto que documenta que la actitud de Perón frente a la Iglesia fue siempre la misma desde el primer día: una marcada e indisimulada hostilidad. Nos atendremos, pues, a estos aspectos francamente positivos del texto que estamos analizando. Año tras año, García de Loydi documenta un conflicto progresivo de Perón con la Iglesia. Así, en 1946 tuvo lugar un episodio por serio grave: mediante la divulgación de una encuesta secreta se supo que la Dirección e Inspección Médica Escolar, dependiente del Consejo Nacional de Educación, había recibido una ficha médica por la cual debía verificase, en niños y niñas, ―las perturbaciones que originan la crisis puberal‖. Este atentando a la inocencia de nuestros niños no pasó desapercibido: Monseñor Franceschi fue el encargado de llevar adelante la oposición de la Iglesia.

Finalmente se decidió retirar la encuesta; pero fue un primer encontronazo  entre Perón y la Iglesia a la que el tirano veía como un obstáculo.

Al siguiente año, 1947, el Padre Benítez va en carácter de legado Presidencial al Vaticano en busca de un ―marquesado pontifico‖ para Eva Perón, marquesado que nunca llegó. En 1948 se suscita un conflicto con el Obispo de El Chaco, Monseñor de Carlo a quien Perón deseaba homenajear. Pero la carta de homenaje contenía tantos agravios al resto de los obispos que el propio Monseñor De Carlo se vio obligado a declinar el homenaje. Por aquel mismo año 1948 ocurrieron, además, otros hechos que llevaron a una auténtica tirantez ente Perón y la Iglesia.

Hechos similares ocurrieron en los años 1950, 1951, 1952, 1953 y 1954, cuyos detalles no es el caso relatar ahora253. Pero fue precisamente en noviembre de aquel año de 1954 en el que se desencadenó una brutal, pública y abierta persecución religiosa en la que el régimen puso a su servicio todo su inmenso poder de propaganda. Sin embargo, hubo un hecho que por su naturaleza revistió una gravedad mucho mayor de los que hemos mencionado.

Nos referimos al torpe intento de fundar una suerte de ―Iglesia Nacional Peronista‖ que se caracterizaba como una suerte de ―cristianismo auténtico en oposición al supuestamente falso catolicismo romano. Esto ocurrió hacia los años 1954 y 1955.

Roberto Bosca en su libro La Iglesia nacional peronista. Factor religioso y factor político describía con total precisión en qué consistía este supuesto―catolicismo de cuño peronista.

El cristianismo práctico justicialista se constituía entonces en la nueva religión nacional que quería reivindicar la legitimidad del cristianismo auténtico, por contraposición al catolicismo romano que habría desvirtuado supuestamente la original pureza evangélica. El peronismo reclamaba la exclusiva legitimidad del cristianismo. En cuanto a la relación del gobierno peronista con los cultos no católicos, la política religiosa claramente favorable hacia ellos de los tiempos del conflicto con la Iglesia Católica no podría mirarse solamente como una actitud tendiente a mostrar hostilidad hacia el catolicismo, sino que se trataba de algo quizá más profundo que una ofuscación circunstancial. El justicialismo parecía querer asemejarse al Imperio Romano, donde todas las creencias eran admitidas con tal que reconocieran la supremacía de la religión estatal.

Y esto sin contar las desopilantes e idolátricas declaraciones de varios funcionarios. Así, a modo de simple muestra, la tristemente célebre diputada Delia Degliuomini de Parodi afirmaba sin sonrojarse: ―Nuestro Dios en la tierra es Perón. Cristo tuvo el defecto de un gran corazón. En esto corren parejos Perón y Cristo [...] Ahora que Cristo se conformó con proponer al mundo el Cristianismo. Perón le sacó ventaja. Realizó el Cristianismo.

Tan grave desvarío despertó la inmediata reacción del Episcopado Argentino mediante una Carta Pastoral Colectiva del 13 de julio de 1955 en la que en términos severos se rechazaban estas ideas entre blasfemas y delirantes. La guerra quedaba formalmente declarada. La Iglesia reaccionó con singular valentía y unidad de acción. Así, la ruptura fue total y se puso fin a todo vínculo entre el Presidente y la Iglesia.

No obstante tales antecedentes, insistimos, el mayor odio de Perón tuvo por blanco el nacionalismo católico y su proyecto cultural y educativo. Es que era ese el obstáculo más grande para sus ambiciones pero sobre todo para llevar adelante el país que él pretendía. Solía decir -y esto lo hemos oído directamente de Genta- que una de las frases predilectas de Perón era: a la Argentina hay que prostituirla (él usaba un término más vulgar). Tal era su meta y a decir verdad que la alcanzó.

