domingo, 17 de marzo de 2024

PRINCIPIO UNO Y VERDADERO, ÚNICO QUE PURIFICA Y RENUEVA LA NATURALEZA HUMANA (S.Agustín)

"Así, pues, nosotros, cuando hablamos de Dios, no afirmamos dos o tres principios, como no nos es permitido decir dos o tres dioses,  aun cuando, hablando de cada uno, del Padre, del Hijo o del Espíritu santo, confesamos que cada uno en particular es Dios. Y no decimos tampoco lo que los herejes sabelianos[70], que el Padre es el mismo que el Hijo, y que el Espíritu Santo es el mismo que el Padre y el Hijo, sino que el Padre es el Padre del Hijo, y que el Hijo es el Hijo del Padre, y que el Espíritu Santo del Padre y del Hijo no es ni el Padre ni el Hijo. Es verdadero decir que el hombre no es purificado más que por un solo principio, aunque ellos distingan  muchos principios. Pero Porfirio, sujeto a las envidiosas potestades, de las que se avergonzaba y a las que temía redargüir libremente, no quiso entender que Cristo Señor era el principio, por cuya encarnación nos purificamos. Le despreció en la carne que tomó por causa de nuestra purificación. No entendió el gran sacramento por la soberbia, que allanó con su humildad el verdadero y benigno Mediador. Este se mostró a los mortales en la mortalidad, de la que, careciendo los mediadores malignos y falaces,  alzaron su gallo más soberbiamente y prometieron a los míseros hombres, como inmortales a mortales, una ayuda engañosa. El Mediador bueno y verdadero probó que el pecado es un mal, no la substancia o la naturaleza de la carne. El alma del hombre pudo tomar esta carne sin pecado y tenerla y deponerla en la muerte y mejorarla en la resurrección. Y la misma muerte, aunque fuera pena del pecado, que Él sin pecado pagó por nosotros, no debe ser evitada pecando, sino, si es posible, debe ser soportada por la justicia. Pudo librarnos de los pecados muriendo, porque murió, no por su pecado. Aquel platónico no conoció este principio, pues conociera al que purifica al alma. No es la carne principio, ni el alma humana, sino el Verbo, por ni que fueron hechas todas las cosas. Luego la carne no purifica por sí misma, sino por el Verbo, que la tomó cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Hablando sobre la obligación de comer místicamente su carne, cuando los que no entendieron se apartaban ofendidos, diciendo: Dura es esta palabra, ¿quién podrá oírla?, respondió a los que permanecieron cabe Él: El Espíritu es el que vivifica, la carne no aprovecha nada. En consecuencia, el principio, una vez que tomó el alma y la carne, purifica el alma de los creyentes. Por eso, a los judíos que le preguntaban quién era, les replicó que era el principio [71]. Esto, nosotros, carnales, flacos, sujetos al pecado y envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no lo pudiéramos comprender si Cristo no nos limpiara y sanara, por lo que éramos y por lo que no éramos. Eramos hombres, pero no éramos justos[72] . En su encarnación estaba la naturaleza humana; pero era justa, no pecadora. Esta es la mediación que nos alargó la mano a los caídos y aherrojados. Esta es la semilla dispuesta por los ángeles, en cuyos edictos se daba la Ley, que mandaba rendir culto al Dios uno y prometía venidero este Mediador".


Libro X, capítulo XXIV, La Ciudad de Dios, San Agustín.

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