viernes, 15 de septiembre de 2023

Democracia - La República, Platón

 Me parece que corresponde ahora examinar el origen y las costumbres de la democracia, y observar  después estas mismas cualidades en el hombre democrático, a fin de que podamos compararlos entre sí y juzgarlos.

Se pasa de la oligarquía a la democracia a causa del deseo insaciable de estas mismas riquezas, que se miran como el primero de todos los bienes en el gobierno oligárquico.

Es evidente, que en todo gobierno, cualquiera que el sea, es imposible que los ciudadanos estimen las riquezas y practiquen al mismo tiempo la templanza, sino que es una necesidad que sacrifiquen una de estas dos cosas a la otra.

—Así es que los magistrados en las oligarquías, por su  negligencia y la anchura que dan al libertinaje, han reducido muchas veces a la indigencia a hombres bien nacidos.

— Sin duda.

—Esto da origen a que haya en el Estado gentes provistas de aguijones, unos oprimidos con las deudas, otros notados de infamia, y algunos que han perdido a la vez los bienes y el honor, todos los que se hallan en permanente hostilidad contra los que se han enriquecido con los despojos de su fortuna y contra el resto de los ciudadanos, no aspirando más que a promover una revolución en el gobierno

—Así se ven los ciudadanos reducidos a este triste estado por culpa de los gobernantes, y como una consecuencia necesaria, estos mismos se corrompen y corrompen a sus hijos, los cuales pasando una vida voluptuosa sin ejercitar su espíritu ni su cuerpo, se hacen débiles e incapaces de resistir al placer y al dolo.

El gobierno se hace democrático cuando los pobres, consiguiendo la victoria sobre los ricos, degüellan a los unos, destierran a los otros, y reparten con los que quedan los cargos y la administración de los negocios, reparto que en estos gobiernos se arregla de ordinario por la suerte.

Así es, en efecto, como la democracia se establece, sea por la vía de las armas, sea que los ricos, temiendo por sí mismos, tomen el partido de retirarse.

¿Cuáles serán las costumbres, cuál la constitución de este nuevo gobierno? Veremos luego el hombre que se parece a él, y podremos llamarle el hombre democrático.

— Ciertamente.

—Por lo pronto, todo el mundo es libre en este Estado; en él se respira la libertad y se vive libre de toda traba; cada uno es dueño de hacer lo que le agrada.

—Así se cuenta

—Pero donde quiera que existe este poder, es claro que cada ciudadano dispone de sí mismo y escoge a su placer el género de vida que más le agrada.

—Sin duda.

—Por consiguiente, en un gobierno de esta clase debe haber hombres de toda especie de profesiones.

   

En este estado, mi querido amigo, puede cada uno buscar el género de gobierno que le acomode.
—¿Por qué?
—Porque los comprende todos, y cada cual tiene la libertad de vivir como quiera. Efectivamente, si alguno quisiera formar el plan de un Estado, como antes hicimos nosotros, no tendría más que trasladarse a un Estado democrático , porque es éste un mercado donde se vende toda clase de gobiernos. No tendría más que escoger, y después realizar su proyecto bajo el plan que hubiere
preferido. 
— No le faltarían modelos.

Tales son, entre otras muchas, las ventajas de la democracia. Es, como ves, un gobierno muy cómodo, donde nadie manda, en el que reina una mezcla encantadora y una igualdad perfecta, lo mismo entre las cosas desiguales, que entre las iguales.
—Nada dices que no sepa todo el mundo

¿No hemos dicho de aquel, á quien hemos dado el nombre de zángano, que estaba dominado por los deseos superfluos, mientras que el hombre económico y oligárquico sólo es gobernado por los deseos necesarios?
—Sí, lo hemos dicho.
—Expliquemos de nuevo cómo este hombre oligárquico se hace democrático; y he aquí de que manera, a mi juicio, se verifica esto ordinariamente.