Ostracismo y segundo Magisterio (1946-1960)

Actividad académica y acción política. El año 1955 y los años inmediatamente posteriores a la caída del peronismo.

Frondizi y el anuncio de la Guerra Revolucionaria.

I. La agitación política. El enfrentamiento con el régimen peronista.

Al tiempo que Genta llevaba adelante la intensa actividad académica que acabamos de reseñar, la situación política del país se iba tornando cada día más grave. El régimen peronista, instaurado formalmente con la asunción de Perón como Presidente constitucional el 4 de junio de 1946, se había trasformado en una insoportable tiranía. Toda voz disidente había sido acallada y la prensa amordazada al tiempo que se extendía por todo el ámbito nacional un culto idolátrico a la persona de Perón y de su esposa, María Eva Duarte. La educación fue cooptada por el régimen y puesta al servicio del adoctrinamiento peronista en todos los niveles de enseñanza. Las fuerzas armadas fueron un especial objetivo de Perón a las que trató de mantener adictas a su régimen mediante toda clase de prebendas y de dádivas que se costeaban con el enorme despilfarro de los fondos públicos. En lo económico el país se empobrecía paulatinamente. La indisciplina social crecía al calor de la demagogia al tiempo que una oligarquía sindical iba sustituyendo gradualmente a la vieja y denostada ―oligarquía vernácula.

Ante semejante panorama era preciso reaccionar. Así, como parte de esta acción opositora, en 1950 Genta funda una publicación periódica que, por iniciativa del Padre Eliseo Melchiori, adoptó el nombre de Vita Militaris. La dirección del periódico le fue confiada a Orosmán Paul Herrera. El periódicoinició sus ediciones, que eran mensuales, en mayo de 1950. Hasta dónde hemos podio investigar sólo se publicaron nueve números. Ignoramos el motivo de su cierre. La publicación se difundía particularmente en losámbitos castrenses llevando la voz del nacionalismo católico en un intento deesclarecer, particularmente entre los cuadros militares, las líneas sillares de una política de regeneración nacional.

Por otra parte, independientemente de la pertenencia a cualquier sector político y atendiendo a las características del gobierno peronista, ninguno de los que se oponían al régimen y anhelaban su liquidación dudaba, por esa época, de que el único camino posible para derrocar a Perón no era otro que el de una salida militar. Mario Amadeo, por entonces una de las más destacadas figuras del nacionalismo católico, en su libro Ayer, hoy y mañana, publicado en 1956, describe en ajustados términos la situación que por entonces se vivía:

Las pocas esperanzas que podían abrigarse de que Perón se colocara por encima de sí mismo y rectificara su conducta, se vieron muy pronto, defraudadas. Las personas sinceras que en algún momento creyeron en él, se fueron, poco a poco, alejando de su lado. La creciente egolatría del personaje, la deificación de la pareja, el tono de insoportable servilismo impuesto a la vida pública, el brutal acallamiento de las voces discordantes, volvía irrespirable el ambiente y preparaba inexorablemente el terreno a la acción revolucionaria

Pero lo cierto es que las únicas fuerzas con las que se podía disponer para un eventual alzamiento militar no eran sino algunos sectores, desde luego minoritarios, del Ejér0cito, de la Armada y de la Fuerza Aérea que contaban con el apoyo de algunos grupos civiles nacionalistas a lo que se sumaba la actividad conspirativa de sectores liberales con llegada a los cuarteles. Dentro de este marco, la cátedra de Genta se constituyó en un caracterizado y particularmente activo cenáculo antiperonista: numerosos oficiales de las fuerzas armadas concurrían asiduamente en parte, es verdad, en búsqueda de una formación filosófica y política; pero en no menor medida acudían a frecuentes reuniones de enlace, coordinación y trasmisión de información entre los diversos grupos que planeaban la salida militar.


2. La persecución religiosa. Junio de 1955. Genta encarcelado. 

Pese a la derrota del alzamiento de 1951, no cejaron los intentos de derrocar, por la vía de las armas, al régimen peronista. El 11 de noviembre de ese mismo año se celebraron las elecciones presidenciales en las que Perón obtuvo un triunfo arrollador. El 4 de junio del año siguiente asumió formalmente el segundo mandato previsto hasta el año 1958.

Es preciso destacar la fuerte presencia de la masonería en este segundo gobierno de Perón y su papel decisivo en la campaña que, pocos años después, lanzaría contra la Iglesia. Sólo a título de ejemplo mencionaremos a Alberto Teisaire, que llegó a ser vicepresidente en 1954 tras una extensa militancia peronista desde los inicios del peronismo, y Ángel Borlenghi, Ministro del Interior, ambos notorios masones aunque no los únicos que acompañaron a Perón. Al respecto escribe María Lilia Genta:

Y en nota a pie de página aclara:

El hecho me fue referido directamente por el Dr. Goyeneche cuando, muchos años después, poco antes de su muerte, lo visité un día en su casa de Buenos Aires en la que vivía rodeado de innumerables recuerdos de sus largos viajes por España y el mundo.

El poder de Perón, tras semejante triunfo electoral, el silenciamiento prácticamente total de la oposición y el apoyo de, al menos, una parte de las logias masónicas, parecía definitivamente consolidado. Sin embargo los acontecimientos posteriores se encargarían de demostrar que las cosas tomarían un rumbo muy distinto del que suponían Perón y sus acólitos. El 26 de julio de ese mismo 1952 murió Eva Duarte tras una penosa y larga enfermedad. El país entero asistió a uno de los mayores espectáculos macabros que registra su historia. Los funerales de la difunta se prolongaron durante más de un mes. Su cadáver embalsamado fue llevado en tren hasta el último rincón de la Argentina. En cada lugar se renovaban las muestras de una verdadera idolatría que, por momentos, llegó hasta la náusea. Se impuso el luto obligatorio: todos los funcionarios y empleados del Estado debían llevar la clásica corbata negra o un crespón negro según el caso. Al mismo tiempo la figura de la muerta era exaltada a límites inconcebibles que iban desde elsupremo heroísmo hasta, incluso, la santidad. Las cosas llegaron a un punto que algunos miembros de la Jerarquía Católica se vieron obligados a intervenir a fin de poner coto a semejante espectáculo degradante.

Todas estas cosas no eran, desde luego, bien vistas en ciertos círculos castrenses. De este modo, la idea de una salida militar para acabar con el régimen fue de a poco gestándose aunque, por entonces, todo se reducía a sectores muy limitados de los cuadros. La mayor parte del Ejército (y en cierta medida las otras dos armas) permanecía leal al gobierno o renuente a cualquier posibilidad de incorporarse a un eventual movimiento revolucionario. 

Paralelamente a esta inquietud castrense iba tomando cuerpo, también, un creciente malestar en la Jerarquía eclesiástica. De hecho, Perón había recibido el apoyo de la Iglesia (o al menos de amplios sectores eclesiásticos).

En este sentido, la figura del Cardenal Primado, Santiago Copello, que se encontraba al frente de la Arquidiócesis Primada desde 1932, jugó un papel decisivo. También hay que tener presente que numerosos intelectuales católicos, muchos de ellos provenientes del nacionalismo católico, se sumaron a la aventura peronista; en la mayoría de los casos de buena fe: efectivamente, creyeron que Perón y los postulados del llamado ―justicialismo‖ (que se proclamaba inspirado en la Rerum novarum de León XIII) podían abrir para Argentina el camino de una regeneración espiritual y política.

Empero, pese a este apoyo, las tensiones entre la Iglesia y el régimen no tardaron en aparecer. Se ha señalado que ya desde 1944 algunos hechos hostiles hacia el catolicismo por parte de Perón fueron creando un cierto estado de malestar y aún de enfrentamiento, al principio de modo velado y luego de manera más expresa hasta desembocar en abierta persecución. Sea como fuere, lo cierto es que la relación entre el peronismo y la Iglesia estuvieron signadas por la singular personalidad del propio Perón quien profesaba un catolicismo difuso mechado de ideas entre absurdas (como suponer que Jesús era peronista) hasta francamente heréticas como la idea de establecer una Iglesia Nacional, idea que si bien Perón no llegó a expresar de modo directo (sí lo hicieron varios de sus secuaces) no estuvo del todo ausente de sus planes.

Como ilustración de este clima de tensión no deja de ser significativa la afirmación de Hernán Uliana quien analiza así la situación que se vivía en 1949.

En general se coincide en que el año 1949 es un punto de inflexión en la relación entre la Iglesia Católica y el Estado peronista [...] Algunos discursos peronistas se acercaban peligrosamente a cuestionar la definición ―oficial‖ del buen cristiano, sobre todo cuando se referían a algunos irreductibles curas antiperonistas (los casos más importantes eran monseñor Miguel De Andrea, el Arzobispo de Córdoba Monseñor Fermín E. Lafitte; Monseñor Froilán Ferreyra Reinafé de La Rioja, Monseñor Nicolás Fasolino de Santa Fe, pero también sacerdotes antiliberales como Julio Meinvielle comenzaron a atacar desde 1949 al ―colectivismo peronista. La reforma constitucional de 1949, a pesar de estar redactada por un reconocido católico como Arturo Sampay, decepcionó a la Iglesia al no incorporar algunas de sus más caras aspiraciones como la indisolubilidad del matrimonio y la declaración del catolicismo como religión oficial. El avance de otras iglesias como la Escuela Científica Basilio o las evangélicas preocupaba también a la curia que culpaba a la inacción del Estado para ponerles freno.