—Después de haber purgado a su modo y creado este vacío en el alma del desgraciado joven, que se ve sitiado de esta manera, suponen que le inician en los más grandes misterios, y para ello introducen en su alma, con numeroso acompañamiento , ricamente adornadas y con coronas sobre la cabeza, la insolencia, la anarquía, el libertinaje y la desvergüenza, de los que hacen mil elogios, encubriendo su fealdad con los nombres más preciosos, la insolencia, con el de cultura; la anarquía, con el de libertad; el libertinaje, con el de magnificencia; la desvergüenza, con el de valor. ¿No es de esta manera como
un joven, acostumbrado desde la infancia a no satisfacer otros deseos que los necesarios, pasa al Estado, no sé si de libertad o de esclavitud, en el que se deja dominar por una infinidad de deseos superfluos y perniciosos? 
—No puede exponerse este cambio de una manera más patente.
En una palabra, en su conducta no hay nada fijo, nada arreglado; no permite que se le oponga resistencia en nada, y llama a la vida que pasa, vida libre y agradable, vida dichosa.
 —Nos has pintado al natural la vida de un amigo de la  igualdad.
—Este hombre, que reúne- en sí toda clase de costumbres y de caracteres, tiene todo el placer y toda la variedad del Estado popular; y no es extraño, que tantas personas de uno y otro sexo encuentren tan encantador un género de vida, en el que aparecen reunidas todas las clases de gobiernos y de caracteres
—Lo concibo.
—Pongamos, pues, frente á frente de la democracia a este hombre, que se puede con razón llamar democrático.
—Pongámoslo.
— Ahora nos queda por examinar la forma más bella de gobierno y el carácter más acabado; quiero decir la tiranía y el tirano.
— Sin duda.
— Veamos, mi querido Adimanto, cómo se forma el gobierno tiránico, y por lo pronto si debe su origen a lademocracia.
— Es cierto.
—¿El paso de la democracia á la tiranía, no se verifica
poco más o menos lo mismo que el de la oligarquía al de la democracia?
—¿Cómo?
—Lo que en la oligarquía se considera como el mayor bien, y lo que puede decirse que es el origen de esta forma de gobierno, son las riquezas excesivas de los particulares; ¿no es así?
— Sí.
— Lo que causa su ruina, ¿no es el deseo insaciable de enriquecerse, y la indiferencia que por esto mismo se siente por todo lo demás?
—También es eso cierto.
—Por la misma razón, para la democracia es la causa de su ruina el deseo insaciable de lo que mira como su verdadero bien.
—¿Cuál es ese bien?
—La libertad. Penetra en un Estado democrático, y oirás decir por todas partes, que la libertad es el más precioso de los bienes, y que por esta razón todo hombre que haya nacido libre fijará en él su residencia antes que en ningún otro punto.
—Nada más frecuente que oír semejante lenguaje.
—¿No es, y esto es lo que quería decir, este amor a la libertad, llevado hasta el exceso y acompañado de una indiferencia extremada por todo lo demás, lo que pierde al fin este gobierno y hace la tiranía necesaria?
—¿Cómo?
— Cuando un Estado democrático, devorado por una sed ardiente de libertad, está gobernado por malos escanciadores, que la derraman pura y la hacen beber hasta la embriaguez, entonces, si los gobernantes no son complacientes, dándole toda la libertad que quiere, son acusados y castigados, so pretexto de que son traidores que aspiran a la oligarquía.
—Seguramente.