Pero el punto de máxima tensión estaba aún por llegar; y llegó hacia fines del año 1954 cuando Perón desencadenó una dura y abierta persecución contra la Iglesia. Dos hechos actuaron de revulsivo y pusieron al catolicismo en pie de guerra: la derogación de la ley de enseñanza religiosa optativa en las escuelas públicas y la sanción de la ley de divorcio. De esta manera, Perón asestaba dos duros golpes: regresaba al viejo laicismo masónico e iniciaba el proceso de disolución de la institución familiar.

La reacción católica fue general; incluso algunos antiguos militantes peronistas pero que eran, a la vez, católicos sinceros abandonaron el régimen y estuvieron en la resistencia. Cada parroquia, cada centro de Acción Católica se constituyó en un baluarte de lucha contra el gobierno. En los sótanos de las iglesias solían imprimirse, en aquellos primitivos y rudimentarios mimeógrafos, los célebres panfletos que circulaban profusamente e iban caldeando el clima de descontento y de creciente oposición al régimen.

Incluso las misas vespertinas de cada día (sobre todo en las iglesias céntricas) rebosaban de fieles que colmaban los templos llegando en ocasiones a ocupar todo el atrio y hasta las calles aledañas. Claro está que no todos eran devotos católicos: hemos sido testigos, en aquellos lejanos tiempos, de algunos que acudían a misa luciendo en sus solapas los escudos del partido radical y hasta del socialista.

Llegamos así al agitado y trágico mes de junio de 1955. El día 11, festividad de Corpus Christi, una inmensa multitud se concentró en la Catedral de Buenos Aires y, pese a la expresa prohibición del gobierno, ganó las calles porteñas en una imponente procesión que fue una de las más grandes expresiones públicas de Fe católica que se recuerda. Al llegar a la altura del Congreso tuvo lugar el conocido incidente de la quema de una bandera argentina, acto inconcebible y repudiable que el oficialismo atribuyó falsamente a los manifestantes católicos. La guerra ya era total. Perón y sus secuaces reaccionaron del modo más violento y la situación llegó a su clímax cuando el gobierno dispuso la deportación de dos obispos Monseñor Manuel Tato y Monseñor Ramón Novoa, obispos auxiliares de Buenos Aires. Al día siguiente, el diario católico El Pueblo era intervenido y su director encarcelado.

La tensión crecía ya no día a día sino hora a hora. La verborragia incendiaria de Perón contribuía de modo especial a alimentar esta espiral de violencia. Así, en un discurso pronunciado dos días después de la procesión de Corpus, decía bravucón y amenazante:

Ahora que el clero ha decidido mostrar el lobo que escondía bajo sus pieles de cordero, aliándose de nuevo públicamente con la oligarquía para resucitar una nueva Unión Democrática clerical y oligárquica, no voy a eludir la responsabilidad de poner las cosas en su justo lugar.

La suerte estaba echada: el 16 de junio estallaba la revolución militar con intervención de elementos de Fuerza Aérea y Aviación Naval. En realidad el alzamiento se venía preparando desde los meses iniciales de ese año 1955. 

Las reuniones y los cabildeos castrenses se sucedían con intervención de notorios civiles de diversas procedencias políticas. La cátedra de Genta estuvo particularmente activa. En este sentido debemos destacar la actuación de dos jóvenes oficiales de la Fuerza Aérea amigos y discípulos de Genta: el entonces Comandante Agustín Héctor de la Vega (quien años más tarde, con el grado de Comodoro, tendría una más que notoria participación en los enfrentamientos militares de los años sesenta) y el Teniente Enrique Wilkinson. Los sucesos son bien conocidos aunque groseramente tergiversados por la ―historia oficial. Aviones de Fuerza Aérea y de la Marina bombardearon la Casa de Gobierno, donde se suponía estaba Perón quien, sin embargo, alertado del ataque, había huido refugiándose en los sótanos del Ministerio de Hacienda situado frente a la Casa Rosada, no sin antes haber hecho una irresponsable y criminal convocatoria a sus partidarios a colmar la Plaza de Mayo.

Aquel día ocurrieron algunos hechos fortuitos que no sólo culminaron en el fracaso del movimiento sino en un lamentable saldo de un importante número de muertos que en buena medida se hubiera evitado si Perón no hubiese convocado a la Plaza de Mayo. 

Derrotada la revolución, la reacción del gobierno no se hizo esperar: esa misma noche del 16 de junio, hordas incendiarias, cumpliendo expresas órdenes de Perón, profanaron e incendiaron la Catedral Metropolitana, redujeron a cenizas el edificio de la Curia aledaño a la Catedral; la misma suerte corrieron otros templos históricos situados en la zona vieja de Buenos Aires: Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio y San Miguel; por fuera del radio céntrico fueron atacados y profanados otros templos: Nuestra Señora de las Victorias, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, San Nicolás de Bari y San Juan Bautista. En el ataque a Nuestra Señora de las Victorias fue salvajemente golpeado un anciano sacerdote, el Padre Jacobo Wagner, de la Congregación de los Redentoristas, que intentó defender la iglesia. Las heridas que le infligieron fueron de tal magnitud que casi dos meses después lo llevaron a la muerte en medio de dolorosos sufrimientos. El único mártir de aquella persecución desatada por la locura y perversidad de Juan Domingo Perón.

Así terminó aquel trágico 16 de junio. Empero, pese a la aplastante derrota militar, fue unánime entre todos los protagonistas la convicción de que aquello era el inicio del fin de Perón y su régimen. Parafraseando a Juárez Celman: la revolución había sido vencida pero el gobierno estaba muerto.

3. Genta y la Revolución Libertadora del 16 de septiembre de 1955.

La situación política se fue haciendo cada día más insostenible. Se vivía un clima de constante agitación y violencia. El gobierno apelaba a una intensa acción psicológica con el fin de dominar la situación pero su debilitamiento era cada día más visible. El 9 de julio, en ocasión de la fecha patria, el General Embrioni, a la sazón Subsecretario de Ejército, pronunció un discurso, en una unidad militar de Buenos Aires, en el que enfatizaba la grave obligación de todos los miembros de esa Arma de apoyar a las autoridades legítimamente constituidas. Sin duda, un vano empeño de frenar la intensa actividad entre conspirativa y deliberativa que por esos días se vivía en los cuarteles. Por otra parte, el Ministro de Ejército, Teniente General Franklin Lucero quien pese a provenir de una reconocida familia católica (y él mismo católico practicante) permanecía en su cargo completamente leal a Perón convalidando de este modo la brutal agresión a la Iglesia Católica, no sólo provocaba la indignación y el rechazo de los círculos católicos (incluso en el seno mismo de su familia) sino que a la par deterioraba visiblemente su autoridad agravando aún más la tensa situación castrense.

Pero esta convulsa situación llegó a su clímax el 31 de agosto de aquel año. Ese día Perón sorprendió al país con una teatral renuncia presentada no ante el Congreso, como correspondía legalmente, sino ante la cúpula de la Confederación General del Trabajo (CGT) la que inmediatamente se movilizó hasta la Plaza de Mayo reclamando a viva voz la permanencia del ―Líder‖ en el gobierno. Ante este ―pedido del pueblo peronista y tras una jornada de intensa agitación digitada por los jerarcas sindicales, Perón retiró su ―renuncia‖. Hacia la caída de la tarde, apareció en su tribuna preferida: el balcón de la Casa de Gobierno, y desde allí, visiblemente ofuscado y fuera de control, pronunció el más incendiario de todos sus discursos. Baste como muestra el siguiente pasaje de aquella vergonzosa pieza oratoria:

"¡A la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor! Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente para nuestro Movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la Ley o de la Constitución, ¡puede ser muerto por cualquier argentino! Esta conducta, que ha de seguir todo peronista, no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra los que conspiran o inciten. Hemos de restablecer la tranquilidad entre el gobierno, sus instituciones y el pueblo, por la acción del gobierno, las instituciones y el pueblo mismo. La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización ¡es contestar a una acción violenta con otra más violenta! ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!"


Del libro El filósofo y la ciudad. Apuntes para una biografía de Jordán B. Genta(mártir), Mario Caponnetto y María Lilia Genta.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Se aleja del bien público, se aleja de la ley -Platón

" SÓCRATES:

¿Crees tú que la ley es la salud o que es la ruina de una ciudad?

HIPIAS:

Creo que la ley sólo tiende al bien público, pero contraría a este bien público, cuando no está bien hecha.

SÓCRATES:

Pero cuando los legisladores hacen una ley, ¿no creen que hacen un bien al Estado? Porque sin leyes un Estado no puede ser bien gobernado. 

HIPIAS:

Sin dificultad.