— Con el mismo desprecio trata el pueblo a los que muestran aún algún respeto y sumisión a los magistrados, echándoles en cara que para nada sirven y que son esclavos voluntarios. Pública y privadamente alaba y honra la igualdad que confunde a los magistrados con los ciudadanos. En un Estado semejante, ¿no es natural que la libertad se extienda a todo?
—¿ Cómo no ha de extenderse?
—¿No penetrará en el interior de las familias, y al fin, el espíritu de independencia y anarquía no se comunicará hasta a los animales?
—¿Qué quieres decir?
—Que los padres se acostumbran a tratar a sus hijos como a sus iguales y si cabe a  temerles; éstos a igualarse con sus padres, a  no tenerles ni temor ni respeto, porque en otro caso padecería su libertad; y que los ciudadanos y los simples habitantes y hasta los extranjeros aspiran a los mismos derechos.
—Así sucede.
—Y si bajamos más la mano, encontraremos que los maestros, en semejante Estado, temen y contemplan a  sus discípulos; éstos se burlan de sus maestros y de sus ayos.
En general los jóvenes quieren igualarse con los viejos, y pelearse con ellos ya de palabras ya de hecho. Los viejos á su vez quieren remedar a los jóvenes, y hacen estudio en imitar sus maneras, temiendo pasar por personas de carácter altanero y despótico.
—Es cierto.
¿No ves los males que resultan de todo esto? ¿No ves cómo se hacen suspicaces los ciudadanos hasta el punto de rebelarse e insurreccionarse a la menor apariencia de coacción? Y por último  como tú sabes, hasta no hacer caso de las leyes, escritas o no escritas, para no tener así ningún señor.
—Lo sé.
—De esta forma de gobierno tan bella y tan encantadora es de donde nace la tiranía, por lo menos a mi entender.
—Encantadora en verdad; pero continúa explicándome sus efectos.
—El mismo azote que ha perdido la oligarquía, tomando nuevas fuerzas y nuevos crecimientos á causa de la licencia general, arrastra á la esclavitud al Estado democrático; porque puede decirse con verdad que no se puede incurrir en un exceso sin exponerse a caer en el exceso contrario. Esto mismo es lo que se observa en las estaciones, en las plantas, en nuestros cuerpos, y en los Estados lo mismo que en todas las demás cosas.
— Así debe suceder.
—Por consiguiente, lo mismo con relación a un Estado, que con relación a un simple particular, la libertad excesiva debe producir, tarde o temprano, una extrema servidumbre.
— También debe suceder así.
—Por lo tanto es natural, que la tiranía tenga su origen en el gobierno popular; es decir, que á la libertad
más completa y más ilimitada suceda el despotismo más absoluto y más intolerable.
—Está en el orden de las cosas.
— Pero no es esto lo que tú me preguntas. Quieres saber cuál es ese azote, que, formado en la oligarquía y aumentado después en la democracia, conduce a la tiranía.
— Tienes razón.
—Por este azote entiendo esa muchedumbre de personas pródigas y ociosas, unos más valientes que marchan a  a cabeza, y otros más cobardes que les siguen. Hemos comparado los valientes a los zánganos armados de aguijón, y los cobardes a zánganos sin aguijón. 
— Me parece exacta esa comparación.
— Estas dos especies de hombres causan en el cuerpo político los mismos estragos que la flema y  la bilis en el cuerpo humano. Un legislador sabio, como médico hábil del Estado, tomará respecto de ellos las mismas precauciones que un hombre, que cuida abejas, toma respecto a los zánganos. Su primer cuidado será impedir que entren en la colmena, y si a pesar de su vigilancia se le escurren dentro, procurará destruirles lo más pronto posible así como las celdillas que han infestado.
—No puede hacerse otra cosa.
—Para comprender mejor aún lo que queremos decir, hagamos una cosa.
—¿Qué cosa?
—Separemos con el pensamiento el estado popular en las tres clases de que efectivamente se compone. La primera comprende esos mismos de que acabo de hablar. La licencia pública hace que su número sea tan grande como en la oligarquía.
—Así es la verdad.
—Sin embargo, hay la diferencia de que en un Estado democrático son mucho más maléficos.
—¿Por qué razón?
— Porque como en el otro Estado no tienen ningún crédito y se procura alejarlos de los cargos públicos, quedan sin acción y sin fuerza: mientras que en el Estado democrático son ellos los que exclusivamente están a la cabeza de los negocios. Los más ardientes hablan y obran; los demás murmujean alrededor de la tribuna, y cierran la boca a todo el que intente manifestar una opinión contraria; de suerte que en este gobierno todos los negocios pasan por sus manos con raras excepciones.
—Es cierto.
—La segunda clase vive aparte, y no se comunica con la multitud.
—¿Cuál es?
— Como en este Estado todo el mundo trabaja para enriquecerse, los más entendidos y los más prudentes en su conducta son también de ordinario los más ricos. 
—Así debe ser.
—De estos sin duda son de los que los zánganos sacan más miel y con más facilidad.
—¿Qué podrían sacar de los que tienen poco o nada?
—Así es que dan a los ricos el nombre de pasto para los zánganos.
—Ordinariamente lo hacen.
—La tercera clase es la plebe, compuesta de artesanos, ajenos a los negocios públicos y que apenas tienen con qué vivir. En la democracia, esta clase es la más numerosa y la más poderosa cuando está reunida.
—Sí, pero no se reúne, como no tenga esperanza de recibir alguna miel.
—Por esto los que presiden a estas asambleas hacen los mayores esfuerzos por proporcionársela. Con esta idea se apoderan de los bienes de los ricos, que reparten con el pueblo, procurando siempre quedarse ellos con la mejor parte.
— Ese es el origen de las distribuciones que se hacen al pueblo.
— Sin embargo, los ricos, viéndose despojados de sus bienes, sienten la necesidad de defenderse, se quejan al pueblo, y emplean todos los medios posibles para poner sus bienes al abrigo de tales rapiñas.