SÓCRATES:

Por consiguiente, siempre que un legislador se aleja del bien público, se aleja de la ley y de lo que es legítimo. ¿No eres tú de esta opinión?

Hipias:

Si se toma en rigor, Sócrates, es como tú dices, pero el común de las gentes no lo entiende así".

Hipias. Platón.

Saavedra y Moreno, la verdad de la historia

Cuando aparece Año X, de Hugo Wast, Combate lo anuncia de la siguiente manera:

Este libro que acaba de aparecer, se ha escrito para restablecer la verdad adulterada por la mayoría de los historiadores, que han maltratado a una de las más ilustres figuras de la Historia Argentina, la de Cornelio Saavedra, el jefe de la Revolución de Mayo y el primer gobernante de la República Argentina.―Vale más el escándalo que la mentira, ha dicho un gran Papa, San Gregorio Magno. Es hora de que en la historia argentina, que ya tiene 150 años, acaben las fábulas, aunque empiece el escándalo.

Saavedra ha sido calumniado y empequeñecido para engrandar por contraste la diminuta figura de Mariano Moreno, prócer sin hazañas, a quien sus panegiristas no mencionan nunca sin ahuecar la voz y repetir los cien lugares comunes cuya falsedad aquí se demuestra.

Moreno, que ingresó en las páginas de la Historia Patria, el 1 de enero de 1809 como enemigo de la emancipación de su tierra natal y murió en alta mar el 4 de marzo de 1811, yendo a Londres con la credencial de embajador argentino en nombre de Fernando VII (uno de los Reyes absolutos de más triste recuerdo en aquellos tristísimos tiempos) se ha quedado con la mayor parte de la gloria de aquel año sin igual.

Nos lo han presentado como el numen de la Revolución y ahora pretenden que sea el ―espíritu de Mayo Contra esa pretensión, nada inocente, se ha escrito este libro.

Cualquiera que sea la acogida que le dispensen los historiadores, lo lean o afecten ignorarlo, estamos ciertos de que establecerá algunas verdades importantes y con ella la fisonomía de la Patria; y de que en adelante la historia de Mayo no podrá escribirse con tanta impunidad como lo ha sido hasta ahora.

La verdad es el mejor homenaje a la Revolución de Mayo en su 150 aniversario.

El propio Profesor Genta le dedica varios artículos y actos a la presentación del libro. Veamos los principales. En La Patria es obra de la espada, dice: 

El Dr. Gustavo Martínez Zuviría inicia su trascendental obra ―Año X, con estas cinco verdades que iluminan los egregios orígenes de nuestra Patria y tienen el valor de una tajante definición:

1. La Revolución de Mayo fue exclusivamente militar y realizada por señores.

2. Nada tiene que ver con la Revolución Francesa.

3. El populacho no intervino en sus preparativos, ni comprendió que se trataba de la independencia.

4. Mariano Moreno tampoco intervino en ellos y después su actuación fue insignificante cuando no funesta.

5°. Su principal actor fue el jefe de los militares don Cornelio Saavedra a quien debemos honrar como el primer gobernante de la República Argentina. Es el soldado argentino quien ha trazado con su espada los límites del solar de la Patria; a él le debemos el espacio del deber y del honor argentinos, la identidad de un nombre y de un destino sólo nuestros, porque la soberanía delpueblo reside naturalmente en sus cuerpos militares y, ante todo, en su jerarquía más alta.

Es la espada de Saavedra, de Belgrano, de San Martín y de Rosas (la misma del Libertador por su expresa voluntad); es, en fin, la espada del soldado argentino que ―ha medido e incesantemente mide la tierra‘‘, como dice Péguy, en que vive y dura la Patria.

La Revolución de Mayo, la Guerra  de la Independencia, la unidad nacional, la defensa de la soberanía, la conquista del desierto y la defensa del orden hasta el día de hoy, es la obra del soldado argentino. No es el arado, ni la hoz ni el martillo; no es el ferrocarril ni la caldera, no es el mercader ni el industrial, no es el educador ni el magistrado, lo que está en el principio de la Patria y lo que ha hecho posible su existencia.

Primero está la Iglesia de Cristo a cuyo alrededor se levantó la ciudad con todo lo necesario para subsistir; y junto con la Iglesia, el Ejército que midió el espacio argentino y vela sobre las armas los trabajos y afanes de la paz, en la tierra, el mar y el aire.

Una Patria bien nacida, esta Argentina nuestra tan amada, no ha surgido de las urnas, sino de las armas. Pero de armas que guerreaban y no polemizaban con demagogos leguleyos como ocurre en nuestros tristísimos días; que custodiaban la soberanía política, la identidad espiritual y las riquezas de la tierra,  en lugar de custodiar la soberanía de papel que encierran las urnas y de velar por una legalidad que las está liquidando con la Patria misma. En Los Cuerpos Militares de Mayo no eran milicias populares, decía Combate en respuesta al artículo de Bernardo González Arrili, Contra Mayo y Moreno, publicado en La Prensa el 13 de junio de 1960 en el que se atacaba el libro Año X de Hugo Wast (según el articulista, los cuerpos militares de Buenos Aires eran milicias populares): 

Es un alegato declamatorio y sensiblero contra ―Año X de Hugo Wast. No sólo destina veneno contra el ilustre escritor que restablece la verdad sobre Mayo, sino contra la institución militar. En su afán demagógico de arrebatarle a la espada la gloria de la fundación de la Patria, presenta a los cuerpos militares de Buenos Aires como si hubiesen sido milicias populares del tipo de las de Castro en Cuba o del ―Campesino‖ en España republicana.

La Proclama del 29 de mayo de 1810 no agradece la constitución del gobierno patrio al pueblo en armas sino a los cuerpos militares. Claro está que eran parte del pueblo como todo verdadero ejército; pero también eran parte del pueblo abogados como Mariano Moreno que frente al invasor inglés no dejó un solo instante la toga para empuñar las armas, a pesar de sus 27 abriles en 1806 [...]

Si bien el Sr. González Arrili no refuta ninguna de las afirmaciones do Hugo Wast, ha sabido destacar su rica y precisa adjetivación que lo hace un maestro  del estilo.


EL JUSTO SERÁ PERSEGUIDO

Recuerda Juan Bautista Magaldi:

Una afectuosa amistad unía al Dr. Gustavo Martínez Zuviría con el profesor Jordán Bruno Genta, nacida de la comunidad de ideales: Cristo y la Patria.

Una vez que yo lo visité me dijo: ―¿Conoce al profesor Genta? personalmente,no ―, le respondí. Vaya a verlo -agregó -, es un hombre notable. De esta manera me vinculé con el filósofo y patriota, en cuya casa se respiraba un auténtico cristianismo. Una de las habitaciones había sido convertida en aula, donde acogía a los que, ansiosos de sabiduría, concurrían a sus clases.

Eran las vísperas de Año X, la obra de Hugo Wast en la que descubre el verdadero rostro de la Patria al nacer, se reivindica al jefe de la Revolución de Mayo, Cornelio Saavedra; se distribuye verdad y justicia: donde la Argentina balbuceante aparece libre de afeites conque algunos historiadores quisieron desfigurarla. Sobre todo, presenta en su real estatura a Mariano Moreno.

Cuando Año X vio a luz, se alzó un coro de liberales de diferente laya que pedían la cabeza de su autor, y aún esto les parecía poco.

El Manifiesto de los Iracundos

Un grupo de notorios liberales e izquierdistas acaba de publicar una declaración plebeya y rencorosa contra el Dr. Gustavo Martínez Zuviría, con motivo de la publicación de ―Año X, su última y trascendental obra al servicio de Dios y de la Patria. La primera edición de 5.000 ejemplares se ha agotado en menos de un mes, a pesar del silencio que rodeó su aparición providencial. Se espera una nueva edición más numerosa para satisfacer la ansiedad revisionista de las actuales generaciones argentinas, que ya no soportan la historia falsificada y oficializada por la Masonería.

―Año X es un libro inspirado por la pasión de justicia; por eso no teme al escándalo. Desinfla la personalidad histórica de Moreno para restablecer la real primacía del jefe militar de la Revolución de Mayo, don Cornelio Saavedra, sistemáticamente menoscabado por los historiadores oficiales. Sus páginas escritas en noble prosa castellana, no sólo hablan la verdad histórica sino que hacen historia.

Al Dr. Martínez Zuviría, que es un señor como fueron señores los patricios, no pueden sorprenderlo ni afectarlo ataques iracundos de los que, indigentes de razones concretas, abundan en incontrolados furores, impropios de la edad provecta en que revistan muchos de los firmantes del panfleto.

Desinflar no es denigrar, sino restablecer las justas proporciones. Los iracundos no vacilan en tergiversar el pensamiento de Martínez Zuviría para hacerlo aparecer en contradicción. En el único argumento esgrimido, pretenden que en ―Año X resulta ―totalmente desfigurada la actuación pública del secretario de la Junta de 1810, negada su influencia en las decisiones del gobierno y a pesar de esto, responsable de los hechos más tremendamente enérgicos de la misma.

Enceguecidos por la ira, no han leído íntegramente en la primera página, ni siquiera lo que afirma el autor acerca de Mariano Moreno: ―su actuación fue insignificante cuando no funesta.