—Sin duda.
—Los otros a su vez los acusan , inocentes y todo como son, de querer introducir la turbación en el Estado, de conspirar contra la libertad del pueblo, y de formar una facción oligárquica.
—No dejan de emplear esos medios.
—Pero cuando los acusados se aperciben de que el pueblo, más que por mala voluntad, por ignorancia y seducido por los artificios de sus calumniadores, se pone de parte de estos últimos; entonces, quieran ellos o no quieran, se hacen de hecho oligárquicos. No es a ellos a quienes hay que culpar por esto, sino a los zánganos que los pican con sus aguijones, y los lanzan en tales extremos.
—Sin contradicción.
— En seguida vienen las denuncias, los procesos y las luchas entre los partidos.
—Es cierto.
— ¿No es natural que el pueblo tenga alguno a quien confíe especialmente sus intereses, y a quien procure engrandecer y hacer poderoso ?
—Sí.
Es evidente, que de esta estirpe de protectores del pueblo es de la que nace el tirano, y no de ninguna otra.
— La cosa es clara.
—En cuanto al protector del pueblo, no creas que se duerma en medio de su poderío; sube descaradamente al carro del Estado, destruye a derecha e izquierda todos aquellos de quienes desconfía, y se declara abiertamente tirano
— ¿Quién puede impedírselo?
—Veamos ahora cuál es la felicidad de este hombre y la del Estado que le sufre.
—Me agrada.
—Por lo pronto, en los primeros días de su dominación, ¿no sonríe graciosamente a todos los que encuentra, y no llega hasta decir que ni remotamente piensa en ser tirano? ¿No hace las más pomposas promesas en público y en particular, librando a todos de sus deudas, repartiendo las tierras entre el pueblo y sus favoritos, y tratando a todo el mundo con una dulzura y una terneza de padre ?
Es natural que empiece de esa manera.
— Cuando se ve libre de sus enemigos exteriores, en parte por transacciones, en parte por victorias, y se
cuenta seguro por este lado, tiene cuidado de mantener siempre en pié algunas semillas de guerra, para que el pueblo sienta la necesidad de un jefe.
—Así debe ser.
—Y sobre todo, para que los ciudadanos, empobrecidos por los impuestos que exige la guerra, sólo piensen en sus diarias necesidades, y no se hallen en estado de conspirar contra él.
—Sin contradicción.
— Y también hace esto para tener un medio seguro de deshacerse de los de corazón demasiado altivo para someterse a su voluntad, exponiéndolos á los ataques del enemigo. Por todas estas razones es preciso que un tirano tenga siempre entre manos algún proyecto de guerra.
— Hace lo contrario de los médicos, que purgan el cuerpo, quitándole lo malo y dejándole lo bueno.
•—Tiene que obrar así o renunciar a la tiranía.
—En verdad, ¿no es para él una magnífica alternativa la de perecer o vivir con canalla, que tampoco puede evitar que le aborrezca?
— Tal es su situación.
—¿No es claro, que cuanto más odioso se haga a sus conciudadanos a causa de sus crueldades, tanta más necesidad tendrá de una fiel y numerosa guardia?
—Sin duda.
—Pero ¿dónde encontrará esas gentes fieles?¿De dónde  las hará venir?
— Si paga bien, acudirán en gran número de todas partes.
— Ya te entiendo, acudirán enjambres de zánganos de todos los países.
—Has comprendido perfectamente mi pensamiento.
—¿Por qué no confiará la guarda de su persona a gentes de su país ?
—¿Cómo?
— Formando su guardia con esclavos , a quienes declararía libres después de haber hecho morir a sus
dueños.
—Muy bien, porque tales esclavos le serian enteramente adictos.
—Una observación aún. Muy digna de lástima es la condición de un tirano, si se ve obligado a destruir a los mejores ciudadanos, y á convertir los esclavos de éstos en sus amigos y confidentes.
— No puede tener otros.
— Estos nuevos ciudadanos le admiran y viven con él en la más íntima familiaridad, mientras que los hombres de bien le aborrecen y huyen de él. 
—Así debe de suceder.
—Pero nadie les quita de recorrer como quieran los demás Estados. Allí, reuniendo al pueblo, y pagando las voces más elocuentes, más enérgicas y más insinuantes, inspiran a la multitud el gusto de la tiranía y de la democracia.
—Sin duda.
—Con esto conseguirán dinero y honores, en primer lugar de parte de los tiranos, como es natural que suceda; y en segundo lugar de parte de las democracias. Pero a medida que remonten su vuelo hacia gobiernos más perfectos, su nombradía se debilitará, perderá su empuje y no podrá seguirles.
—Tienes razón.
— Entiendo; es decir, que el pueblo, que ha engendrado al tirano, le alimentará a él y a los suyos.
— ¿El tirano es, por consiguiente, un hijo desnaturalizado, un parricida? Y he aquí que hemos llegado álo que todo el mundo llama tiranía. El pueblo, queriendo evitar, como suele decirse, el humo de la esclavitud de los hombres libres, cae en el fuego del despotismo de los esclavos, y ve que la servidumbre más dura y más amarga sucede a una libertad excesiva y desordenada. 
—Castigo casi siempre irremediable.
— Y bien, Adimanto, ¿podremos lisonjearnos de haber explicado de una manera satisfactoria la transición de la democracia a la tiranía y a las costumbres de este gobierno?
— La explicación es completa.
•—Recuerda ahora el retrato que hemos hecho del hombre democrático. Dijimos, que había sido educado en su juventud por un padre avaro, que sólo estimaba los deseos interesados, cuidando poco de satisfacer los deseos superfluos, cuyo objeto no es otro que el lujo y los placeres: ¿no es así?
—Sí.
— Y así estos hombres pasan su vida sin ser amigos de nadie, siendo dueños o esclavos de voluntades ajenas, porque es un signo del carácter tiránico el no conocer ni la verdadera libertad, ni la verdadera amistad.