Las 320 páginas de ―Año X demuestran exhaustivamente: lo) que ―los hechos más tremendamente enérgicos de la Junta, en los cuales intervino decisivamente Moreno, fueron funestos para la Patria  naciente: la política unitaria de terror jacobino, el fusilamiento de próceres y la brutal campaña antirreligiosa en el interior, que nos hicieron perder las provincias del Alto Perú y encendieron las guerras civiles que ensangrentaron al país durante más de medio siglo. 2o que en el orden constructivo —educación, periodismo, cultura, administración, milicias— su participación fue insignificante. Y es justamente en esta parte, donde los historiadores de oficio al servicio de la Masonería, se han empleado a fondo para adjudicarle iniciativas, empresas y trabajos agobiadores.

Martínez Zuviría en su historia verdadera realizada con materiales viejos, ha destruido para siempre la fabulosa personalidad del secretario de la Primera Junta, poniendo en evidencia que sus obras de bien público fueron tan mediocres y escasas como sus escritos. 

El ilustre escritor católico se ha hecho acreedor, una vez más, a la gratitud de los argentinos. No está lejano el día en que la estatua de Saavedra, en lugar de la feria de la calle Córdoba, presida la Plaza de Mayo como en el Año X. Será el día venturoso en que la espada prócer, fundadora y guardiana de la Soberanía, retome su lugar propio e intransferible en la Patria.

Gustavo Martínez Zuviría es, en cambio, un claro varón de la estirpe patricia; todo el honor de un nombre argentino.


6. Cortos de manos, largos de orejas, n. 31, 1957, p. 2-3.

Con datos extraídos de autores de la corriente historiográfica del liberalismo y  teniendo a la vista el Decreto de la Primera Junta de Gobierno del 2 de Junio de 1810 por el cual se funda el periódico La Gaceta de Buenos Aires, el autor concluye que no corresponde atribuir la fundación ni la inspiración de esa publicación a Mariano Moreno, cuya condición de periodista es negada.

11. El espíritu de los Mayo-Caseros, n 17 y 18, 1956, p.4 y 4.

El autor, con el humor que caracteriza a algunos de sus escritos, historia y satiriza la línea de pensamiento que, surgida en 1810, llega hasta la Revolución Libertadora, sobre todo, en su segundo tiempo: después del 13 de noviembre de 1955. Documenta la ausencia de Mariano Moreno en la preparación y realización de la Revolución de Mayo.


15. El gran papá de los Mayo-Caseros, n 19 y 20, 1956, p.4 y 1-2.

Continuación de El espíritu de los Mayo Caseros (n. 17 y 18, 1956). Análisis de contenido y precisiones históricas acerca de la Representación de los Hacendados, de Mariano Moreno. Sobre la base de documentos históricos provenientes de fuentes liberales (Mitre, Levene, el propio hermano de Mariano Moreno), el autor rebate la idea de un protagonismo decisivo del secretario de la Primera Junta en el proceso de la Revolución de Mayo. Pone en discusión, también, el carácter liberal y democrático de su pensamiento.

35. Un retrato que falta en el círculo de La Prensa, no 34, 1957, p. 4.

En tono irónico, el autor insinúa a quienes sostienen que Mariano Moreno fundó La Gaceta de Buenos Aires, que coloquen en el Círculo del diario La Prensa, junto al retrato del presunto fundador, el de quien la clausurara: Bernardino Rivadavia.

En ocasión de un nuevo aniversario de su muerte, la misma autora decía:

El aniversario de su muerte nos encuentra releyendo Año X. Año X es un libro clásico. No es solamente la obra maestra del revisionismo histórico sino el mejor tratado de política que se ha escrito en el país. Los argentinos somos deudores a su ilustre autor del mayor reconocimiento.

COMBATE lo proclama un verdadero prócer de la Patria.

Martínez Zuviría nos ayudó a redescubrirla, que es un modo de volver a sostenerla sobre el sable de su fundador. Sean nuestras palabras de homenaje, testimonio de gratitud por su magisterio. Nos enseñó, a mayor honra de Dios y de la Patria, que el coronel Saavedra no custodió urnas con sable envainado sino que lo desenvainó al frente de su regimiento y así nacimos y así renaceremos.

Del libro El filósofo y la ciudad. Apuntes para una biografía de Jordán B. Genta(mártir), Mario Caponnetto y María Lilia Genta. 

¡Sepamos quién fue Perón!

Pero resulta innegable que la figura de Perón fue cobrando, con posterioridad a los momentos fundacionales e insurreccionales, un protagonis...