Tomo II, libro octavo, La República, Platón

martes, 12 de septiembre de 2023

Corrupción en los últimos tiempos (Timoteo, San Pablo)


"CORRUPCIÓN EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos y del dinero, jactanciosos, soberbios, maldicientes, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, inhumanos, desleales, calumniadores,  incontinentes, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traidores, temerarios, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios. Tendrán ciertamente apariencia de piedad, mas negando lo que es su fuerza. A esos apártalos de ti. Porque de ellos son los que se infiltran en las casas y se ganan mujerzuelas cargadas de pecados, juguetes de las más diversas pasiones,que siempre están aprendiendo y nunca serán capaces de llegar al conocimiento de la verdad.  Así como Jannes y Jambres resistieron a Moisés, de igual modo resisten estos a la verdad; hombres de entendimiento corrompido, réprobos en la fe. Pero no adelantarán nada, porque su insensatez se hará notoria a todos como se hizo la de aquéllos". 2 TIMOTEO III

Falsos cristos (San Mateo)

 

"FALSOS CRISTOS. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; mas por razón de los elegidos serán acortados esos días. Si entonces os dicen: “Ved, el Cristo está aquí o allá”, no lo creáis.Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! Por tanto, si os dicen,: “Está en el desierto”, no salgáis; “está en las bodegas”, no lo creáis. Porque, así como el relámpago sale del Oriente y brilla hasta el Poniente, así será la Parusía del Hijo del Hombre.  Allí donde esté el cuerpo, allí se juntarán las águilas”. Mateo 24, 22



¡Sepamos quién fue Perón!

Pero resulta innegable que la figura de Perón fue cobrando, con posterioridad a los momentos fundacionales e insurreccionales, un protagonis...